Saludo inicial de Ignacio Carbajosa

Estimado Sr. Cardenal, querido D. Carlos:

Hace justo un año nos juntábamos en este mismo templo para celebrar la eucaristía por el aniversario del fallecimiento de don Giussani, inconscientes de lo que estaba por venir. Lo que hemos vivido este año, y lo que todavía nos queda por vivir, representa una de esas circunstancias en las que el Señor de la historia nos sorprende, nos zarandea y nos llama de un modo muy especial a volver la mirada a Él. Se trata de una circunstancia que ha tenido que afrontar toda persona de este mundo. Nos ha puesto a prueba a todos, también a la Iglesia, llamada a llevar la esperanza al mundo.

Dieciséis años después de la muerte de don Giussani debemos dar gracias a Dios porque el carisma que el Espíritu Santo suscitó en él sigue vivo e incidente en medio de nosotros. El modo con el que Julián Carrón nos desafió a vivir este tiempo de pandemia, acogiendo la circunstancia como el lugar que nos hace más religiosos, fue y sigue siendo una indicación preciosa para vivir este tiempo como una ocasión de conversión, lejos del lamento, que –no podemos negarlo– estaba y está siempre al acecho.

Debo confesarle, D. Carlos, que también he podido ver entre nosotros, aquí en Madrid, una movilización casi espontánea, natural, para salir al encuentro de las necesidades de nuestros hermanos, asistiendo a los enfermos, repartiendo comida a los necesitados, acompañando a los que estaban solos. Me ha conmovido la gratuidad con la que muchas de nuestras familias seguían acogiendo niños o educando a los propios hijos en circunstancias muy difíciles. Me ha asombrado la creatividad con la que nuestros profesores han aceptado el reto de educar en este tiempo. Y, por encima de todo, me deja en silencio orante ver un pueblo que es sostenido, y a la vez sostiene a otros, en la esperanza, un verdadero milagro en este tiempo de desesperanza o escepticismo general.

Una vez más se nos ha impuesto, D. Carlos, que la fecundidad de un carisma no reside en una preocupación autorreferencial, como nos dijo el Papa hace unos años, sino en un dar la vida por la obra de Otro, por la obra de Cristo en el mundo, que, de hecho, produce alegría y mayor conciencia del don recibido. Para esto hemos nacido y para esto existimos como carisma: para servir a la Iglesia y su misión, más concretamente para nosotros, en esta diócesis.
Muchas gracias, D. Carlos por querer, un año más, presidir esta celebración.