Zaragoza. Y vosotros, ¿quién diríais que es?

Grupos de amigos de varias comunidades españolas comenzaron el curso peregrinando juntos a la Virgen del Pilar

En una fría mañana, camino a Zaragoza, más de 60 personas de diferentes comunidades de Móstoles, Fuenlabrada, Getafe, San Martín de la Vega y Madrid parábamos a desayunar juntos en un restaurante de carretera en Alcolea del Pinar. Un médico, de los de pueblo, de aquellos que visita a los enfermos por aquellos lugares despoblados de la tierra castellana, se encontró delante de él una fotografía de las de antiguo: familias, mayores y pequeños, desayunaban juntos a las ocho de la mañana: café, torreznos, churros…

«Pero, ¿dónde vais tantos? ¿Quiénes sois?», preguntaba el doctor.
«Vamos a peregrinar a Zaragoza, vamos todos los años. Nos encontraremos allí con otros de Pamplona, Barcelona, Zaragoza, Soria y Huesca. Es algo ya tradicional de hace años».
«Sí, pero las tradiciones no se hacen por sí mismas. Se mantienen porque hay alguien que quiere hacerlas, porque alguien se mueve, porque hay un movimiento», contestaba él.

Y es verdad. No le faltaba razón. Incluso una de nosotras decía: «Pero yo pensaba que esto era una cosa pequeña… ¿Qué hace posible que de una invitación personal, surja algo así? ¿Cómo eres capaz de hacer que se mueva tanta gente?», me preguntaba. No es la capacidad o iniciativa de uno lo que genera el movimiento, es la propuesta de donde nace.

Todo esto surgió hace ocho años. Las comunidades pequeñas de Comunión y Liberación saben bien de la dificultad de poder vivir los gestos que propone el carisma y de poder compartir con más personas y comunidades la vida que sucede. De la relación de las comunidades de Soria, Zaragoza y Huesca surgió esta propuesta: peregrinar como inicio de curso a la Virgen del Pilar para poner en sus manos el año y, sobre todo, las heridas con las que cada una de las personas acudíamos. Hoy ya una tradición, como afirma el doctor, se ha convertido en una propuesta que imanta a más de cien personas.

A las once comenzábamos el rezo de un primer misterio del Rosario en Zaragoza antes de comenzar a caminar para ponernos a los pies de la “Pilarica”. «Cada uno sabe por qué está aquí. Hemos sido preferidos, alguien se ha conmovido tanto por nosotros que nos ha hecho ponernos en movimiento esta mañana. Cada uno sabrá qué herida tiene y por qué comienza a caminar. Somos mendigos», nos decíamos antes de empezar. «En la introducción de Crear huellas en la historia del mundo se afirma que la existencia expresa su ideal mendigando. El verdadero protagonista de la historia es el mendigo: Cristo mendigo del corazón del hombre y el corazón del hombre, mendigo de Cristo». Mencionar la palabra “herida” siempre provoca el cambio en el rostro de la gente, en sus ojos comienza el brillo. Siempre tengo la misma impresión: tenemos tanta, tanta necesidad de ser abrazados, de ser queridos…

Ese «¿quiénes sois?» del médico de pueblo continuaba sucediendo en la mirada de la gente que hacía footing o paseaba por la ribera del Ebro viéndonos caminar por Zaragoza. Sorprende tanta gente junta sin estar escoltada por la policía... Porque es un dato. Nadie camina así, nadie expresa una alegría de esta forma en los tiempos que corren, menos aún la jornada de reflexión electoral. Porque estos tiempos están marcados por el miedo y la soledad, más en una gran ciudad como Zaragoza. Pero nosotros caminábamos contentos, de la mano, mirándonos, sonriendo… un Pueblo, con mayúscula, sintiéndonos privilegiados por esta forma de estar juntos, en una extraña “calma”. El Señor nos regala una amistad para hacerse más cercano y reconocible.

Y allí, a los pies de la Virgen, pusimos delante toda nuestra necesidad, uniéndonos al resto de la iglesia en la misa, donde el canónigo no solo permitió que concelebraran con él los tres sacerdotes que nos acompañaban, sino que nos invitó a hacer las lecturas y que uno de ellos pudiera dar la homilía, haciendo participar de nuestro gesto al resto de personas que allí se encontraban. ¡Qué belleza! ¡Qué importantes nos hizo sentir!

Terminamos el día comiendo en la ribera del Ebro –¡qué hermoso y abundante es el Ebro!– y haciendo Escuela de comunidad en la parroquia acompañados por el vicario general de Zaragoza, Manuel Almor, que nos indicó la posibilidad que se da en la Iglesia de ser generados a través de personas con el signo de la autoridad del Señor. Es hermoso contemplar cómo la iglesia de Zaragoza también nos cuida en este día. El año pasado el arzobispo, Vicente Jiménez, compartió también la Escuela de comunidad con nosotros.

Al día siguiente, día de elecciones, la pregunta era: ¿quién es este que permite un día así? ¿Quién posibilita que toda nuestra esperanza esté en Él y no en lo que suceda en las urnas? Lo cierto es que nuevamente este ir así a ver a la Virgen, esta amistad, esta forma de ponerse juntos, traspasa cualquier medida con la que siempre uno va, es Cristo que imanta por entero. Yo siempre vuelvo totalmente cambiado. Me doy cuenta de que toda mi herida en estos meses, mi necesidad, mi deseo, mi sed de belleza, justicia… se colma en este lugar y de esta forma, a los pies de la Madre. Ella lo sana todo, lo vuelve nuevo todo.

La próxima vez que vaya a ver a nuestros amigos a Zaragoza pararé de nuevo a desayunar en Alcolea. Preguntaré por el doctor y si le veo, le contaré lo que vieron mis ojos ese día en Zaragoza. Le invitaré a que nos acompañe, a que sus ojos vean la potencia de nuestro estar juntos, que existe una hipótesis definitiva para vivir la vida y que no parte de un nosotros, sino de Uno que está en medio de nosotros. Ojalá jamás desaparezcan los médicos de pueblo, ni su humanidad.
José F. Crespo, Madrid