El arte de educar en libertad
Bajo el título “Libertad para educar. Libertad para elegir” ha tenido lugar en Madrid el XXI Congreso de Católicos y Vida Pública durante los días 15 a 17 de noviembre, sobre un tema de gran actualidad e interés: la libertad educativaLas palabras de la ministra de educación Isabel Celáa apenas un día antes del inicio del congreso (cuestionando el vínculo entre el artículo 27 de la constitución y el derecho de los padres a elegir centro educativo) acentuaron de una manera polémica la discusión –ya de por sí encendida– sobre libertad educativa. De esta manera el congreso tuvo la oportunidad de reflexionar a través de ponencias, comunicaciones y encuentros sobre un tema de vital importancia, no solo por la actualidad mediática que comporta sino fundamentalmente por su valor social, por la posibilidad, en último término, de educar.
En la ponencia que dio inicio al congreso, Jaime Mayor Oreja, quien ha dedicado toda su vida a la actividad política, planteó la complejidad del contexto social y cultural actual, que ha favorecido una «pérdida progresiva de referencias estables y permanentes». Este desorden, que ha llegado a convertirse en «socialización de la nada», habla en último término de una crisis antropológica y social de la que la escuela no se puede librar. Por esta razón, el ex ministro de Interior recordó las palabras de Rémi Brague, que plantean cuál es la tarea más importante en este momento a nivel cultural: «liberar la inteligencia de los europeos de una moda dominante», que hace que «lo más obvio sea lo más difícil de defender».
Pero si la crisis es esencialmente antropológica, «la solución también estará en la persona». En este sentido «es necesario un nuevo protagonismo de los cristianos; solo desde el testimonio personal y pasando por el núcleo de la familia y de las relaciones más cercanas, es posible transformar el contexto educativo y cultural».
Comentando la deriva actual de la educación y la renuncia de los adultos a transmitir el saber, Francisco José Contreras, catedrático de Filosofía del Derecho en la Universidad de Sevilla, acertó de pleno en señalar la clave que abre paso a la tarea educativa. Lo hizo citando a Hannah Arendt, cuando señala que solo puede educar quien ama el mundo, quien habita en un espacio de sentido.
Por su parte, la directora de la revista Huellas, Carmen Giussani, introduciendo la ponencia conclusiva del profesor Franco Nembrini, se preguntó por dónde puede surgir la chispa de una renovación, en un clima marcado por un nihilismo existencial. Recordó al respecto la sorpresa que le produjo escuchar la respuesta de don Luigi Giussani, sacerdote fundador de Comunión y Liberación: «La lucha contra el nihilismo es la conmoción por Cristo vivida» en la propia experiencia. Algo que Franco Nembrini, miembro del Dicasterio para los laicos, la familia y la vida, testimonió en directo. Nembrini expuso por qué la «emergencia educativa» implica en primer lugar la responsabilidad de los padres y educadores. «Nos hemos dejado dominar por el miedo, y hemos acabado pensando que el problema de la educación es de la sociedad, echando la culpa a otros: padres, profesores, etc. Tenemos que dejar de mentir. ¿Es verdad o no que nuestros hijos vienen al mundo con un deseo infinito de verdad y belleza? Ellos nos piden a cada instante que les digamos que la vida merece la pena; pero no basta decirlo. Educamos en cada momento de nuestras vidas, aunque no estemos “enseñando”. Por esta razón, debemos entender de nuevo si para nosotros, adultos, la vida es algo gustoso. O nos atrevemos a descubrir el mundo entero con nuestros hijos, o acabaremos infundiéndoles un miedo paralizador. La educación católica se encuentra en esta encrucijada. Ya no valen las recetas. Solo se puede transmitir el gusto por la vida a través del testimonio, solo si es verdad para nosotros».
¿Por qué es decisivo, por tanto, custodiar la libertad para educar, la libertad para elegir? No solo para defender un espacio que frene o lime la crisis antropológica, sino para dar cabida a una de las grandes conquistas del Concilio Vaticano II, «la verdad solo se descubre desde la libertad». Por eso es necesario custodiar la libertad educativa: para seguir proponiendo, para seguir construyendo en el espacio público.