Así me educa la caritativa… lentamente

Una propuesta incómoda, con recursos inadecuados y continuos cambios de planes, para alguien que odia el desorden. ¿Qué podía suceder?

Ir a la caritativa nunca me ha resultado sencillo o apetecible. Si no vas, nadie te va a señalar ni poner en evidencia en público. Un gesto como este es ante todo libre. La vida apremia y un gesto así debe ser hecho con seriedad. Está llamado a educar nuestra forma de mirar la realidad y por ello me interesa, porque ayuda a tener una vida más plena. Hace un par de años, iba a una caritativa estupenda a la que iban muchos amigos. Pero pensé en cambiar porque me resultaba demasiado “sencilla”: en otras ocasiones había visto que cuanto más incómodo, más me desafiaba y más útil era. Además, hacerlo con las Hermanas de la Madre Teresa de la Calcuta ofrecía un atractivo extra.

Lo primero que me sorprendió cuando fui por primera vez es que aquello parece el caos absoluto. Nadie llega a la hora. Acuden de manera aparentemente desordenada madres –sobre todo madres–, niños, jóvenes, adolescentes, un catequista muy pintoresco, un sacerdote y un seminarista. Yo tengo aversión visceral al desorden y lo primero que pensé es que esto podía ser una experiencia muy educativa en este sentido. Las hermanas parecían estar en una segunda o tercera línea. Luego descubrí que en realidad no es así, sino que están con una discreción admirable, sin perder detalle de lo que sucede.

El contenido de la actividad se fue concretando en dar catequesis a niños que hoy tienen entre seis y siete años. Me encontré yendo a hablar de lo más grande que me ha pasado pero las circunstancias nos hacen tratar de buscar una modalidad que está aún por descubrir. Los niños se distraen con cualquier cosa, el lugar era inadecuado, el material es claramente inadecuado para su edad.

Todo el tiempo que hemos estado yendo es tiempo en el que los que vamos hemos hecho un intento grande de adaptarnos a las circunstancias. Por un lado no queríamos reducir nuestra tarea a entretener sin más a los niños durante un rato. Demasiado poco. Era claro que debíamos intentar que fuera un tiempo divertido pero, a la vez, un momento de verdadera comunicación de una experiencia.

Sorprendentemente, pocas veces me he preguntado qué hacía allí aunque desde un punto de vista racional todo invitaba a buscar otra actividad: a veces hay más adultos que niños, casi todos los que vamos de CL son chicas una generación más jóvenes que yo. Sin embargo, me he encontrado como pez en el agua y ha nacido con ellas una amistad muy sencilla y muy bonita. Me admira cómo todos los que vamos estamos juntos delante de este enorme desafío, tratando de buscar propuestas.



Las hermanas han sido siempre extremadamente sutiles. A los pocos meses se hizo evidente que nos conocen y nos aprecian. Que no somos unos voluntarios anónimos, sino parte de sus voces y sus manos, y por tanto parte de las voces y las manos de Cristo. Han dado mucha importancia al hecho de que los niños estuvieran tranquilos pero siempre nos han dejado hacer. Esto eleva todavía más la apuesta: nadie nos va a decir cómo tenemos que hacer las cosas. Y luego, de vez en cuando, nos piden a alguno de nosotros que cambiemos los planes. Un día, dar catequesis a los adolescentes, otro día rezar el Rosario con las madres, otro ir a Misa todos juntos. El ejercicio de la caritativa nos refuerza la experiencia de que la vida es servir, seguir la iniciativa del Señor y que la actitud más adecuada es la disponibilidad. Poco a poco el agua rompe la piedra: esta experiencia nos va educando lentamente.

Así, poco a poco, se va mostrando este lugar como lo que es verdaderamente: un auténtico oasis lleno de vida en medio del desierto, un lugar en el que las cosas que valora el mundo tienen poca trascendencia, un lugar de relaciones sencillas que muestran con total nitidez que lo importante en la vida es estar en una tensión serena por responder a iniciativa del Señor. Tensión porque el tiempo apremia y si no hay tensión, nos dejamos llevar por la comodidad; y serena porque es lo contrario a la agitación de quien cree que la vida la construye solo el hombre con su esfuerzo. Como nos enseña la liturgia, en la vida intervienen dos factores: «fruto de la tierra y del trabajo de los hombres, que recibimos de tu generosidad y que ahora te presentamos». El trabajo del hombre y la generosidad de Dios sin el cual todo el trabajo es en vano.
Carta firmada, Sabadell