
«Vencen porque el mal no consigue hacerlos malos»
Crónica de la presentación del libro San Tito Brandsma y los sacerdotes mártires de Dachau, celebrada el pasado 14 de marzo en Fuenlabrada (Madrid)«Aquel hombrecillo me miró y tuvo compasión de mí». Es el último recuerdo que se quedó grabado para siempre en el corazón de la enfermera que mató, con una inyección, al padre Tito Brandsma en el campo nazi de Dachau. Él había intentado también regalarle su rosario pero ella rechazó: «No creo en esta superstición».
Contó todo esto muchos años después y quizá arrepentida, durante el proceso de canonización de este sacerdote carmelita, que murió el 26 de julio de 1942. Una historia de santidad y libertad, de esperanza y amor, que impactó al público de la parroquia de san Juan Bautista en Fuenlabrada, donde Fernando Millán Romeral presentó su libro San Tito Brandsma y los sacerdotes mártires de Dachau (Ediciones Encuentro) y también sus estudios sobre la figura de este sacerdote holandés.
Hubo casi tres mil sacerdotes católicos internados en el campo nazi que se encontraba a las afueras de Múnich, de los que murieron casi dos mil, la mayoría polacos. Hubo diócesis polacas que después de la segunda guerra mundial se encontraron sin sacerdotes y obispos. A pesar del dolor, del mal y de las atrocidades que se vivieron, el libro cuenta la historia, bella y conmovedora, de cómo muchos sacerdotes vivieron hasta el final su vocación, su entrega al Señor.
Finales del año 1944. En el campo estalló una epidemia de tifus. La situación empeoró en las primeras semanas de 1945. Quedaba poco para el final de la guerra y la derrota del régimen nazi era inminente. En el campo de Dachau lo sabían. ¿Y qué hicieron algunos sacerdotes polacos? Se fueron al barracón donde estaban aislados los enfermos de tifus. No podían morir sin sacramentos, si una bendición. Significaba muerte segura. Y de hecho estos sacerdotes murieron dando testimonio de Cristo cuando faltaban solo dos semanas para la llegada de los americanos.
En gafas, escobas, cajas de cerillas, escondían la Eucaristía, que llegaba, en pequeños trocitos, gracias a unos sacerdotes alemanes que podían celebrar la misa. Así ellos podían estar y adorar a Jesús o tenerlo cerca. También es conmovedor la que se montó en el campo para la ordenación sacerdotal de un diácono, el futuro beato Carlos Leisner. Los presos consiguieron que entraran los óleos para la ordenación (hecho milagroso), confeccionaron las vestimentas litúrgicas para el obispo y para el padre Carlos y un grupito de presos protestantes preparó unos dulces para celebrar el evento. El obispo Piguet, preso y que ofició la ordenación, exclamó: «No se omitió nada. Creí estar celebrando en mi catedral».
«Vencen porque el mal no consigue hacerlos malos», dice el escritor francés Robert Antelme, ateo y preso también él, hablando de lo que pasó en Dachau. Es verdad. Por eso es una historia que merece la pena ser conocida y divulgada. Que nos anima a vivir con esperanza, sabiendo que Dios nunca abandona a sus hijos.