Como los pastores

Una velada de cantos en medio de las fiestas navideñas para tomar conciencia de lo que se está celebrando juntos. La sorpresa ante la sencillez de otros que se ponen «al servicio de lo que está sucediendo, contentos de ello»

Unos días antes de Navidad, al finalizar un encuentro de escuela de comunidad, un amigo nos dijo que le gustaría que nos viéramos para cantar villancicos durante los días de fiesta y así ayudarnos a vivir lo que se celebraba esos días y sostenernos entre una y otra comida familiar. Yo, por mi parte, también había estado buscando la manera de proponer algo, mas me paré ante las primeras dificultades: qué proponer, cómo, dónde… y ya me había cansado. Así que le di mi disponibilidad para preparar cantos.

¡Cómo son las cosas: sucede algo en nosotros cuando decimos sí y esto nos vuelve más agudos! Y más si nos juntamos con otros. El «qué día, cómo, dónde» encontraron respuesta en una llamada de menos de un minuto y medio; la alegría y el agradecimiento de tantos amigos al recibir la invitación aumentaron la espera hacia ese momento; nuestros pobres medios fueron transformados en acompañamiento digno, vivo y deseado de nuestro reunirnos a cantar.

Así que llegó el día 26 de diciembre y los «músicos» estábamos ensayando en la calle, esperando a que nos abrieran las puertas de la parroquia donde íbamos a cantar. Pasan dos señoras con unos niños y nos preguntan a qué hora cantamos y si es público. Respuesta afirmativa. Segundo encuentro, el tiet de una amiga, invitado de pasada durante la comida de Navidad el día anterior, se presenta con una hora de antelación. Se acerca la hora establecida, los que van llegando ponen sillas y mesas porque algunos habían traído bebidas y panettone; ensayamos hasta el último segundo. Hay instrumentos variados: guitarra, violín, cajón, triangulo y, justo antes de empezar, llega un amigo con una batería de percusiones que rápidamente se reparten entre los presentes, percusionistas por un día. Así que podemos empezar.

Como a menudo me ocurre, en cuanto dejamos de ensayar y llega el momento, levanto la mirada y quedo estupefacta por la gente que hay. Han venido amigos, familiares de amigos, desconocidos. Son familias, jóvenes, abuelos, todos listos para cantar. El comienzo es un poco tímido, no sabemos qué decir y, sin más, empezamos a cantar. Habíamos preparado un documento con la letra de los cantos para ir enviando de un móvil a otro según llegaba la gente. Un villancico tras otro y yo voy mirando en busca de un feed back. Me veo preocupada por si lo estamos haciendo bien, por si es lo que se esperaba. Luego miro a los «músicos» que están tocando conmigo y se esfuma la preocupación: ellos están al servicio de lo que está sucediendo y están contentos de ello. Vuelvo a mirar las caras de la gente: una niña sigue la letra con el móvil de su madre y canta superseria; otro más pequeño mira a los demás, que cantan villancicos, y en silencio espera las nadales, que son las que se sabe. Está el vicario de la parroquia, que es el amigo que nos ha acogido a todos, como uno más, cantando; asoma la cabeza el párroco porque ha escuchado música y luego nos comenta que la curiosidad le ha llevado a la sala donde estábamos para saber quién estaba cantando tan bien y con tanta alegría. Quizá movido por mi misma preocupación, un amigo, entre un canto y otro, va invitando a la gente a que tome algo de bebida y panettone, pero la gente ni se inmuta. Verdaderamente han venido solo para cantar juntos. Y sorprende cómo responden a cada canto: si el canto es suave, dulcemente; si es decidido y marchoso, alegremente y con mucha voz. Parece realmente un encuentro esperado. No puedo evitar preguntarme ¿qué encuentran aquí, cantando juntos?

Los últimos dos cantos contestan a mi pregunta. Adeste fideles justo describe lo que mis ojos están viendo: como los pastores llamados por los ángeles, allí estaban estos amigos, laeti, que habían dejado sus casas para ir a adorar al Niño. Acaba el canto con una pregunta: «¿quién no daría su amor a Aquel que nos ama de tal modo?».
Y cierran dos amigos cantando A Hallelujah Christmas: «Sé que Tú has venido a rescatarme, / este niño llegaría a ser un hombre / y un día moriría por mí y por ti».
Esto es la Iglesia: personas de procedencias y edades variadas, que se encuentran movidas por la necesidad de reconocer a Uno, un Niño, más grande que todo el ajetreo de estos días, que viene a salvarnos.
Betta, Barcelona