Unas vacaciones extrañas

Ciento cincuenta universitarios de vacaciones en Masella. Pero el plan no parece el habitual de un programa de ocio y tiempo libre. Llegan entonces las preguntas…

«Mañana nos levantamos a las 8:00, el desayuno es a las 8:30 y los laudes a las 9:30 en el salón. Por cierto, venid con las camisetas de los juegos puestas porque habrá juego a las 11:00, después de la lección. Por la tarde, a las 18:00 tendremos el testimonio de una chica que ha venido de Milán para contarnos lo que ha pasado en su vida. Por la noche, después de un acto sobre El Mesías de Haendel, celebraremos misa. El silencio en el hotel es a las 00:00. Nos vemos mañana. ¡Buenas noches!».



Lo primero que uno se pregunta escuchando estos avisos tan detallados es: pero… ¿dónde estamos? ¿El tiempo de las vacaciones y del verano no era el tiempo del descanso, del desconectar del trabajo o de los estudios que te ahogan y, sobre todo, el tiempo de la máxima libertad? Sin horarios ni por la mañana, ni por la noche, sin clases, comiendo y cenando cuando resulte más cómodo, no tener que depender de nadie, sin tener prisa alguna… Pero en los avisos se percibe justo lo contrario, ¿es broma, verdad?


En casa, cuando toca despertarse, antes de llegar a la cocina para desayunar, primero hay que quedarse en la cama con los ojos todavía semiabiertos para controlar que en Instagram todo esté en orden y esperar que las historias que los “amigos” publican a lo largo de la noche puedan, de alguna manera, ser una ayuda para empezar el día que comienza. ¿Cómo es posible que en esta semana dé tiempo a ducharse, vestirse, lavarse los dientes y bajar a desayunar en media hora sin ni siquiera echar un vistazo al Instagram?



¿Cómo que lección…? ¿Hay clases durante el verano? Suena absurdo para un universitario y sin embargo había algo raro en esas “lecciones” de verano predicadas por un sacerdote, porque los que le escuchaban tenían ganas de volver a retomar el texto que les proponía; ganas de verificar si lo que leían en esas páginas o lo que habían escuchado en esas lecciones tenía que ver con su propia vida, y ver si podía ser una ayuda para empezar el nuevo día. ¡Esto está fuera de lo normal! ¿Cómo es posible que 142 universitarios (104 de Madrid, 24 de Barcelona, 5 de Canarias, 5 de América, 2 de Italia y 2 sacerdotes de Madrid) se hayan reunido en Masella, un pueblo perdido en la montaña, para vivir una semana de esta manera tan inusual?

¿Qué es lo que mueve a dos chicas a ir un día antes de que empiecen las vacaciones a preparar todo el escenario? ¿Y a dos chicos a preparar todo el sonido y los micros? ¿Y a seis universitarios a preparar el salón con las sillas e indicar a la gente que vaya entrando y dónde sentarse para no dejar filas vacías? ¿Y a cuatro universitarios a preparar las dos marchas porque lo importante no era caminar por caminar, sino tener una meta bien clara? ¿Qué es lo que ha movido a una chica a gestionar toda la secretaría para que no hubiese problemas con los autobuses o con el hotel? ¿Y por qué unos veinte universitarios han decidido “perder” su tiempo durante meses para preparar y cuidar de manera especial unos cantos y un coro para acompañar los gestos de esa semana? ¿Y cómo es posible que diez universitarios decidieran preparar unos juegos para que tambien eso entrase en la propuesta de esa semana tan rara? ¿O por qué cinco universitarios se han encargado de la liturgia todos los días, preparando la mesa del Señor en la montaña y en el salón?

Lo más conmovedor es que todo esto ha sido gratis. Y entonces, más todavía, surge la pregunta: ¿qué habrán encontrado estas 142 personas para dar todo lo que tienen gratuitamente? Hay dos opciones: o están locos o, si no, de verdad les ha tocado la lotería con lo que han encontrado en su vida.

Ahora no me toca a mí responder a todas estas preguntas, sino al Misterio.
Marco Ferraris, Madrid