Osoro. «Giussani siempre quiso mantener viva la alianza con el Señor»

La homilía del cardenal Carlos Osoro, arzobispo de Madrid, en la misa celebrada por el aniversario del fallecimiento del fundador de CL
Carlos Osoro

Nos reúne un año más el honrar la memoria y el pedir por monseñor Luigi Giussani cuando se cumplen 16 años de su fallecimiento. El recuerdo y la memoria de hombres que han pasado por este mundo y que han dejado huella, huella de Dios, y cuya expresión más bella también es vuestra presencia, la presencia del movimiento en la vida de la Iglesia y en la misión de la Iglesia. Por eso rezamos por él, y por eso también nos reunimos con motivo de este aniversario, en esta parroquia.
El Señor nos permite hacerlo en este primer domingo de Cuaresma donde, si os habéis dado cuenta, juntos todos, en el salmo responsorial, decíamos al Señor: «Tus sendas, Señor, son misericordia y son lealtad para los que guardan tu alianza». Esa alianza con el Señor quiso mantenerla don Giussani. Y expresión de esa alianza, y de ese movimiento que él, en nombre de nuestro Señor, o sirviéndose el Señor de él, quiso entregar a la Iglesia, estamos aquí esta noche, y le decimos al Señor lo mismo que hace un instante rezábamos juntos en el salmo: enséñanos Señor tus caminos, instrúyenos, que lo hagamos con lealtad, no con mezquindad, reconociendo que Tú eres el Señor, el salvador. Recuerda, Señor, tu ternura y tu misericordia, y acuérdate con bondad de todos nosotros. Tú eres bueno. Tú nos enseñas el camino verdadero a todos los hombres. Enséñanos a nosotros a realizar ese camino, precisamente aquí, en esta iglesia, en esta porción de la Iglesia que camina en Madrid.

La palabra de Dios que hemos escuchado en este primer domingo de Cuaresma quizá la podríamos resumir en tres palabras: pacto, recuerdo y llamada. Tres palabras que me parece que están vigentes en el corazón del movimiento, y que uno va descubriendo con los años, mientras estoy junto a vosotros, en esta diócesis, donde la presencia del movimiento es, por supuesto, mucho más grande que en las tres diócesis anteriores donde he estado.
Un pacto. El pacto de Dios con los hombres. Tiene una belleza y una fuerza extraordinaria esto que hacéis y que vivís, esto que hace un instante expresaba don Ignacio en esa bienvenida que nos daba. No sois unos teóricos. Lo hacéis con obras y tenéis palabras también para hacerlo. Un pacto. El mismo que Dios hizo con Noé y con sus hijos. Un pacto de no destruir la vida volverá a vosotros, y es precioso ver esa composición que hace el autor del Génesis viendo ese arco que une el cielo y la tierra. De alguna manera, ese arco lo unís también vosotros, o queréis hacerlo vosotros como miembros del movimiento. Hacer ver que Dios no nos ha abandonado. Dios está con nosotros. Está a favor de los hombres. Está entre nosotros. Y en este tiempo de pandemia, donde ha habido sufrimientos, soledades, donde ha habido circunstancias difíciles para tantos hombres y mujeres, nosotros hemos experimentado la cercanía del Señor. Y lo habéis hecho experimentar a través de todas aquellas personas a las que habéis atendido, a las que habéis llevado la cercanía, en definitiva, la ternura de Dios a su existencia. Pacto.

En segundo lugar, recuerdo. Recordáis siempre al que nos salva. Lo que hacemos no lo hacemos en nombre propio, no lo hacemos por casualidad, no lo hacemos por una ocurrencia personal. Lo hacemos porque ha habido un encuentro con nuestro Señor Jesucristo, un encuentro con el Señor que nos invita a salir de nosotros mismos, a proclamar el mensaje de Jesús a todos los hombres; porque ese mensaje ha captado nuestra vida y ha captado nuestro corazón; porque es ese mensaje que nace de esa nueva vida que tenemos en nosotros por el bautismo. Hoy, el apóstol Pedro, en esta primera carta, nos describe que el símbolo del bautismo quizá nos lo recuerda el arca que era la salvación para Noé y su familia. Hoy el bautismo es salvación para nosotros y para todos los hombres. Por eso pedimos a Dios una conciencia pura por la resurrección de nuestro Señor; una conciencia que nos recuerde permanentemente que el único que salva es Jesucristo.

En tercer lugar, no solamente el Señor nos vuelve a decir que ha hecho un pacto entre nosotros, y que se lo tenemos que recordar a los hombres en esta historia; no solamente nos recuerda que es Él el que salva, y no nosotros a nosotros mismos, sino que nos llama a la conversión, y nos llama ciertamente a creer en su Evangelio.
El Evangelio que hemos proclamado tiene una fuerza singular para todos nosotros. El Espíritu, nos ha dicho, empujó a Jesús al desierto. Hoy contemplamos a Jesús en el desierto y lo primero que nos llama la atención, si os habéis dado cuenta, es que es el Espíritu el que empuja a Jesús al desierto. Empujar indica el impulso interior que Jesús siente por dentro y que lo lleva al desierto para asumir la gran lucha de la condición humana. Quizá esta palabra que nos da el Señor hoy, en este tiempo que estamos viviendo, tiene también una fuerza especial para nosotros. Nosotros podemos preguntarnos esta noche: ¿nos dejamos empujar por el Espíritu o nos dejamos llevar por nuestras ambiciones, por nuestras necesidades, por nuestros intereses personales? En el fondo, ¿qué es lo que mueve nuestra vida? Quizá esta pregunta, leyendo algunos escritos de don Giussani, nos lo hace ver a nosotros. ¿Qué mueve en el fondo nuestra vida? El desierto de Judea es impresionante, cerca del Jordán, pero es también un lugar de debate contra las fuerzas del mal, y en el encuentro con Dios.

Queridos hermanos: si os dais cuenta, el hombre contemporáneo, el que está a nuestro lado, huye del desierto, le asusta la soledad, le asusta la ausencia de sonidos y, sin embargo, el desierto es un lugar de encuentro profundo con nosotros mismos y con Dios. En el desierto, nosotros podemos escuchar en silencio y soledad la voz de Dios, la voz que libera de verdad. Nos dice el Evangelio que Jesús se quedó en el desierto cuarenta días. Los cuarenta días de Jesús en el desierto hacen referencia a los cuarenta años de Israel en el desierto camino de la libertad. Cuarenta días. El proceso de liberación en la manera de Jesús de vivir la misión en fidelidad al Padre.

El Evangelio de san Marcos, que es el que proclamamos, no nos cuenta una por una las tentaciones de Jesús, como hacen los otros evangelistas, las reacciones de Jesús ante el tentador. En Marcos, si os habéis dado cuenta, tal como hemos proclamado en el Evangelio, no hay presentaciones como en los demás evangelistas, porque plantea su vida como una constante lucha contra el mal. Durante toda su vida, Jesús resistirá a las instigaciones del adversario, de aquel que divide, que nos rompe por dentro y rompe por fuera también las relaciones, pues dice el Evangelio que no solamente se quedó en el desierto cuarenta días sino que se dejó tentar por Satanás. Jesús tendrá que luchar contra la tentación del poder simbolizado en Satanás. Es el símbolo de la ambición de poder que se esconde dentro de cada ser humano y que domina precisamente nuestro mundo. Satanás representa los poderes perversos que, a veces, se adueñan de nuestra humanidad. Por eso, impresiona leer y contemplar a Jesús tentado como cualquier hombre. Podemos imaginar a Jesús en el desierto: débil, sometido a crisis, a la oscuridad; pero, sobre todo, contemplemos a Jesús en esa fidelidad absoluta al Padre. Las tentaciones representan también los falsos valores que Jesús encuentra en su época y que quizá son también los que se cotizan hoy en nosotros, pero Él permanece fiel al Padre.

A lo largo de su vida, Jesús permanecerá siempre vigilante, en cualquier circunstancia. Por eso, hoy el Señor nos invita a que nos preguntemos no solamente lo que os decía antes, ¿qué mueve en el fondo mi vida?, sino esta pregunta: ¿cuáles son hoy nuestras tentaciones? ¿Y cómo vamos a tratar de vencerlas en este tiempo de Cuaresma, donde el Señor nos invita a dar una versión nueva a la vida, a creer de verdad en la fuerza del Evangelio? Os decía el Evangelio que Jesús vivía con las fieras, y los ángeles lo servían. ¿Qué significa esto? Las fieras representan todas nuestras interferencias personales, nuestros miedos, nuestras ambiciones, nuestras necesidades. Todo aquello que dificulta vivir en fidelidad a Dios y representa también a los violentos de la tierra, a los peligros que amenazan nuestro mundo. Pero también aparecen los ángeles, que son las luces, las invitaciones de personas concretas, o a las personas concretas que nos ayuden en el camino. Nosotros también convivimos entre fieras y entre ángeles. Pero dejémonos alentar por esa fuerza del Señor que nos hace vivir en esperanza.

Termina esta página del Evangelio diciendo: se ha cumplido el tiempo, está cerca el Reino. Convertíos. Creed.
El tiempo: esta expresión indica que el momento ha llegado porque Jesús ha aparecido en esta tierra, y todos nosotros, como Iglesia de Jesús, cuerpo y pueblo del Señor, damos continuidad a su presencia. Nuestras aspiraciones más profundas se pueden realizar. El tiempo humano es la oportunidad para llegar a vivir como hijos de Dios, queridos hermanos. Y esto lo tenemos que anunciar hoy a los hombres con más fuerza que nunca. Es posible vivir. Es más: es necesario, urge alentar a vivir como hijos de Dios y como hermanos de todos los hombres, como nos dice el Papa Francisco y nos lo ha recordado en la última encíclica Fratelli tutti. O cuidar este mundo, con todo lo significa cuidar de este mundo, como nos ha indicado el Papa Francisco en la encílica Laudato si’.
Se ha cumplido el tiempo. ¿El tiempo se ha cumplido para mí? Podemos decir nosotros, queridos hermanos, que es la hora de la verdad. La hora de poner la verdad en medio, aunque nos cueste trabajo. Es más, aunque nos cueste disgustos, pero es necesario meter en este mundo la verdad.

Convertíos. Está cerca el reino de Dios. En las palabras de Jesús, en los gestos, se hace presente entre nosotros este reino. La gran esperanza de la humanidad está aquí y ahora, y es lo que Jesús anuncia como algo presente. Por eso, insiste: convertíos, creed en el Evangelio. Convertíos, que quiere decir: cambiad de dirección, cambiad de manera de vivir y de ver las cosas. La palabra conversión podríamos traducirla por convertíos, pero, mejor todavía, yo diría: dejaos convertir, porque la palabra convertíos parece que es nuestra propia fuerza. Y decir ‘dejaos convertir’ es que Jesús, como ha hecho hoy con su palabra, como lo va a hacer con su presencia, nos empuja a la conversión. Convertíos, transformad vuestra vida.
Mirad: solo nos convierte el Evangelio del Reino. Solo nos convierte la buena noticia de Jesús. Esto era tan claro para don Giussani que, es verdad que estamos celebrando la Misa recordándole, haciendo memoria y rezando por él, pero recordemos lo que era importante para él. Y lo que tiene que ser fundamental para vosotros. No los líos del movimiento que él crea. Cómo sería vuestra vida si en esta Cuaresma emprendiéramos el camino de una verdadera conversión.

El Evangelio no nos habla solo de una conversión moral, personal, individualista sino también de un reino nuevo, de unas relaciones nuevas, de una sociedad donde no exista injusticia, ni explotadores ni explotados. Los que tienen de todo y los que no tienen casi nada. Se trata de hacer un reino de fraternidad entre todos los seres humanos. Si os habéis dado cuenta, el Evangelio de hoy nos sugiere a los cristianos, durante los cuarenta días de Cuaresma, que estamos llamados a seguir a Jesús en el desierto para afrontar y vencer con Él el espíritu del mal. Se trata, queridos hermanos, de una lucha que es interior, de la que depende el planteamiento concreto de la vida, y solamente venciendo el mal en nuestro corazón se prepara el camino de la justicia y de la paz tanto en el ámbito personal como en el ámbito social.

En el actual contexto de esta pandemia que estamos viviendo, sentimos con más fuerza la llamada a una profunda conversión y a convertir nuestro corazón a la paz verdadera. Por eso, en este día en el que estamos orando y recordando a don Giussani, y recordando también lo que él quería del movimiento, lo que él deseaba del movimiento, y que hoy afronta de una forma singular y preciosa Julián Carrón, que nosotros seamos capaces de decir al Señor: Señor, fortalécenos, ilumínanos, fortalece nuestro corazón, danos tu luz para que seamos capaces de convertirnos a Ti y mantenernos en un camino de fidelidad en nuestra vida. Que seamos capaces de afrontar este misterio al que Tú nos llamas a vivir. Sí. Este momento en el que nos haces esta pregunta: ¿qué significa para mí esta conversión?, ¿qué mueve en el fondo mi vida?, ¿qué me impulsa en mi existencia?, ¿qué significa este tiempo que para mí se cumple?, ¿qué significa para mí decir que es la hora de la verdad?, ¿qué significa para mí emprender el camino de una verdadera conversión?

Queridos hermanos: como veis, es un día especial este primer domingo de Cuaresma en el que el Señor nos ilumina y nos lleva a descubrir que Él quiere un pacto. Que lo vivamos junto a Él, desde Él, con Él, en medio de esta tierra. Que Él nos recuerda lo que realmente salva, y que Él nos insiste en llamarnos a esa conversión sincera de nuestro corazón y de nuestra vida.
Estoy seguro de que, si acogemos esta llamada del Señor, Madrid será distinto. Y para eso viene el Señor al altar: para que Madrid sea diferente, cuando hay gente que lo acoge en su corazón y se decide a vivir, no desde sí mismos, sino desde Él, con Él y por Él. Que así sea.