Osoro: «Anunciad el Evangelio, como haría hoy don Giussani»
La homilía del cardenal arzobispo de Madrid el 22 de febrero, por el aniversario del fundador de CL. «Él también diría: ama, cuida, piensa, siente como Jesucristo y entra así en este mundo»Nos reúne hoy en estas vísperas del domingo una fecha importante, el 22 de febrero de este año se cumplen 15 años del fallecimiento de monseñor Luigi Giussani. Para todos nosotros, para todos los hombres de la Iglesia, es una persona importante. Para vosotros también. A través de él y desde el movimiento que él inicia, habéis encontrado a nuestro Señor y habéis experimentado en vuestra vida una manera de entender y de acceder a anunciar al Señor en medio del mundo de una forma singular y especial. Por eso para nosotros escuchar hoy la palabra que el Señor nos ha regalado es una gracia inmensa. Hoy hay que seguir diciendo a esta humanidad: ama al prójimo como a ti mismo. La palabra que el Señor nos ha dado en la lectura que hemos escuchado en el inicio de la proclamación de la palabra de Dios nos ha hablado con mucha claridad. Cuando el Señor habla a Moisés, cuando el Señor nos habla hoy a nosotros, habla a la asamblea y diles: «seréis santos porque yo, el Señor, soy santo. Yo soy vuestro Dios».
El Señor nos invita, además, a que esa santidad hay que mostrarla, hay que revelarla, hay que manifestarla, hay que divulgarla. Por eso insiste en cómo es esa santidad. No odiarás a nadie, a ningún hermano tuyo. No te vengarás, no guardarás rencores. Amarás al prójimo como a ti mismo.
De alguna manera el Señor esto lo repite después, en su vida pública, cuando alguien le preguntaba: ¿qué he de hacer, qué mandamientos he de guardar, cuáles son los principales?, ¿en dónde y en qué me he de detener?
El Señor lo manifestó de una forma clara: amarás a Dios sobre todas las cosas y al prójimo como a ti mismo.
Qué gracia inmensa para nosotros es poder escuchar esta palabra hoy precisamente, 15 años después del fallecimiento de monseñor Luigi Giussani. Gracia inmensa porque de alguna manera esto es contracultural. Y de alguna manera nosotros tenemos que entrar en la vida y en la historia de los hombres también de esta manera que nos dice el Señor. Hay que seguir diciendo a esta humanidad que amar a Dios y al prójimo como a uno mismo es lo necesario, es lo fundamental, es trasformador en un mundo como el que estamos viviendo nosotros, de rupturas, de enfrentamientos, de divisiones, de no logro de acuerdos de ningún tipo. Qué importante es ir a ese fundamento que tiene nuestra vida y que solamente la encontramos en Dios. Por eso las palabras que le dirigió a Moisés hoy nos las dirige el Señor también a todos nosotros: ama, amar. Es una palabra que tiene que estar en nuestro corazón, pero un amor que no es con nuestras medidas, es con la misma medida que nos ha dado nuestro Señor Jesucristo.
En segundo lugar, no solamente el Señor nos dice “amad”, nos dice “cuidad”, cuidad.
La carta del apóstol Pablo a los corintios, este texto de la primera carta, nos habla de cómo él cuida a todos los hombres, porque todos los hombres son templo de Dios. La marcha de la Iglesia por este mundo tiene que ser precisamente para cuidar a todos los hombres. Porque todos son ese templo de Dios.
El templo de Dios –nos decía el apóstol– es santo. Ese templo sois vosotros, son todos los hombres y ese templo hay que cuidarlo. Cuando estamos en un momento de la historia donde se ponen medidas a la vida humana, tanto en el inicio como en el término. Cuando en estos momentos en muchos lugares de la tierra la vida vale poco, no se valora o está a expensas de las determinaciones que alguien igual que nosotros haga. Qué importante es volver a escuchar por nuestra parte esta página del apóstol que nos habla de que todos los hombres son templo de Dios, de que todos los hombres necesitan cuidarse, y cuidarse desde el inicio de la vida hasta el término. Que no hay ningún límite que podamos poner los hombres, que solo Dios es el dueño de todos nosotros. Así pues, que nadie se gloríe, nos decía el apóstol, en los hombres. Todo es vuestro, vosotros de Cristo y Cristo de Dios.
En tercer lugar, no solamente el Señor nos invita a amar y a cuidar, sino a pensar y a sentir y a obrar de una manera especial y singular.
Habéis escuchado esta página del evangelio, estas palabras de Jesús al final del Sermón de la Montaña tienen una novedad asombrosa. A veces, pueden parecernos o resultarnos desconcertantes y quizá hasta provocativas porque rompen lo convencional y lo comúnmente establecido. Por eso surgen las preguntas. ¿Hasta qué punto son razonables? ¿Están dichas realmente para este mundo en el que vivimos? Porque lo primero que aparece –lo habéis escuchado en el evangelio– es la ley de talión: ojo por ojo y diente por diente. La ley del talión pertenecía al derecho penal y consistía en hacer sufrir al delincuente un daño igual al causado por él. En el mundo de hace más de 2000 años esta ley no era una ley de venganza salvaje, sino todo lo contrario, era una forma de frenar la violencia, poner límite a la venganza y hacer posible la convivencia. Era una ley, de alguna forma, progresista en la cultura primitiva. Sin embargo, Jesús viene a decir que con la llegada del Reino se hace presente el amor de Dios, un amor comprensivo y un amor sin medida. Un amor que rompe las leyes de la correspondencia porque Dios nos ama sin medida. No hagáis frente al que os agravia, al contrario, si uno te abofetea la mejilla derecha, preséntale la otra.
Un día Jesús, sabéis y lo habéis escuchado, fue abofeteado en la mejilla y no puso la otra, sino que preguntó el porqué a quien lo golpeó, por qué lo hacía. Intentó ponerlo ante la verdad y la ante la responsabilidad. ¿Qué quiere decir Jesús? Quiere decir que nunca recurramos a la violencia. Y esta actitud de no violencia la explica con ejemplos gráficos. Jesús nos invita a la no violencia.
Cuando devolvemos mal por mal entramos dentro de un círculo infernal de violencia, de destrucción. El Señor nos invita a no entrar en este círculo. La vida de Jesús ha sido una llamada a renunciar a la violencia y a vencer el odio con el amor. No es extraño que las palabras de Jesús resuenen en nuestra sociedad como un grito ingenuo y desconcertante. Sin embargo, quizás sean las palabras que más necesitamos escuchar cuando sumidos en la perplejidad no sabemos qué hacer para arrancar la violencia de nuestro entorno, de nuestra sociedad, de nuestro mundo. Y es precisamente aquí donde radica la novedad del evangelio para nosotros hoy. Esa novedad que hace un instante hemos escuchado. Amarás a tu prójimo y aborrecerás a tu enemigo; yo en cambio os digo: amad a vuestros enemigos.
Era un principio de los esenios el aborrecer a los enemigos, también está en el Levítico pero la alternativa que Jesús pone de la superación de ver a ese otro como enemigo es: el otro es mi hermano. Amad a vuestros enemigos, rezad por los que os persiguen para que seáis hijos de nuestro Padre celestial. Este es, queridos hermanos, el distintivo de Jesús, el amor universal que no hace diferencias. Amar al enemigo no quiere decir introducirlo en el círculo íntimo de nuestras amistades. Amar al enemigo no significa tampoco tolerar las injusticias y retirarse cómodamente de la lucha contra el mal. Amar al prójimo significa aceptarlo, respetarlo, mirarlo con misericordia. Y esto es el arma mejor y más grande y sublime para cambiarlo. Jesús insiste en que liberemos nuestra capacidad de amor incluso ante quien nos rechaza. Si amáis a los que os aman, ¿qué méritos tenéis?, nos ha dicho el Señor.
Si vivimos contra el amor nos destruimos recíprocamente y destruimos el mundo en el que vivimos. Cristo ha revelado en su vida el amor más grande. Jesús ha entregado su vida por todos, superando así las divisiones ratificadas por una ley que separa los malos y los buenos.
Jesús termina diciendo, lo habéis escuchado: sed perfectos como vuestro Padre celestial es perfecto. Pero en el contexto de los evangelios sinópticos la expresión “perfecto” habría que traducirla por “sed misericordiosos”, misericordiosos como el Padre. Por eso en el evangelio que hemos escuchado en este domingo estamos tocando la novedad y originalidad del mensaje de Jesús que desborda los límites de la manera de organizar los hombres nuestra sociedad. Es la novedad el discípulo de Jesús, es decir, el cristiano es alguien diferente en el sentido de que está situado más allá del espacio de la ley y de la moral. Está situado en el espacio en el que ha descubierto a Dios como Padre y como amor, y desde ahí surge una mirada absolutamente nueva sobre el ser humano, sobre el mundo. Una mirada nueva de amor, de misericordia, de reconciliación, de paz. Es una mirada constructiva y positiva sobre el ser humano y sobre el mundo. Es la mirada que el Señor quiere y desea que tengamos.
Queridos hermanos, ciertamente ante una sociedad cada vez con más violencia, más competitiva, a gran escala y también a pequeña escala, ante la violencia de la guerra, del terrorismo, de las leyes injustas, ante la violencia de cada día, la que se sufre en casa, en el trabajo, la que nosotros mismos practicamos, Jesús en el evangelio nos propone una alternativa: desarma el corazón, coge la paz, el amor de Dios, el perdón. Él nos hace una invitación hoy a liberarnos de la trampa de la violencia, de la competitividad, del rencor que desgasta y mata poco a poco nuestras energías de vida. Por eso, todo el mensaje del evangelio de este domingo es un retrato del corazón de Cristo, a quien quisiéramos seguir siempre y tener también nosotros algún día. Por eso hoy, queridos hermanos, vueltos a nuestro interior, vueltos al Señor, podemos decirle juntos: Señor, deseamos ser tus discípulos, deseamos aprender de tus labios, deseamos con gozo renovarlo todo y, sobre todo, deseamos vivir del amor del Padre y entregárselo a todos los seres humanos que nos encontremos en nuestra vida.
Como veis, la palabra del Señor se resume en estas otras palabras: ama, cuida y siente y obra, en el pensar y en el obrar de Jesús.
Sí, es verdad que quizá esto no se lleve, es verdad que esto pueda costar hacerlo entender en nuestro mundo, pero es verdad que Jesucristo nuestro Señor cuenta con nosotros para hacerlo, para hacer verdad lo que hace un instante nos decía el Señor en el evangelio: sed perfectos como vuestro Padre celestial es perfecto.
Queridos hermanos todos, no me digáis que celebrar hoy y honrar la memoria y pedir por monseñor Luigi Giussani después de 15 años no merece la pena haberle escuchado al Señor en estas palabras que nos ha dicho porque quizá hoy las diría también el fundador de Comunión y Liberación. También las diría: ama, cuida, piensa, siente como Jesucristo y entra así en este mundo.
Que el Señor nos bendiga y que el encuentro con Él en esta eucaristía sea para nosotros un motivo de renovación de nuestra existencia también y una manera de ver la corriente en que nos tenemos que situar en este mundo, no desde nosotros mismos sino desde la orientación y desde el mandato que la palabra del Señor nos dice.
Que el Señor os bendiga.