Salir al encuentro con una herida

Una herida personal la acompañaba con miedo a derrumbarse en cualquier momento en una comida con los pobres en la parroquia. Hasta que uno de esos pobres le mostró la suya…

Escribo esto después de la comida con los pobres en la parroquia de Santa Ana (Barcelona). No puedo negar que ha tenido un gran impacto en mí. Y veo la mano del Señor de una forma innegable, evidente. ¡Esto lo quería Él para mí! He conocido a Alejandro, un chico argentino de 31 años que vive en la calle, y con el que he hablado largo y tendido. Contaba que no tiene ningún deseo de trabajar, que no siente nada (ni siente ni padece), que se siente fuerte para defenderse de las cosas que se le vayan presentando. Que cree que está en un punto equilibrado de su vida porque no se derrumba, aunque está en la calle. Explica que ahora él se dedica a leer las noticias, que se ha hecho muy experto en una habilidad que ha bautizado como skatephone (que consiste en hacer maniobras con el móvil usando una mano) y que cree que eso puede tener un futuro, porque no se conoce a nadie en el mundo que haga algo semejante. Había momentos en los que yo dudaba de su salud mental, por el tono y la verborrea y el contenido de su discurso. Más tarde he ido viendo que era un mecanismo de defensa.

Pero la conversación dio un giro completamente inesperado cuando me preguntó por mi profesión y le dije que soy psicóloga. Ahí se le abrieron los ojos como platos y empezó a hacer muchísimas preguntas. Primero sobre lo que es el apego, sobre qué influencia tiene la separación de unos padres en la vida de uno, qué implica el número de hermanos, qué papel juega el hermano mayor en la familia… yo le iba dando ideas que me venían a la cabeza, pero me suelo explicar fatal y no sé si me entendía. Estaba claro que estas preguntas se referían a su vida.
También me preguntaba si es bueno el hecho de no sentir nada, de estar desatado de los sentimientos, para bien y para mal. Me decía que no lloraba desde hacía muchos meses. Que no desea compartir la vida con nadie, que está bien solo. Que ahora solo desea tener relaciones esporádicas, que tampoco llega a disfrutar plenamente, pero le parece que la vida con alguien es agobiante y quita libertad. En cierta forma él mismo veía que no estaba a gusto en esta posición.

Poco a poco fuimos entrando en la herida, y fue precioso… ¡Me sentía tan libre! Mi amiga Ana y yo le decíamos conversando que seguro que hay alguna razón por la que luchar, por la que ahora mismo se levanta cada mañana. Aunque fuera algo pequeño, mínimo. Y yo le decía que a nadie le gusta el sufrimiento, soy la primera que huyo de él si tengo oportunidad, pero es a través del sufrimiento como he aprendido cosas que me han ayudado a crecer. Ana entonces me pidió ser más concreta, y entonces hablé de la ruptura con mi exnovio, sin entrar en detalles, y cómo de esa experiencia he recibido un aprendizaje impresionante. Le decía mirar a la cara el sufrimiento y sentirlo con toda su dureza me urgía para entender tantas cosas de mí misma y del amor. Pero no estaría donde estoy si no fuera por la compañía que me ha dado la mano y me ha mirado bien, y me ha hecho experimentar que yo valgo la pena y soy amable.

Alejandro me decía mientras hablábamos que se estaba sintiendo muy débil y con ganas de llorar, y me hablaba de su propia herida, de relaciones que ha tenido, de amistades de las que se ha alejado, me hablaba de cuánto le dolió que una chica lo dejara por otro hombre. Y yo le decía que es bueno sentir esa debilidad y tristeza. Pero que la compañía es lo más importante para poder mirar la herida y caminar. Al menos, es lo que a mí me sostiene. Que tratara de repescar alguna relación verdadera que hubiera tenido.

Si no fuera porque tenía la herida tan despierta y en carne viva esos días, quizás no habría podido ser tan libre con Alejandro, porque realmente yo me encontraba muy necesitada (de hecho, había ido a la comida con la sensación de que en cualquier momento me iba a derrumbar). Es muy fuerte cómo me ha salvado este encuentro. Yo no tenía ninguna intención de salvarle la vida a este chico, y no lo he hecho. Es más, estaba en una situación de miseria total ante él, y no realicé ningún esfuerzo. Solamente compartir la herida, mirarla juntos, volver la vista a lo que significa este dolor, y cuánto me ha transformado en alguien vivo y con el corazón despierto, me ha devuelto una fuerza que creía que había perdido. Es como si el Señor me dijera: «tranquila María, fíate, que haremos cosas grandes».

El encuentro con Alejandro me ha recordado lo importante que es tener un corazón de carne, como me decía un amigo. Me ha recordado además al punto que trabajamos hace unas semanas en la Escuela de comunidad sobre el equilibrio, ¡cómo se rompieron mis esquemas para entender lo que es realmente! Y me ha recordado también lo que significa el trabajo para mí, y las relaciones que me sostienen, y de qué forma está Él en mi día a día.
María, Barcelona