Mons. Vadell durante la misa en ocasión del sexto aniversario del fallecimiento de Marcos Pou Gallo

Nos enseñó a ser hijos

El testimonio de varios amigos que agradecen la paternidad con que les acompañó monseñor Antoni Vadell, obispo auxiliar de Barcelona, que falleció el pasado 12 de febrero

La Iglesia diocesana que peregrina en Barcelona ha sufrido recientemente la pérdida de Monseñor Antoni Vadell i Ferrer, obispo auxiliar de la ciudad de Barcelona; un hombre llamado por Dios a dejar su tierra natal y a convertirse en pastor, padre y obispo, presente también en la vida del movimiento de Comunión y Liberación, al que acompañó paternalmente tanto en la eucaristía del foro anual PuntBCN como en las vacaciones de los universitarios en Masella, así como en el trato personal con algunos de sus miembros. A continuación, algunos testimonios que documentan esta amistad.

Le conocimos gracias a unos amigos de Mallorca que vinieron a acompañar a su párroco en la ordenación episcopal en setiembre de 2017. Tres meses después coincidimos en una cena de Navidad multitudinaria y no perdimos la oportunidad para decirle que le habíamos conocido gracias a nuestros amigos de Lloseta (Mallorca) y que estaríamos encantados de invitarle un día a cenar a casa. Con qué alegría y disponibilidad nos dijo que sí. Se nos concedió a toda la familia sorprendentemente vivir una preciosa amistad con él.
El día de las exequias en Barcelona, fuimos por la mañana a buscar al aeropuerto a los amigos de Mallorca que encontramos en su ordenación episcopal, que venían también al funeral, y coincidíamos en que el Señor nos ha cuidado con una ternura infinita a través de la persona de Toni. Estamos infinitamente agradecidos al Señor por el regalo de su compañía durante estos cuatro años, que ha entrado en nuestra casa con una familiaridad, una alegría y un afecto grande y sincero, signos de alguien que vive enamorado de Cristo.
Ahora su falta se ha convertido en ocasión de diálogo con el Señor, a través de su intercesión, para que yo le busque en todo, para que haga crecer en mí el entusiasmo por todo, la petición de que Él acontezca en todo lo que me toca vivir, mejor dicho, para que le pueda reconocer en todo lo que acontece, porque todo consiste en Él; en definitiva, para llegar a vivir como Toni.
Cristina y Germán

Mons. Antoni Vadell con Ignacio Carbajosa en unas vacaciones con los universitarios

Conocí a Toni en una reunión en Valencia cuando él era sacerdote en Mallorca. Recuerdo bien cómo brotó el deseo de conocerle al descubrir en este hombre tan simpático el interés que le dominaba por entero: le apasionaba el Señor y le apasionaba trabajar para Él en su Iglesia. Era además un hombre amable y acogedor, especialmente fácil en el trato. Enseguida nos hicimos amigos y empezamos a acompañarnos. En aquellos años era vicario episcopal y párroco en unos pueblos del interior de la isla. Visitándole allí, o cuando él venía a mi casa, o siempre al escucharle en las conversaciones por teléfono, se hacía evidente que vivía volcado, entregando el corazón entero a su tarea, a su responsabilidad, sin reservarse nada para una vida alternativa. Amaba a su familia, a su tierra y a su gente. Pero cuando el Papa le pidió que se viniese a Barcelona como obispo auxiliar, le dijo que sí. Los días previos a su ordenación episcopal los pasamos juntos en Montserrat. En un paseo por las terrazas altas de la basílica, no escondía su sorpresa e impresión por el nombramiento. Tampoco disimulaba cuánto sabía que lo que el papa Francisco le pedía era más de lo que él podía dar. Además, al imaginar su vida como obispo, le inquietaba mucho la posibilidad de una vida a una cierta distancia de la gente, sin el calor de la proximidad que se puede dar en la vida del sacerdote en una parroquia. Pero le dio su sí al Señor, y Él le regaló enamorarse de Barcelona y de su nuevo ministerio. ¡Toni obispo! El mismo de siempre, pero enriquecido, más consistente, de humanidad más dilatada, también más libre, y aún más acogedor. Se dejó ir esculpiendo por aquello a lo que el Señor le fue llamando, como si la vocación fuese el cincel con el que Dios le quiso ir dando forma. Toni vivió siempre en la Iglesia: en Mallorca, en Roma durante sus estudios, de vuelta en su diócesis, y por fin en Barcelona. Ha sido siempre muy hijo de esta madre. Al final, la enfermedad… Muchas veces, ante la sorpresa de lo que veía suceder en los corazones de tantos que se le acercaban, decía: «el Señor me llama a ser pastor así, desde la enfermedad».
Yago

Conocí a Toni el 26 de enero de 2019. Ese día, después de una visita a la Sagrada Familia, mi hermano quiso presentármelo. Salió de una parroquia de la periferia de Barcelona y después de saludar a los demás, se fijó en mí y me dijo: «A ti te conozco». Recordaba haberme visto unos tres meses antes en una misa de jóvenes en la catedral de Barcelona, donde yo estaba sentado al fondo y de la que me fui antes de la bendición. Era verdad. Pensé para mis adentros: «¿Y este quién es?». De allí nació una amistad inesperada e inmerecida por mi parte. No era solamente un gesto de caridad hacia mí, le interesaba saber quién era yo. La conciencia de haber sido alcanzado por Cristo vino con el tiempo. Me resulta difícil resumir el bien que me hizo. Me cambió la vida.
Giovanni

Mons. Antoni Vadell en las vacasiones del CLU, julio de 2019. Es el tercero de la última fila.

Conocí a Toni Vadell en marzo de 2019, cuando fui a presentarme con el deseo de ayudar a la Iglesia a través de mi trabajo: la comunicación audiovisual y los medios. Desde que me encontré con el Señor, descubrí que no puedo hacer nada mejor con mi tiempo que dar a conocer al mundo a Aquel que ha entrado en mi vida, rescatando todas las circunstancias y mostrándome un camino para vivir a la altura de las exigencias de mi corazón. Toni me tomó en serio desde ese primer momento y me recomendó en aquellos trabajos en los que veía que podía ayudar, siendo un impulso fundamental para los inicios de mi empresa. Además, la relación con él comenzó a crecer y poco a poco se fue dando una amistad preciosa en la que podía mostrarme sin censurar nada. Compartiendo momentos cotidianos como ver una película, cenar con amigos, pasar juntos unos días de vacaciones... fui descubriendo a un hombre enamorado de Cristo y apasionado por Su Iglesia, con el don de hacer sentirse preferidas a aquellas personas que compartían un rato con él. En estos días tan tristes predomina sobre todo el agradecimiento al Señor por regalarme amigos así, que ya tengo en el cielo, que me testimonian con su vida y con su muerte a qué –a Quién– estamos llamados.
Albert