Jesús Carrascosa y su promesa total para la vida
Una historia de cómo nosotros, jóvenes bachilleres españoles, en el follón de los años setenta nos implicamos con Carras, y fuimos conquistados por su humanidad fascinante y llena de certeza. Y de cómo él dio «hasta la última gota de su sangre por Cristo»Conocí a Jesús Carrascosa teniendo yo 15 años, en septiembre de 1979. Todos le llamaban Carras, incluida su mujer Jone. Yo había entrado ese curso como nuevo alumno en el colegio Arturo Soria’ en una zona desahogada del noreste de Madrid. Para él suponía su primera experiencia como profesor en enseñanzas medias, con chicos jóvenes. Había estado buscando una plaza para enseñar en una zona humilde de Madrid, pues provenía de una tradición familiar obrera: su padre trabajó en Gijón, junto a los valles mineros asturianos, a las orillas del impetuoso mar Cantábrico. Y su experiencia anterior al encuentro con el movimiento de Comunión y Liberación también había tenido este cariz: una experiencia de cristianos ‘filo-anárquicos’ alrededor de la editorial ZYX (las últimas letras del alfabeto, ellos eran los “últimos” en todo…).
La elección decisiva
Carras y su mujer Jone, junto a José Miguel Oriol y su mujer Carmina habían encontrado el movimiento cinco años antes, en diciembre de 1974. Carras y Jone, de hecho, se fueron a vivir un tiempo a Milán con algunas familias de CL, para conocer a fondo el movimiento. Por su parte, Oriol, una vez reconciliado con su padre (exponente de una de las familias importantes del país) dio vida en 1978 a Ediciones Encuentro, para publicar en español la obra del fundador de CL, don Luigi Giussani, y a tantos otros autores por él queridos, tras la estela de la Jaca Book. Pero Carras, trabajando en Encuentro, echaba en falta la posibilidad de encontrarse de forma habitual con chavales jóvenes: no era un intelectual, sino un amigo cercano, de gran simpatía humana.
Y así se lo planteó a Giussani en la primavera de 1979, en el aeropuerto de Barcelona: «Sabes, Giussani, paso por un momento difícil; en Encuentro no veo la posibilidad de entablar relación con jóvenes, para así transmitirles lo que hemos visto en estos años en Milán»; y Giussani: «Carras, ¿ves este día de niebla intensa en el aeropuerto, que no nos deja ver nada? No debe ser motivo de contrariedad, porque tenemos la certeza de que detrás de esta niebla luce el sol. Si quieres tener más posibilidades de relación con jóvenes, ¿por qué no haces como hice yo?». Y Carras: «Nunca he sido profesor, tengo ya más de 40 años, pero si tú me lo planteas, lo intentaré». Y Giussani agregó: «Cuidad siempre Oriol y tú vuestra unidad». Minutos después despegaba rumbo a Milán, la niebla se había disipado, y el avión se alzaba bajo un sol resplandeciente…
Algo distinto
Así, nosotros nos encontramos con un profesor singular, un hombre que amaba profundamente la vida, y que nos lo transmitía de forma fascinante. Chicos y chicas de diferentes cursos, entre los 14 y los 17 años. Él era un hombre que mostraba una cercanía total hacia nosotros, una total simpatía, y que entablaba un diálogo verdadero, en el aula y fuera de ella, sobre las cuestiones que para nosotros eran importantes: los estudios, la primera novia, la relación con el resto de profesores, con nuestras familias… Y también las cuestiones socio-culturales y políticas, en un país que pasaba a ritmo forzado del régimen de Franco a una democracia. Tuvo que cursar la última asignatura de la licenciatura, en la última convocatoria de su plan de estudios, pues en su vida anterior se dejaban pendiente una única asignatura, para así renunciar a un título “burgués”. Solíamos vernos en la casa central de los Misioneros Combonianos de Madrid, muy cerca del colegio, en un peculiar salón, lleno de objetos africanos. Allí nos propuso empezar “la caritativa”, clasificando ropa y medicinas para enviarlas a África, o metiendo en sobres la revista Aguiluchos, para sus jóvenes subscriptores.
Desde el principio nos propuso salir el fin de semana juntos, de viernes por la tarde a domingo. Íbamos a una casa parroquial destartalada en Las Navas del Marqués, en la sierra de Ávila, o a otra en Tielmes, en el sur de Madrid. Para nosotros era un plan muy atractivo, lleno de diversión y también de convivencia con nuestros compañeros. Él salía todos los fines de semana, cada vez con un curso distinto, de forma que cada mes salíamos con él los de mi clase. Era un hombre de enorme atractivo humano, pero desde el inicio presentimos que portaba algo más, algo distinto, una promesa total para la vida, algo que unía armoniosamente todos los aspectos de la vida. Y eso se traslucía tanto en los diálogos que presidían nuestras charlas, como en la forma concreta de afrontar la vida. No solo por su singular forma de entenderla, por un lado tan carnal y, por otro, tan lejana de lo que nosotros habíamos mamado en nuestras familias: no, no era solo su atractivo estilo de vida, despojado de todo exceso, de las cosas superfluas; sino que era su modo concreto de entender la vida, armado de razones y con una propuesta integral para la misma.
En las salidas, los fines de semana, jugaba al fútbol de portero (se ponía las gafas del “abuelo”), le gustaba que cantáramos cantos populares, algunos cantos de taberna… y a partir de ahí, algunos de nosotros, con más sensibilidad, empezamos a rescatar las tradiciones musicales populares española y sudamericana, las canciones más hermosas, usando instrumentos folclóricos como el charango, la quena, o el siku. Un día, nos pregunta: «¿Cómo queréis que nos llamemos?». Silencio. «Nuestros amigos italianos se llaman “Comunión y Liberación”, ¿qué os parece?». Nosotros asentimos orgullosos sintiéndonos parte de la misma cosa, allí y aquí.
«¿Quién no desea el ciento por uno?»
Frecuentemente nos invitaba a su casa, en una zona sin asfaltar de Palomeras Bajas, un barrio de pequeñas casas bajas, una “chabola”, como a él le gustaba repetir. Los Oriol eran vecinos del barrio también. La casa era estrecha y muy pequeña, no mucho más de 35 metros cuadrados, en total contraste con nuestras casas familiares, pero allí empezamos a conocer lo que era en su esencia el movimiento; y también empezamos a comer y a beber “como adultos”. Carras era un excelente cocinero, y siempre preparaba cenas apetitosas: paellas, pescados, fabada. También cocinaba bien la pasta, al dente’ pues lo había aprendido en sus años en Italia. Hablábamos de lo divino y de lo humano, siempre con un acento que tocaba fuertemente los anhelos de libertad, de justicia, de bondad, de amor, que nosotros teníamos en la adolescencia. Solía decir: «la vida eterna, seguro que llegará algún día, pero… ¿a quién no le interesa el ciento por uno aquí? Cien veces más amigos, más afecto, más… ¡a quien no le interese esto es que está muerto!».
Carras le había sugerido a Giussani la posibilidad de que algunos amigos con más experiencia vinieran a acompañarnos, y así llegaron primero el cura suizo don Patrizio Foletti, luego desde Milán Nando Sanvito y Diego Giordani, y, más adelante, Carmen Giussani. Recuerdo también con total nitidez el día que nos dijo: «la próxima semana viene Giussani a Madrid, y haremos un encuentro en los Combonianos con él». Allí estuvimos todos, junto a algunos adultos, seríamos 40 o 50 personas. Giussani venía en aquellos años frecuentemente a Madrid, le veíamos casi todos los años, y poco a poco el grupito inicial había ido creciendo. Se sumaban también a aquellos encuentros con Giussani en los primeros 80 algunos curas y laicos de la experiencia de Nueva Tierra, experiencia inter-parroquial de Madrid cercana a la nuestra. De hecho, hicimos junto a ellos en noviembre de 1982 una peregrinación a Ávila, dos días a pie, en la primera visita a esta ciudad de Juan Pablo II en su visita a España. Carras, el día del encuentro del Papa con los jóvenes, nos levantó tempranísimo: «No os preocupéis, que este madrugón merece la pena, porque así estaremos en un buen sitio y veremos muy de cerca al Papa». ¡Fuimos exactamente el grupo al que más lejos del palco del Papa ubicaron, ni se le veía a simple vista! Pero el Papa, cercano siempre a los jóvenes, quiso recorrer toda la zona, pasando con su papamóvil cerca de nosotros, y pudimos desplegar con orgullo nuestra pancarta: “Comunión y Liberación”. El Papa se giró con claridad hacia ella y la leyó. ¡Había merecido la pena!
En 1985 sucedió el milagro de la “unión”: los curas, muchos seminaristas y los chicos de Nueva Tierra decidieron adherirse al movimiento. Recuerdo una asamblea algunos días antes, seríamos 30 personas, 15 de cada experiencia, con voces discordantes… Al final sucedió «el milagro de la unidad», como Carras nos dijo.
El traslado a Roma
En ese momento, la primera generación de jóvenes ya estábamos en el CLU (los estudiantes universitarios de CL), desde hacía algunos años, acompañados día y noche por el citado don Mauro Vandelli, un cura de Reggio Emilia al que Enzo Piccinini siempre llamaba «¡Don Manolo!», usando de forma simpática un diminutivo común en España. Si bien Carras seguía siendo también nuestra referencia, y con él seguíamos comiendo, cantando, viviendo una profunda experiencia de amistad, de cercanía, y de juicio común.
Eran los tiempos de nuestra primera presencia en la Universidad, con un CLU que crecía exponencialmente, con múltiples batallas culturales en una España que abandonaba su catolicismo tradicional para abrazar la duda y el agnosticismo, con el partido socialista en el gobierno. En verano, algunos universitarios echaban una mano, y compartían con él el campamento de Picos de Europa que organizaba para los estudiantes de bachillerato, iniciativa que se sigue haciendo todos los meses de julio desde entonces.
Y así fueron pasando los años; finalmente, en los 90, él pudo entrar en su tercer colegio, (tras el nuestro y el Nuevo Equipo): se trataba (¡finalmente!) de un colegio en Vallecas, un barrio obrero de Madrid. Carras y Jone ya no vivían en la chabola, pues las habían demolido para construir pisos sociales, por eso decía en broma que ahora vivía en el «chabolismo vertical». De allí pasó a otra casa con una bonita terraza, siempre con la barbacoa encendida y con gente invitada, y le gustaba asar pescado, muy propio de su “Asturias, patria querida”. Fueron los años del inicio laboral de tantos de nosotros, la experiencia llamada de los “jóvenes trabajadores”, acompañados por Mario Saporiti y por Ettore Pezzuto.
Recuerdo una vez en Navidad –sería mediados de los 90– que, con nosotros presentes, llamó por teléfono a Giussani: «Don Gius, feliz Navidad; queremos decirte, Jone y yo, que un año más renovamos nuestra total disponibilidad a ir donde nos indiques, a cualquier país del mundo, de forma inmediata, para construir el movimiento». Esa disponibilidad inmediata por el movimiento para mí equivalía a decirle sí a Cristo mismo… ¡por teléfono!, algo que nos dejó en shock. Hasta que a finales de los 90, Giussani les tomó la palabra y les pidió que fueran a Roma, a dirigir el Centro Internacional del movimiento. Muchos años después supimos que Jone, como fisioterapeuta neurológica, había tenido como pacientes a Juan Pablo II y al mismo Giussani, y después trató también a los papas Benedicto y Francisco.
Los 15 meses de Jone en el hospital
Nos seguíamos viendo cada cierto tiempo en reuniones internacionales del movimiento, o en visitas ocasionales a Roma. Y él siempre nos decía, como expresión de entrega total: «Jone y yo ya no volveremos a España, moriremos aquí en Roma». Sin embargo, algunos amigos, en 2019, insistieron: «podríais venir a vivir a un apartamento bonito en Madrid, adosado a una casa de chicos de los Memores Domini (los laicos consagrados de CL)». Y lo que nadie esperaba sucedió. Decidieron volver a Madrid, dejando su casa a un grupo de mujeres Memores Domini amigas de Roma. Al muy poco tiempo de volver, Jone enfermó: una enfermedad paralizante que en horas te puede matar. Estuvo 15 meses en el hospital, la mayoría del tiempo sin poder siquiera articular palabra; aun así, en aquel estado, supuso un testimonio admirable para los sanitarios que la cuidaban. De hecho, un médico le dijo a Carras: «es admirable cómo vive esta mujer»; a lo que Carras respondió: «para vivir como esta mujer, hay que vivir de lo mismo que vive ella, que es la fe».
«Cuidad la unidad del movimiento»
En este periodo, Carras fue elegido responsable de la comunidad española. «Ya soy viejo, quizás lo podría hacer alguien más joven, pero si me lo pedís, estoy dispuesto a hacerlo». Era frecuente escuchar que él daría «hasta la última gota de su sangre por Cristo». Y así fue: luchó incansablemente por la unidad del movimiento, lo repetía constantemente. Algunos habíamos comenzado unos meses antes una asociación cultural, Aquí y Ahora, y en octubre de 2023 hicimos el primer acto público, invitando a Giancarlo Cesana a hablar sobre “Utopía y Presencia”; le pedimos a Carras que moderara él, cosa que hizo. Fue su último acto público, y pocos días después se descubrió su enfermedad, ya en estado terminal.
Su muerte, el 9 de enero de 2024, para mí supuso más un anticipo de la gloria que una triste separación. Al saber de su enfermedad incurable, le dijo a la neuróloga: «estoy sereno y listo para el despegue». Alguna semana más tarde, en la cena de fin de año, dijo: «la belleza de esta cena es que Cristo está». Y recalcó de nuevo dos frases que en esos años había reiterado machaconamente: «Cuidad la unidad del movimiento» y «¡Qué potra hemos tenido!», frases ambas pronunciadas de nuevo escasos días antes de partir para reunirse con el Padre eterno. Para nosotros, la experiencia de su muerte ha sido experiencia también de gratitud por una vida cumplida, de gran amistad y de unión (incluso algunos de los primeros que luego no habían seguido, han vuelto activamente al movimiento), de que la vida es un don hermoso de Otro, y de reconocimiento al fin de todo lo humano y lo divino que el Señor nos ha hecho llegar a través de este hombre en nuestra compañía.
Artículo revisado por el autor tras su publicación en Tempi
- Primer encuentro público de la Asociación Aquí y Ahora: de derecha a izquierda, Carras, Giancarlo Cesana y Javier Ortega.
- En Cobacha (Badajoz), a principios de los 80. Carras, sentado en el centro; en pie, de derecha a izquierda: José Miguel Oriol, don Giussani, Jone y Carmina.
- Julio de 1982, peregrinación de jóvenes de CL de España e Italia a Santiago de Compostela.