La alegría es proporcional al empeño con el ideal
El comunicado final del Punt Barcelona, que se ha celebrado del 20 al 22 de mayo bajo el lema «Vivir es comenzar, siempre, a cada instante»Para todo el recorrido de esta edición del PuntBCN, nos hemos dejado interpelar por la provocación de Pavese: “La única alegría en el mundo es comenzar. Es hermoso vivir porque vivir es comenzar, siempre, a cada instante.” Y este fin de semana hemos podido verificar que ciertamente el misterio del nacimiento es más fuerte que el de la muerte. En primer lugar, hemos asistido a la evidencia de una comunidad de hombres y mujeres, de un pueblo de familias que, por alguna extraña razón, comunica una novedad. Como nos ha hecho notar un amigo cuando constataba el dato que emergía con sencillez ante su mirad: “aquí la gente sonríe, como si hubiera algo mágico”. El espectáculo de gente corriente que transmite algo que desgraciadamente es excepcional, la alegría. Este amigo se ha topado con algo que le ha llamado la atención, ha despertado algo nuevo en él. Algo le ha impactado, sorprendido y movido. ¿Cuál es la dinámica de este cambio?
El cambio de mirada ha dependido de que lo que teníamos delante ha podido arrastrarnos. Solo podemos renacer cuando irrumpe en la experiencia un factor que trastoca el modo habitual con el que nos relacionamos con la realidad. El nihilismo está al acecho, no solo en su versión ideológica, sino ante todo porque atenta contra el deseo de esperar, de construir, de vivir una aventura, de “iniciar empresas que nos lleven más allá de las columnas de Hércules”. Siguiendo el paralelismo con las palabras de Pavese “prisión, estupidez, enfermedad, hábito” pueden carcomer el deseo si permanecemos en la cerrazón de un monólogo interior que no da espacio a la alteridad. ¡Cuánto nos ha impresionado ver que ni la enfermedad ni el dolor pueden abortar esta dinámica del nacimiento! Más bien se pueden convertir en nuestro mayor aliado para acoger con sencillez la naturaleza de nuestra necesidad.
Nacer. Ver la luz. No es posible sin una presencia que ponga en jaque las categorías con las que operamos habitualmente, una y otra vez, a cada instante. Este volver a nacer por fuerza tiene relación con el vernos atraídos por una presencia, por algo que está ante nosotros, cuya persuasión acalla la voz anodina del cansancio, de la negatividad, o de la repetitiva letanía de nuestras medidas. Volver a nacer, estar abiertos a la sorpresa del instante, a la maravilla del vivir, solo es posible si germina en nosotros la semilla de la esperanza, de la resurrección del deseo. Volvemos a nacer en el encuentro con alguien en quien identifico un deseo mío. “Buscaba hermanos que buscaban lo mismo que yo” nos ha dicho Mencarelli, y que percibieran que la mía era “una inquietud normal, y no una enfermedad”.
A lo largo de este fin de semana ha resonado el eco de la pregunta que Nicodemo le hizo a Jesús de Nazaret: ¿es posible nacer de nuevo? Pero, verdaderamente, ¿cuál es la naturaleza de la pregunta de Nicodemo? ¿Qué llevaría a un hombre como Nicodemo, sabio, formado, perteneciente al pueblo escogido, un líder religioso y justo, a escabullirse por la noche, inquieto, quizá sin poder dormir, a buscar a otro en apariencia nada deseable para los intereses de élite del momento? ¿De qué modo se estarían viendo sacudidas todas las categorías que configuraban su sistema de pensamiento, las certezas que habría ido adquiriendo a lo largo de su vida?
Mencarelli nos ha recordado que “no sabemos de dónde nos llega aquello que nos puede rescatar”. Por ello, por lo que hemos vivido este fin de semana, podemos afirmar que nuestra responsabilidad es la de dejarnos poner a prueba a cada instante. Solo así podremos iniciar procesos de generatividad social que estén a la altura de los desafíos de nuestra época. Es de esta “inquietud divina” de Nicodemo, como la de Piccinini, que puede renacer la alegría que cambia a los hombres y que tanto necesita nuestra sociedad. Como le gustaba repetir a nuestro amigo italiano, “la alegría es proporcional al empeño con el ideal”.