15 años buscando un lugar, una relación, una verdadera casa

Familias para la Acogida en Cataluña celebra su 15 aniversario con la psicóloga Anna Marazza
Jorge Martínez

El pasado sábado 18 de Febrero se celebró en la Escola La Gleva (Sant Hipòlit de Voltregà, Barcelona) el 15 aniversario del nacimiento de la Asociación Familias para la Acogida en Cataluña. La invitada fue la psicóloga Anna Marazza, cofundadora en los años setenta del siglo pasado de la misma asociación en Italia, y compañera de camino de las familias implicadas en la misma asociación en Cataluña.

Tras una breve presentación del acto por parte de la presidenta catalana, Glòria Arnau, y una mínima intervención de Anna Garriga relatando algunos puntos clave de la aventura vivida estos últimos 15 años en Cataluña, Anna Marazza habló del matrimonio para un aula abarrotada de familias y niños.

Empezó retratando al hombre de hoy, prisionero de sí mismo, y exponiendo la oportunidad que es el enamoramiento, que coincide con una intuición: «el otro es una posibilidad para mí». Sin embargo, esta brizna de verdad que puede abrir a un apasionante camino educativo en la apertura a la diferencia suele perder su potencia inicial, y nos acaba molestando del otro aquello mismo que nos atrajo de él en un inicio: su diferencia.



Uno de los modos en que cotidianamente transformamos esta intuición, nos explicó, es la idealización: «se olvida que el otro nos atrajo por un atractivo que coincidía con su diferencia y se deja de caminar a su encuentro, para pasar a imaginar quién debería ser, y en quién debería convertirse para convertirse en el artífice de nuestra felicidad». De este modo tan simple se cae de nuevo, subrepticiamente, en la prisión de uno mismo, «en la inmoralidad de sentirse el centro del mundo». Se empieza a funcionar de nuevo con la idea, poco acorde con la experiencia, de que nos podemos hacer felices por nuestros propios medios.

Algo parecido sucede cuando llegan los hijos. En lugar de poner la esperanza en la pareja, que ya ha mostrado no cumplir la promesa, pasamos a ponerla en los pequeños, que, pese a su condición de altavoces del misterio, son incapaces de cambiarnos la vida radicalmente por ellos mismos. El horizonte del matrimonio y de la paternidad es «un horizonte maravilloso, pero todavía demasiado pequeño», para lo que es el ser humano.

La vida no es algo que se solucione fácilmente. Necesitamos un método educativo que en el tiempo nos abra al Otro, que nos haga tener cada vez más espacio para el prójimo en nuestra vida. «Cuando me encuentro con alguien, lo primero que miro es el espacio que tiene para el otro», afirmó.

La tarea de la vida es hacer espacio para los demás y Dios, «que nos toma en serio», nos da un buen método: una familia cargada de límites, que es «como un gimnasio donde todo el mundo tiene que trabajar por sí mismo y con los otros, donde nos intentamos amar irónicamente unos a otros, y donde huele a sudor y a lucha».

Las personas que acogemos pasan a formar parte de este gimnasio. Colaboran en nuestra educación con Dios, «rompiendo nuestros esquemas hasta el punto de hacernos ceder». En el matrimonio no podemos cambiar al otro, solo podemos ayudarle a que él se deje cambiar libremente. «Nosotros solo nos podemos mover a nosotros mismos, no al otro. La vida está hecha para que yo me ponga en juego».



La psicóloga también advirtió de un problema que se encuentra a menudo en los matrimonios que vienen a consultarle: se han conformado con una convivencia tranquila con una «pareja o familia casi perfecta». Esa solución no abre el propio ser a Dios y lleva al desengaño y escepticismo con respecto al propio deseo.

Así, la acogida sirve para no olvidar lo que se intuyó en el enamoramiento, que «el otro es para mí el lugar donde ofrecer mi yo y salir de mí». Los hombres de verdad, afirmó, «son los hombres que buscan su lugar, y ese lugar es una relación, una verdadera casa, una relación en la que pedimos decir yo».

Para finalizar, Anna Marazza contestó a algunas preguntas. Una de ellas fue sobre la crisis actual del matrimonio, en la que se puso en evidencia que la acogida en el matrimonio siempre tiene que ir acompañada de una «conveniencia humana» de cada uno de los cónyuges y de una «posibilidad de crecimiento». Sin eso, ella recomienda la separación y que marido y mujer busquen algún otro lugar en el que continuar esa tarea que dura toda la vida y que consiste en hacer espacio en uno mismo a la diferencia, porque “el más diferente es Dios.”
Una fiesta para crecer y volver a caer en la cuenta de la historia en la que vivimos; una fiesta para crecer matrimonial y familiarmente; una fiesta para caer de nuevo en la cuenta de que «el otro es un bien para mí».