No hay lugar para la tristeza cuando acaba de nacer la vida

Una noche con los pobres de la calle, el encuentro con los últimos de los últimos, y un camino educativo que sigue conmoviendo al hombre

Hemos quedado para celebrar la misa en la parroquia de Sarriá, en Barcelona: llevo grabada en el corazón una frase de San León Magno: «no puede haber mucho lugar para la tristeza, cuando acaba de nacer la vida; la misma que acaba con el temor de la mortalidad y nos infunde la alegría de la eternidad prometida».

Como muchas veces nos sucede, el impacto de algo verdadero puede quedar en el ámbito teórico de la vida y no hacer que nos movamos o nos conmovamos y, en consecuencia, nos quedamos igual que antes: esta frase podría ser una de tantas si no encontrara un reflejo fiel en la realidad. Pues esto es precisamente lo que ocurrió el domingo 27 de diciembre, pues no hubo lugar para la tristeza. Es paradójico que precisamente en las fechas en las que la gente de la calle está más nostálgica de un hogar, de una familia, de una caricia, se pueda afirmar que no hay lugar para la tristeza. ¿Cómo puede ser esto posible?

Ese domingo nos juntamos un grupo bastante heterogéneo para celebrar la Navidad con los sintecho del barrio barcelonés del Raval. Les llevamos comida, como solemos hacer cada domingo… esta vez, al ser Navidad, preparamos unos paquetes para regalarles y cantar unos villancicos. ¡Qué espectáculo! Si un extraño se hubiera acercado y se hubiera puesto a observar de lejos, lo que se habría confirmado es justamente que no había tristeza. ¡A pesar de la heterogeneidad había una unidad inexplicable, un milagro! Verdaderamente y a pesar de que no todos fueran conscientes, se celebraba la Navidad. Giussani dice que «con la Navidad entra en el mundo una realidad nueva, una presencia nueva». Ciertamente fue así. De los rostros apesadumbrados, cuando empezamos la velada, ya no quedaba ni rastro. La alegría entró, a pesar de nuestra condición frágil, en la periferia olvidada, con los últimos de los últimos.

Muchas veces me interroga el gesto educativo de la caritativa porque ¿quién es el pobre? ¿Quién era el pobre aquel domingo, aquellos en los que a pesar de su pequeñez se hacía presente algo de otro mundo, o los que con una sencillez de niño acogían aquello que se les portaba? De ahí nacía la unidad, del reconocimiento mutuo de esta presencia que entra en el mundo y nos cambia. No hay condición social para este reconocimiento.



Hay dos hechos que ese día hicieron que brotara en mí el asombro por lo que sucede en Bocatas. En un momento de la noche Mustafá, mientras estábamos a punto de empezar los villancicos me preguntó: «¿Quiénes sois? Llevo un par de años por Barcelona y nunca había conocido voluntarios como vosotros». Nos miraba como si fuéramos marcianos venidos de otro planeta, lo que estaba en juego en esta pregunta no era tanto esta extraña compañía, sino el método que Dios ha escogido para que nos encontremos con Él. Me conmoví, porque hace 12 años a mí me pasó lo mismo cuando me invitaron a Bocatas, descubrí una compañía extraordinaria en la que Cristo poco a poco ha ido desvelándose, hasta convertirse hoy en la presencia más atractiva en mi vida. No sé si me volveré a cruzar por la calle con Mustafá, pero claro está que en él ya se ha introducido una novedad, una presencia nueva ha aparecido un su horizonte.

Otro hecho que quería destacar fue el momento de los cantos. No solo por cómo estábamos juntos y la alegría que se veía, sino por cómo algunos de ellos querían ser protagonistas. Juanito, un hombre de 60 años, fue el que esa noche llevó la batuta a ritmo de navideñas flamencas. Entre canto y canto me acerqué a él porque parecía otro, verdaderamente. «Hacía tiempo que no disfrutaba tanto», me dijo, a lo que yo le pregunté por qué. Él me respondió: «normalmente la gente ni nos mira y vosotros venís aquí a pasar tiempo con nosotros, nos dais sin pedir nada a cambio».
Esto es la gratuidad, lo que tantas veces ha resaltado Giussani como método para la caritativa: si nuestros intentos de amar y ayudar a los demás no nacen de este punto, tarde o temprano el gesto perderá su valor.

El gesto de la caritativa me educa a descubrir lo más verdadero de mí mismo, que dependo de Aquel que me hace y me regala una compañía, una comunión que permite que la novedad permanezca. La compañía es lo que posibilita este gesto, por tanto, es el centro de la caridad, de esta comunión puedo salir al encuentro de todo en la vida. En esta compañía descubro cómo el cristianismo irrumpe en los lugares más oscuros, desvelando la naturaleza de Dios, introduciendo así un nuevo significado de la palabra amor; la caridad.
Peter, Barcelona