La educación no está de moda
Las quejas sobre el estado de la enseñanza y las trabas de las nuevas leyes no pueden estar en el centro del debate educativo. El artículo de Ferran Riera en Catalunya CristianaEste año el inicio de curso está salpicado diariamente por noticias estremecedoras y polémicas. Periódicos, tertulias radiofónicas y televisivas hablan de los problemas de la educación en nuestro país. Pero la educación no está de moda. Lo que está de moda es la queja y la reivindicación, el sentirse molesto y atacado, la desagradable sensación de que no te dejan trabajar en paz y, sobre todo, la denuncia. En nombre de mi derecho o del derecho de mi colectivo, la denuncia siempre. Estar indignado es la forma razonable de vivir en un mundo en el que siempre hay razones para estarlo.
No es ironía. Hay motivos para estar enfadado. Ahí tenemos, por ejemplo, el dramático intento de poner en funcionamiento la aplicación de una ley, la de la famosa inclusividad que, diseñada en los despachos de la teoría de la igualdad, está imponiendo por la vía de los hechos y la falta de recursos un sistema que deja en vía muerta la posibilidad de que la escuela (todas las escuelas y la variedad necesaria de escuelas) sea la herramienta que tiene un país para rebajar desigualdades sociales y torcer el destino fatídico de aquello que ha llegado a este mundo con las peores cartas para el juego de la vida.
Por no hablar del espeluznante panorama de la hipersexualización de nuestros niños y jóvenes. Consumidores habituales de pornografía y videojuegos con contenido altamente violento, de aplicaciones destinadas al contacto virtual y a la venta de la propia imagen en el mercado digital de esclavos del siglo XXI. Productos a los que acceden mediante los móviles que nosotros, los adultos que se supone que conocemos el percal, les hemos proporcionado bajo el lema de «hay que educarles para que lo utilicen bien» o del «así los podemos controlar mejor». Y así, como quien no quiere, estamos entregando a miles de niños y jóvenes al yugo de la enfermedad mental y después nos hacemos los ofendidos cuando tratan la alteridad y su materia, esta bendita carne que hemos olvidado y que es necesaria para una relación real y verdadera, como algo inexistente o, incluso peor, algo prescindible.
La educación no está de moda. La instrucción y la seguridad, sí. La denuncia y el fariseísmo, también. Nos rasgamos las vestiduras y clamamos al cielo reclamando justicia cuando sufrimos las consecuencias de la vida social que entre todos hemos construido o simplemente tolerado, sin nada o no demasiado que decir.
Si la educación estuviese de moda no hablaríamos solo de recursos económicos, ni de controles parentales, ni de leyes. Todas esas cosas pueden ser necesarias o útiles. Sin duda hará falta pensarlas mejor y, sobre ellas, tomar decisiones conjuntamente. Pero si la educación (y no la preocupación por la crisis) no está en el centro, lo demás solo sirve para alimentar los motivos de los que viven enfadados.
Hablar de educación es hablar del gesto de un hombre libre que transmite a quien viene detrás el significado de las cosas bellas y buenas que quiere conservar y amar, un hombre que ama y exalta en todo la libertad que necesita el joven para acoger este significado como propio.
Si no hablamos a este nivel no podremos descubrir que el drama no se resuelve con más personal, ni tampoco legislando a favor o en contra de algún principio o teoría pedagógica. No descubriremos que son la Belleza y las experiencias de orden lo que configura la magnanimidad y la grandeza de espíritu de los hombres y las mujeres que, en nuestro mundo, podrán hacer frente a los desafíos que tanto nos hacen sufrir y enfadar.
Publicado en Catalunya Cristiana (octubre 2023)