De cine y trabajo

El encuentro con un grupo de jóvenes dedicado a la búsqueda de empleo ha dado lugar a un cinefórum sobre el mundo del trabajo, donde a través de las películas descubren que lo que está en juego es la propia vida
Luis Miguel Brugarolas

De forma simultánea a la llegada a Barcelona con mi esposa, nos encontramos con la iniciativa de un grupo de jóvenes, y no tan jóvenes, llamado “Cazadores de oportunidades” que se acompañaban en la búsqueda de empleo y, una vez conseguido, mantenían un hilo de encuentros y una verdadera amistad. Reflexionando en este ámbito sobre la dificultad de nuestros propios hijos y la de muchos jóvenes de su edad y adultos, empezamos a preguntarnos de qué modo podríamos ayudarnos y, de esta manera, surgió la iniciativa de rescatar la vieja fórmula del cinefórum. Dejarnos interpelar por el arte: ver juntos una buena película tras una breve introducción y, al terminar, comentar juntos lo que nos ha parecido, aquello que nos ha sorprendido y nos ha enseñado. La cita es en un colegio, el Liceu Politècnic, en Sant Cugat del Vallés.

La primera película, en un arranque informal, fue The Company Men (John Wells, 2010), que nos muestra a un grupo de personas que se enfrentan a una oleada de despidos en una gran empresa naviera que ha nacido de la nada con el esfuerzo de muchos de ellos. La película muestra cómo cada uno, desde sus circunstancias, tiene que abordar la nueva situación e incluso cambiar su forma de vida. Una película con personajes muy sólidos y con muchos matices. Una ilustración de qué puede llegar a suceder cuando las cosas no marchan bien y el contrapunto entre la economía real y la virtual.

La segunda llegó con El Becario (Nancy Meyers, 2015) en la que se plantea una curiosa situación: un hombre de 70 años entra a trabajar en una empresa en crecimiento exponencial de venta de moda por internet, nada menos que de asistente de la fundadora. El choque generacional está servido, pero si nos dejamos provocar un poco más por la película, lo que vemos en su eje central es la cuestión de si es mejor que el hombre afronte la vida solo o acompañado; si es mejor el individualismo –incluso el individualismo del genio– o si las relaciones entre personas aportan algo a la experiencia humana del trabajo. Pero la película, con un toque genial, no se detiene en las relaciones estrictamente laborales: es la vida entera lo que está en juego.

La tercera película fue Cielo de Octubre (Joe Johnson, 1999). La escogimos porque aborda desde una experiencia real el tema de los sueños. La película muestra la implicación de los protagonistas de una manera preciosa con lo que ellos ven como un fortísimo atractivo: la construcción de cohetes en los años 60. Muestra cómo durante años dedicaron tiempo, esfuerzo, dinero, estudio… por aprender más sobre la disciplina. Lo que empieza siendo una idea descabellada de unos frikies termina contagiando de entusiasmo a todo el poblado minero en el que viven. Nos desafía sobre cómo nos tomamos en serio aquellas cosas a las que vemos que somos llamados.

La última ha sido Despedidas (Yôjirô Takita, 2008). Esta película japonesa trata de manera admirable el tema de la dignidad del trabajo. Cuenta la historia de un músico que acepta por error un trabajo de amortajador de cadáveres según la ancestral costumbre japonesa. La barrera personal y social se rompe cuando el protagonista entra en relación con su maestro. El trabajo hecho con delicadeza y belleza le ayuda a madurar personalmente y se percibe como un bien para aquellos que pierden a un ser querido.