Esperando una buena noticia

Al terminar los aplausos de agradecimiento de las ocho de la tarde en los balcones, un grupo de chicos empieza a cantar en el balcón. Los vecinos empiezan a enviarles mensajes y regalos… En medio del drama, el anuncio de una esperanza testaruda

Vivimos siete amigos, jóvenes trabajadores, en un piso en Madrid, en la calle Ferraz. Hace más o menos diez días, decidimos cantar dos canciones en nuestro balcón después de los aplausos de las ocho de la tarde dedicados a los sanitarios. Lo que sucedió el primer día nos sorprendió y enseguida nos dimos cuenta de que lo que acabábamos de hacer un poco ingenuamente era en realidad algo grande y bello.

La reacción de todos nuestros vecinos fue la reacción de quien, con sorpresa, recibe una buena noticia, que penetra de repente en su horizonte lleno de miedo, preocupaciones y en muchos casos soledad. No fue necesario hablarlo entre nosotros, todos queríamos seguir esta iniciativa sencilla. Llevamos diez días cantando dos cantos todos los días, normalmente uno en inglés o en italiano, y otro en español, para que también nuestros vecinos puedan cantar con nosotros.

En una situación tan dramática, lo único que podemos ofrecer es la belleza de la vida que nos ha alcanzado y que encuentra en el canto una maravillosa expresión. Y en una situación tan dramática aflora la necesidad que todos tenemos, no hay ideología que la pueda tapar. Un día después de cantar, escuchamos que alguien llamaba a la puerta, hecho excepcional en la cuarentena. Era una vecina que nos había dejado una botella de vino y se había ido enseguida para no violar las normas. Después de unos minutos, otro vecino nos llamó para regalarnos una botella de champagne. Hay quien comunica su agradecimiento y su curiosidad lanzando mensajes desde su balcón. Las vecinas del piso de arriba descuelgan una nota por el balcón que dice: «¡Cantáis de lujo! ¿Por qué?».

Lo que podemos ofrecer no es una actuación perfecta, sino el signo de una esperanza testaruda e incansable. Cuando contamos lo que estaba sucediendo a unos amigos de una ciudad del norte de Italia, muy afectada por el virus, su comentario fue: «aquí hemos dejado de cantar, también por respeto a las víctimas». Después de esta conversación salimos al balcón con una nueva pregunta: ¿yo puedo cantar, incluso siendo consciente del número exorbitante de las víctimas, de la tragedia y del drama que viven ya muchos, y que este momento no sea un gesto atrevido?

Poco a poco esta cita diaria se ha convertido en algo esperado, por nuestros vecinos y por nosotros. El día que cambió la hora, al haber más luz, podíamos ver las caras de agradecimiento de la gente, sorprendidos de nuevo por un gesto que, pese a ser diario, no deja de ser novedoso, y donde la única explicación posible de que esto suceda es que Él también canta con nosotros. Todos se alegran al recibir una buena noticia, la noticia de una esperanza testaruda, como un canto que no se puede acallar.
Davide, Juan, Tiago, Pietro, Giacomo, Marco, Ignacio (Madrid)