De izquierda a derecha: Gabriel Gerez, Michele Brignone y Manuel Oriol (Foto: Universitas)

Israel y Palestina: ¿una paz (im)posible?

La asociación Universitas ha organizado un diálogo con el profesor Michele Brignone para ahondar en los motivos de un conflicto donde los cristianos están llamados a una tarea decisiva en favor de la paz
José A. Díaz

El 23 de noviembre pasado tuvo lugar en la Facultad de Derecho de la Universidad Complutense de Madrid, patrocinado por la Asociación Universitas, un encuentro con Michele Brignone sobre el conflicto en Tierra Santa. El profesor Brignone es director de investigación de la Fundación Oasis (nacida en Venecia en 2004 e impulsada por el cardenal Angelo Scola, entonces patriarca de la ciudad, con la idea de favorecer el conocimiento recíproco de cristianos y musulmanes) y profesor de lengua árabe y de teorías políticas árabes en el Máster de Estudios de Medio Oriente de la Universidad Católica de Milán.

Conversando con Gabriel Gerez, titular de Derecho Romano en la Universidad San Pablo CEU, el profesor Brignone explicó los precedentes histórico-políticos que han dado lugar a la situación actual. Remontándose hasta el primer caso de regreso de judíos a Tierra Santa en 1882, tras los grandes pogromos en la Rusia de los zares, que ponen de manifiesto la inseguridad que sufrían los hebreos en Europa, repasó la historia de lo que hoy es Palestina. En la época de la Primera Guerra Mundial, los británicos, por motivos políticos, se declaran favorables a la instauración de un hogar judío en Palestina, al tiempo que se comprometen con los árabes a formar un estado árabe; un censo de 1922 revela que en esa época había alrededor de 650.000 árabes musulmanes (aún no conocidos como palestinos), 80.000 cristianos casi todos árabes, y 60.000 judíos. En 1936 los árabes se rebelan a la vez contra los administradores coloniales británicos y contra la inmigración judía, que ha venido creciendo desde la subida al poder de los nazis.

Tras la Segunda Guerra Mundial tiene lugar la descolonización británica y, bajo el clima favorable a la instauración de un estado judío propiciado por el holocausto, una comisión de Naciones Unidas propone la división de Palestina en dos estados, uno judío y otro árabe, con un estatuto internacional para Jerusalén. Sin embargo, el proyecto se complica, sobre todo por el lado árabe, porque la delimitación territorial no establece continuidad entre las distintas partes del eventual estado palestino. Estalla la Primera Guerra árabe-israelí y los estados árabes atacan a lo que después sería el estado de Israel, cada uno siguiendo sus propias lógicas internas; el resultado es que en 1949, cuando se llega al armisticio, el estado de Israel, que mientras tanto ha proclamado su independencia, ha conquistado un territorio más amplio del inicialmente previsto, expulsando a unos 700.000 árabes de sus casas; es lo que en la memoria palestina pasará a la historia como la nakba, palabra árabe que significa catástrofe.

En la guerra de los 6 días de 1967, Israel amplía todavía más su territorio, y es cuando se empieza a hablar de territorios ocupados: el Sinaí egipcio, la franja de Gaza, Cisjordania (con Jerusalén), y los altos del Golán, en Siria. Una resolución del Consejo de Seguridad de 1967 pide que se devuelvan esos territorios, sentando las bases de las sucesivas negociaciones. Al mismo tiempo, se constata el fracaso de la unidad pan-árabe y el problema asume características específicamente árabe-palestinas, sobre todo en los campos de refugiados y en la diáspora; nace así la OLP, la Organización para la Liberación de Palestina. En 1973 una nueva guerra, la de Yom Kippur, marca un nuevo paso: Egipto ataca por sorpresa, recupera todo el Sinaí y asume el control de la franja de Gaza, Siria recupera una parte del Golán, y Cisjordania sigue siendo territorio ocupado; se ponen así las premisas para el acuerdo de paz del 79 entre Israel y Egipto. A la vez, el movimiento nacional palestino se muestra muy activo, también a través de la lucha armada, tanto dentro como fuera del territorio israelí (el episodio más conocido es el ataque a un grupo de atletas israelíes durante las olimpiadas de Múnich de 1979). En 1987 estalla en Gaza la primera intifada, o sea el primer gran alzamiento de la población palestina contra la ocupación israelí, que indica que la conciencia nacional palestina ya se ha convertido en un fenómeno popular, de masas, y desde allí se difunde a los demás territorios ocupados. Ese mismo año nace el movimiento de Hamás, palabra que en árabe quiere decir fervor o celo, pero que es también un acrónimo de Movimiento de Resistencia Islámica. A partir de ese momento Hamás se opondrá a los intentos de paz entre Israel y Palestina, especialmente a los acuerdos de Oslo de 1993, que prevén el reconocimiento por parte de los palestinos del estado de Israel y el reconocimiento por parte de Israel de una Autoridad Nacional Palestina que poco a poco tendría que ir asumiendo el control de los territorios.

El proceso de paz fracasa por muchos motivos, entre ellos el asesinato del presidente israelí Isaac Rabin por un extremista judío, pero sobre todo porque en esta fase hay dos grandes opositores al proceso de paz: por el lado palestino, Hamás, que, contrario al reconocimiento del estado de Israel, se va enraizando cada vez más en el tejido social palestino y, tras ganar las elecciones, asume el pleno control de la franja de Gaza en 2007; y, por el lado israelí, Benjamin Netanyahu. Así llegamos, después de varios enfrentamientos, a la situación actual, en la que esos mismos opositores al acuerdo de paz son también los rivales que se enfrentan en la guerra.

En relación a la pregunta de si la respuesta de Israel es conforme al derecho internacional, o si por el contrario es desproporcionada, Brignone reconoció que el conflicto es extremadamente complejo y muy difícil de definir: el ataque del 7 de octubre procede de un territorio ocupado, según el derecho internacional, porque aunque Israel se haya retirado unilateralmente de Gaza, continúa manteniendo el control del espacio aéreo, de las comunicaciones y de la entrada en la franja; pero, a su vez, golpea territorios que según la resolución de 1967 forman parte del estado israelí. Por otro lado la respuesta de Israel es claramente desproporcionada: para sintetizar, podría decirse que es legítima desde el punto de vista del ius ad bellum, es decir de las razones que pueden legitimar una intervención bélica, pero en cambio es desproporcionada desde el punto de vista de ius in bello, es decir de las acciones que se realizan cuando la guerra ya ha comenzado. Además, desde el punto de vista político no está claro cuáles son los objetivos de cada una de las partes. Israel quiere extirpar a Hamás de Gaza, pero no se sabe qué quiere hacer después en caso de que lo logre. En cuanto a Hamás, puede que tuviera como objetivo suscitar una rebelión general de los palestinos tanto en Cisjordania como dentro de Israel, donde el 20% de la población es árabe, y también confiaba probablemente en la intervención de los aliados regionales, comenzando por Hezbolla; pero hasta el momento esa insurrección no ha sucedido y el apoyo exterior ha sido solo parcial. En particular, el proceso conocido como los acuerdos de Abraham entre los Emiratos Árabes Unidos y el estado de Israel no necesariamente se ha interrumpido o cortado del todo; estos acuerdos significan un problema muy serio para Hamás, puesto que dejan de lado una solución de conjunto para los palestinos, como ya pasó con Egipto en 1979. Por otra parte, el fuerte acercamiento entre Israel y Arabia Saudita que estaba teniendo lugar en los últimos tiempos seguramente se ha ralentizado.

Respecto a la posibilidad de encontrar soluciones políticas al conflicto, hoy parecen más lejanas que nunca, no solo por la violencia en el conflicto sino porque no se dan las condiciones para la existencia de dos estados, y especialmente para la del estado palestino, muy fragmentado territorialmente y progresivamente sometido a una creciente colonización por parte de los asentamientos. Además, también es difícil identificar una autoridad política creíble; la autoridad palestina está desde hace años afectada por una corrupción política muy fuerte, y Hamás no puede ser reconocido como interlocutor, sobre todo después del 7 de octubre. Sin embargo, existen experiencias de convivencia, quizá pequeñas pero significativas; hay una especialmente significativa, Oasis de paz –o Neve Shalom en hebreo y Wahat al-Salam en árabe–, un pueblo fundado por un dominico de origen hebreo convertido al catolicismo, que ha creado una comunidad mixta de árabes y judíos que conviven y trabajan juntos con la idea de extender esta convivencia a todo el territorio palestino. Son experiencias que pueden tener un valor profético, en el sentido de mostrar un camino alternativo posible, pero que a día de hoy no tienen relevancia política porque el clima general está marcado por el conflicto. Además, aunque en los últimos años hemos estado muy atentos a las derivas violentas que se estaban dando en el mundo musulmán, hemos sido menos conscientes del proceso especular que estaba sucediendo dentro de Israel, con un fuerte crecimiento del extremismo religioso judío que constituye la base política y electoral de Netanyahu.

En cuanto al peso que pueda tener el factor religioso en el conflicto, la cuestión palestina representa desde el inicio una encrucijada de factores políticos, nacionales y religiosos; en los enfrentamientos de antes de la creación del estado de Israel se ve una influencia muy importante de las mezquitas, y la idea misma del sionismo, aunque es una idea laica, tiene a la vez un clarísimo fundamento bíblico, que vincula con fuerza su identidad y su historia al Medio Oriente. Por el lado islámico, el documento con el que Hamás ha anunciado el ataque del 7 de octubre hace muy evidente este entrelazamiento de motivaciones racionales, nacionales y religiosas. Así, Hamás no se dirige nunca a Israel como el enemigo infiel, sino como los ocupantes criminales, es decir con una definición política; pero al mismo tiempo, reivindica la centralidad de la mezquita de Al-Aqsa para la identidad palestina, y denuncia los intentos de profanación judía de este espacio, intentos que a decir verdad han sucedido en los últimos años, en los que grupos de extrema derecha judíos han insistido mucho en volver a apropiarse de ese espacio, que corresponde al lugar en el que estaba construido el templo. Desde el punto de vista musulmán, es significativo que la única cuestión en la que hay unanimidad entre todas las instituciones islámicas internacionales, divididas en muchos otros aspectos, es precisamente la cuestión palestina. Por tanto, el hecho religioso pesa, y la verdad es que es difícil encontrar en este ámbito una auténtica solución. Por la parte judía hay lecturas críticas del extremismo creciente, mientras que por la parte musulmana hay un consenso mucho más amplio sobre la existencia y los métodos de Hamás.

Dinámicas un poco diferentes podemos verlas dentro de las comunidades cristianas en Tierra Santa. En la presencia cristiana hay dos dinámicas distintas: por un lado, los cristianos representan una de las partes en conflicto, porque en su mayoría son árabes y en cuanto tales comparten la fuerte hostilidad de los musulmanes hacia el estado de Israel. Al mismo tiempo, la iglesia local, y sobre todo la iglesia latina, está haciendo un esfuerzo para no posicionarse en el conflicto. En particular, el actual patriarca latino de Jerusalén, el cardenal Pizzaballa, se ha expresado claramente en esta dirección, diciendo que los cristianos no son neutrales ni equidistantes, sino que son equipróximos, tienen la tarea de comprender las razones de ambas partes, y por tanto también de evitar las posiciones maximalistas o extremistas. Podría decirse que, como en todo Oriente Medio, los cristianos pueden tener un papel de mediación. Además, cuando hace poco fue creado cardenal, Pizzaballa se refirió claramente a la Iglesia madre de Jerusalén, invitando a los cristianos a mirar especialmente lo que sucedía en esa tierra para subrayar que esto que sucede allí no es algo que afecte solo a palestinos e israelíes, sino que tiene que ver con toda la Iglesia en su conjunto. Esta idea de la Iglesia madre creo que es una cuestión de memoria cristiana, pero sus palabras también tienen valor civil, porque efectivamente el conflicto entre Israel y Palestina tiene que ver con todos, porque tiene un valor simbólico altísimo. Desde el punto de vista cristiano, el penúltimo patriarca latino de Jerusalén, monseñor Sabbah, decía que la iglesia de Jerusalén es una iglesia fiel a sus orígenes y por tanto una iglesia del calvario, o sea que el calvario es la condición existencial de los cristianos de Tierra Santa, formando parte de su testimonio. Hoy vemos efectivamente que las cosas van en esa dirección.

Los cristianos sufren de manera particular el conflicto, no porque sean más víctimas que los demás –en ese sentido son tan víctimas como los musulmanes, como hemos visto en Gaza, donde se ha bombardeado una iglesia y han muerto cristianos– sino porque para los cristianos es especialmente importante la economía que se mueve en torno a las peregrinaciones; su permanencia en Palestina está muy ligada a la paz, no solo como condición existencial sino también como condición económica; muchas personas se han quedado sin trabajo de un día para otro. El cardenal Pizzaballa ha hecho un llamamiento para sostener, también económicamente, a la comunidad cristiana; la situación es efectivamente muy difícil, y aunque es difícil pensar que haya alguna solución política a partir de su posicionamiento, porque son en realidad una comunidad muy minoritaria, lo que está haciendo el cardenal Pizzaballa es significativo por sí mismo, como signo de una posible alternativa frente a lo absurdo del conflicto. En realidad, el papel es más de todos los cristianos que de los cristianos de Tierra Santa, a partir de la posición que tienen hacia el conflicto, que no debería ser la de tomar partido hacia una de las dos posturas o alimentar la polarización, sino la de comprender las razones de ambas para mediar e interceder entre ellas.