De la comunión a la misión
Encuentro con Paolo Sottopietra, superior general de la Fraternidad San Carlos con motivo del tercer aniversario del nacimiento al Cielo del padre Antonio AnastasioCon este título se celebró el pasado 9 de marzo en Fuenlabrada un encuentro-testimonio con Paolo Sottopietra, superior general de la Fraternidad sacerdotal San Carlos Borromeo. En su diálogo con Tommaso Pedroli, superior de la comunidad de Fuenlabrada, pudimos conocer más este fragmento de realidad rica y viva que ha florecido en el don del carisma de Comunión y Liberación.
Sottopietra nos introdujo en la historia y los pilares de esta Fraternidad, para después hablarnos de la comunión, de la misión y de la vocación. La Fraternidad sacerdotal de misioneros de San Carlos Borromeo fue fundada en 1985 por don Massimo Camisasca y reconocida como Sociedad de Vida Apostólica de Derecho Pontificio en 1999 por san Juan Pablo II. Nació en el seno del carisma de Luigi Giussani. En este carisma los miembros de la Fraternidad han encontrado la forma concreta de su pertenencia a la Iglesia y el método para su apostolado y su misión. «Esto es importante en nuestra historia porque nacimos de una realidad más grande, de un pueblo que nos precedía. Somos enviados al mundo a partir de la conciencia de que nos ha enviado algo más grande que nos ha generado. Queremos que nuestra actividad misionera se rija por la educación al movimiento al que pertenecemos».
La Fraternidad se concreta en comunidades de tres a seis sacerdotes que viven juntos siguiendo una regla de vida: oración, silencio, encuentros periódicos, ciertos horarios comunes... Sottopietra afirmaba: «no hay vida común sin la regla; sin ella no hay familia, sino caos. La regla es como el esqueleto del cuerpo: no es bello en sí, pero es necesario para la vida». En cada comunidad hay uno que es autoridad y que está llamado a ser el padre que ayude a los demás miembros a seguir el camino de su vocación, animando e interviniendo cuando sea necesario. Paolo matizaba: «no hay libertad sin la función de la autoridad. La regla es necesaria como en cualquier familia, pero cada uno tiene necesidades particulares y un camino personal que recorrer. Si no existiese un padre, que dentro de la regla crease el espacio necesario para que cada miembro pueda desarrollarse tal cual es, la regla sería esclavitud; en cambio, la regla junto con la autoridad permite la libertad y el desarrollo pleno de cada miembro».
Cuando entran en la fraternidad, los sacerdotes ofrecen su disponibilidad para ser enviados allí donde la Iglesia tenga necesidad, según la decisión de sus superiores. Cada año reciben 10-15 peticiones de obispos o comunidades. Así han nacido las 30 casas distribuidas en 20 países en todo el mundo, en cinco continentes.
A continuación, se centró en el contenido del título del encuentro que nos unía aquella tarde. «La comunión tiene dos dimensiones: la unidad entre los hombres (mi unidad contigo, con vosotros, con todos los que forman parte de mi vida) y la unidad con Dios». La comunión es un hecho, una gracia que nos ha sucedido, pero también una tarea universal en la que Dios pide nuestra colaboración. Colaborar con un don sin poder producirlo, dando testimonio de él al mundo.
Para explicarnos la misión de la compañía, nos describió la sagrada imagen que tenía grabada en su memoria de los amigos llevando el féretro de Anas en su funeral. «La amistad verdadera está determinada por la presencia de Cristo. La compañía nace de aquí, del reconocimiento de pertenecer a Cristo, y nos acompaña toda la vida hasta el momento en el que nos entrega y devuelve a Él. Esta es la misión de la compañía: acompañarnos a Dios a través de todas las pruebas de la vida, llevarnos a Dios y entregarnos a esta esperanza». Más tarde añadía: «cantábamos y llorábamos. Lloramos porque algo en nosotros se rompe. Parece interrumpido un vínculo, pero en realidad el vínculo no está roto, y de aquí brota la alegría y la esperanza. Sabemos, precisamente por la comunión, que este vínculo no termina. La misión es uno que sabe todas estas cosas y que no puede hacer, ni decir nada, sin decirle esto a todos. La misión brota de la comunión».
Por último, Sottopietra habló de la vocación. Nos contó que la vocación en sí misma es un hecho de comunión: es Dios que toma la iniciativa, que toma relación contigo, que te hace entender que quiere que seas suyo, que le pertenezcas… y entonces establece una relación, una comunión. «Si Cristo es lo más importante de la vida, entonces tú tienes que entregarle toda tu vida». Dios siempre llama interiormente hablando en lo secreto, porque cada uno tiene este centro dentro de sí, lugar que Él ocupa para dialogar con nosotros. Y cuando esto sucede, la vida cambia: el corazón queda marcado por un secreto entre Dios y tú. Pero la comunidad cristiana permite que esta puerta que tenemos dentro se quede abierta, de modo que Dios pueda entrar. La Iglesia es el lugar donde este gran secreto es valorado, el lugar que «estima lo más estimable que tenemos» y nos enseña a utilizarlo y a vivirlo de modo que uno pueda responder con su “sí” a la forma particular en la que Dios le ha llamado. «De nadie se ha olvidado Dios: todos tenemos una tarea y un sitio en la historia, en la Iglesia. Y ella es la compañera que te ayuda a descubrir cuál es tu rostro verdadero y te anima a tomarlo en serio».
Terminaba diciendo: «para mí la Iglesia tiene el rostro de los amigos, que me han dado la audacia de mirar mi historia y mi corazón, y de responder a Cristo en la vocación que Él ha pensado para mí. Cristo coincide con su Iglesia, la relación con Él es concreta, así como la pasión por Él».