Un trabajo que estira la sencillez

En un claustro de profesores emergen las dificultades para ser profesor ahora. Pero también para ser padre, marido, hijo. Pero más que una dificultad esta circunstancia puede ser una condición para aprender a ser maestro, padre, hijo, esposo, ahora

Hay cosas que nos suenan ya a todos por el recorrido que llevamos hecho desde hace tiempo. Me parece que estos tiempos son eminentemente vocacionales, son momentos donde se hace verdad aquello de que la circunstancia no es factor secundario sino que es factor esencial en nuestra vocación.

El otro día, en el claustro de profesores del colegio, salían las dificultades para ser profesor ahora, a través de pantallas, con chats, con el WhatsApp, con el cabreo de los padres, con tu propio cabreo… salen todas las dificultades para acompañar a los chavales en un momento que, si ya cuesta cuando están en clase, imagínate a distancia. Hablando con los profesores, surgía esto: se hace evidente la dificultad para ser profesor, pero también ha crecido la dificultad para ser padre, para ser marido, para ser amigo, porque aparecen unas circunstancias que no contemplábamos, unas condiciones que no contemplábamos.

Pero más que una dificultad son una condición para nuestra vocación. Tomar conciencia de esto me ayuda muchísimo. La condición para ser maestro ahora, para ser padre ahora, para ser marido ahora, es la que nos toca vivir ahora. Una condición en la que uno, en la medida en que la acepta plenamente, es decir, en la medida en la que acepta la limitación de la circunstancia pero también la limitación que uno mismo tiene, la impotencia que uno puede vivir o la incapacidad que uno puede percibir ante esta circunstancia, en la medida en que uno acepta esto y dentro de una relación de diálogo con el Señor, creo que uno puede revisar o perfilar la propia vocación. Uno puede salir de esta siendo más hijo, más padre, más marido, porque ha aprendido a serlo en esta circunstancia.

Un ejemplo de ello es lo que le ha pasado a un amigo nuestro. Su padre murió hace unas semanas, ya estaba enfermo pero además se contagió del Covid y murió de una neumonía. Nuestro amigo estaba en el hall del hospital y no le dejaban pasar a ver a su padre, cuando lo propio de un hijo es pasar a ver a su padre cuando se está muriendo. En el hall de hospital, empezó a rezar y al principio pedía al Señor: «déjame pasar a ver a mi padre». A medida que el tiempo pasaba y en ese diálogo con el Señor, su oración fue cambiando, hasta pedirle: «hazte Tú presente a mi padre, que nunca te ha conocido, y llévalo contigo». Al cabo de un rato su padre murió.

Se me hizo evidente cuando este amigo nos contaba cómo él había aprendido a volver a ser hijo en esa circunstancia y, por tanto, insisto, en esta situación que nos toca vivir, esta condición posibilita ser más hijo, más padre, más maestro, en tanto que la vocación se hace más esencial, se pone de rodillas ante la circunstancia. Solo es posible vivir esto dentro de una relación, en la relación para la que estamos hechos, a través curiosamente de la circunstancia y de la carne, porque no deja de ser a través de la carne, telemáticamente pero no deja de ser así, por tanto no es posible vivir la condición que nos toca vivir como enriquecimiento de nuestra vocación más que dentro de esta relación.

En este sentido el ofrecimiento se convierte en un gran recurso porque es la entrega del presente y de la circunstancia al Señor, diciéndole: «esto es tuyo y no mío, este dolor es tuyo, este pecado es tuyo, esta incapacidad es tuya». Decir eso requiere dos cosas. Evidentemente requiere un ejercicio de la razón, hay un paso que requiere pensarlo y decirlo, hay un ejercicio de la razón que requiere un descender y un obligarse a entregarlo. Y uno lo entrega como sabe entregar las cosas, en primer lugar con la palabra, diciéndolo, y evidentemente requiere también un trabajo que estira la sencillez que se ha iniciado cuando dices: «esto es Tuyo». A través de la sencillez uno puede decirle al Señor: «esto es Tuyo, no es mío». Pero estirando esa sencillez, te obliga a introducirte en un trabajo doloroso, porque que las cosas sean de otro y no tuyas requiere una sencillez y una disposición a que esa circunstancia sea entregada de uno a Otro, y se entrega evidentemente en el gesto de la oración, en el gesto de participar en los sacramentos, en el gesto de ofrecer el tiempo ahora que no puedo estar con mi mujer o mis hijos porque estoy encerrado, etcétera. Requiere un trabajo de la razón en el sentido de la voluntad que se pliega, que se abaja, que entra en la circunstancia y en el dolor que esa circunstancia implica.
Ferrán, Barcelona