Lo que queda de aquella promesa… 30 años después
Después de la Jornada de apertura de curso en Madrid, un grupo de antiguos alumnos de Julián Carrón le invitaron a comer. «¡Disfruta del regalo de ver que la vida se cumple en tus hijos!»El domingo 29 de septiembre, tras la Jornada de apertura de curso de Comunión y Liberación en Madrid, algunos antiguos alumnos de Julián Carrón quedaron para ver qué tal iba la vida y si el reto que les hizo en la adolescencia valía para toda la vida o no. Estaba invitado todo aquel que tuviera esta hipótesis de trabajo. Esto es lo que sucedió...
Han pasado 30 años desde que nos conocimos, y el espectro es muy amplio: muchos casados, con hijos, sin ellos, algunos consagrados Memores Domini, algunos sacerdotes, algún single, algún separado, algunos pertenecientes a la Iglesia, otros no, algunos con pelo, muchos sin él, la mayoría con muchos más kilos... pero todos con algo que nos une: el agradecimiento a Julián por habernos provocado a ser hombres y ponernos delante de nuestra libertad un camino de experiencia.
El concepto era sencillo: a Mª Carmen Luque, nuestra profesora recién llegada al Colegio Arzobispal por aquel entonces, se le había ocurrido meses atrás, frente a la pregunta de Julián en los ejercicios de la Fraternidad «¿Hay algo que resista el embate del tiempo?», hacer una comida en la que poder contarle qué tal nos iba la vida, uno a uno, y retomar juntos si la hipótesis que nos había lanzado era verdadera o no. La pregunta era: «¿Qué queda en nuestras vidas del reto que nos hizo Julián a los dieciséis años?».
Al llegar, cervezas, jamón, risas, abrazos, afecto, preguntas, más risas, miradas de agradecimiento... y al sentarnos a comer, empezó el tsunami. Tras una breve presentación de lo hecho hasta hoy, cada uno iba narrando, diciendo qué le ha quedado de aquellos años. Nadie planteó melancolía alguna. Uno expresaba que agradece haber encontrado un lugar al que volver siempre, a pesar de su inconstancia, que era como «el eterno hijo pródigo». Otro, que todavía no había entendido aquella frase escrita en la pizarra, «La realidad es testaruda», pero que todos los días volvía a su memoria y le acompañaba. Otro, que aunque alejado de la Iglesia, reconocía en ese mismo instante que viéndonos juntos le venía la imagen del evangelio y los apóstoles («cuando dos o más de vosotros estéis reunidos en nombre del Señor...») y que, siendo un matemático totalmente racional, no podía negar que en ese momento estaba sucediendo algo extraordinario. Otro más, con gran éxito laboral y acostumbrado a viajar por todo el mundo, decía que cuando miraba a sus tres hijos no se podía quitar de la cabeza cómo nos miraba Julián y que él deseaba lo mismo para los suyos. Alguien dijo: «Nunca nos hablaste de los evangelios hasta que tuvimos dieciocho años, pero siempre nos comunicaste a Cristo en clase». Otros decíamos que nuestras madres nos habían mandado "obligados" por distintos motivos al colegio, ciertas de que alguien allí nos haría llegar lejos...
En general, todos coincidimos en que la paternidad de Julián, manifestada muchas veces a través de meros comentarios o miradas de complicidad, nos había hecho tomarnos la vida en serio, ir al fondo de la realidad, y emerger en ella como hombres. Tenemos una propuesta positiva que hacer en la vida a nuestros amigos, alumnos, hijos, parejas... que es la que Julián nos transmitió en el colegio. La vida merece la pena, hay algo que resiste el embate del tiempo, al menos que resiste tantos años, y todos allí dimos fe de ello.
Julián habló poco: no quedaba mucho tiempo pues tenía que tomar un avión. Agradeció profundamente lo que le contábamos. Señaló que las cosas que nos comunicó en las aulas hace treinta años, siguiendo a Giussani para que las verificásemos en nuestra experiencia, son exactamente las mismas que hoy sigue poniendo en juego en la relación con todo aquel con el que se encuentra: creyentes y ateos, políticos de todo signo, personas con relevancia social o que viven discretamente su vida desde el dolor. A todos, no les puede decir ni proponer otra cosa como padre que lo que él vive y verifica como hijo, tal y como nos indicó unas horas antes en la Jornada de apertura de curso. Pero parecía realmente contento de ver cómo el paso del tiempo ha interactuado con aquella promesa, viendo que ha sido bueno para todos los que estábamos presentes y que aquella semilla estaba germinando en todos los que allí estábamos sin excepción. Cada uno en su momento vital, cada uno a su ritmo, pero todos "sus hijos" estábamos en camino de verificación de aquella hipótesis. El agradecimiento por lo que le contábamos no tenía como finalidad "ganar prosélitos para la causa", sino crecer aún más en la certeza personal para ver y proponer que el camino a la verdad es una experiencia.
Pensando tranquilamente al día siguiente, muchos miramos a nuestros hijos con este deseo: «Ojalá ellos me hagan algo así cuando sean mayores». Significará que también están agradecidos de hacer un camino. Y viéndolo desde la perspectiva de la paternidad, te decimos: «¡De nada, Julián! ¡Disfruta del regalo de ver que la vida se cumple en tus hijos!».
Mª Carmen, Raquel, Luis y Jesús (Madrid)