Jóvenes, hijos de la Iglesia

Durante un fin de semana, el obispo de Getafe convocó a jóvenes de varios movimientos y asociaciones para abordar juntos el trabajo del Papa y los obispos en el reciente Sínodo de los jóvenes
José F. Crespo

Hace unos meses nos llegó la invitación de monseñor Ginés García Beltrán, obispo de Getafe para participar a lo largo de tres días en un congreso con motivo del Sínodo de los jóvenes en el seminario de Las Rozas de Puerto Real, en Madrid. Nuestro obispo quería escuchar y conocer a los jóvenes de diferentes asociaciones, movimientos y parroquias de su diócesis.

Viendo cómo Don Ginés, que no lleva todavía un año en la diócesis, está llevando a cabo su tarea pastoral y la propuesta educativa que condensa nuestro carisma en la Iglesia, fue fácil ponerse manos a la obra y proponer a algunos jóvenes que participaran en este encuentro, del 16 al 18 de noviembre. Es asombroso ver cómo han respondido a esta invitación. Salvado el momento de pereza, que es natural en todos, se ha impuesto un fiarse en primer lugar para acudir a la llamada de su obispo e identificar un lugar como propio, con diferentes sensibilidades, carismas o temperamentos. Un lugar que es la Iglesia y en el que se conciben como hijos.

Aparte de ellos, por la belleza de una noche de cantos que tuvo lugar el verano pasado en el campamento de Peguerinos con nuestros juveniles, nos invitaron a llevar esa velada al sábado noche con un grupo de bachilleres y universitarios. Allí muchos jóvenes identificaron la unidad y esperanza que lleva Cristo al mundo, como Don Ginés apostilló al finalizar. Os adjunto los testimonios de Alberto, Almudena y Marco, donde cuentan lo que han supuesto estos días para ellos. Un regalo que desean compartir con el mundo entero.


Después de todo lo vivido durante estos días, vuelvo muy contento e ilusionado a casa. Ha sido un fin de semana lleno de Cristo, por el cual hoy me inundan las ganas de darlo a conocer a pesar de mi imperfección.
Cierto es que el viernes llegaba a Rozas con una mirada de niño, de dejarme sorprender a pesar de preguntarme constantemente: ¿por qué estoy aquí yo? Pues veía más acertado que viniese otra mucha gente en mi lugar, pero en el fondo me fie.

Estos días me han resultado muy útiles, hasta entonces me veía incapaz de poder llevar a Cristo a quienes no lo conocen, de salir de mi zona de confort y evangelizar sin complejos, como por ejemplo me ocurría en la universidad o en mi propia casa, donde gestos como bendecir la mesa se me hacía impensables poder hacerlos sin sentirme incómodo. Ahora me veo más confiado y con ganas de quitarme y quitar prejuicios, que conozcan la verdadera Iglesia y vean que Cristo sigue vivo aun dentro de mis imperfecciones.

Además, ha sido un auténtico placer haber podido vivir esta experiencia rodeado de personas con un carácter tan diferente al mío y que viven su fe de manera tan auténtica. Quiero agradecer a todos los que han hecho posible esta comunión y llevado a cabo la propuesta, en especial al obispo. Gracias por escuchar y dar voz al futuro de la Iglesia.
Alberto, Fuenlabrada



Confieso que no apostaba demasiado por este fin de semana. Pero nada más llegar, el obispo nos recibió muy contento. Ya este primer gesto hizo que me sintiera mucho más en casa. El primer acto del viernes noche era una alabanza. Aquí me veía un poco fuera de lugar, pues es una forma a la que me daba cuenta de que no estoy acostumbrada. Lo que sucedió es que allí, en acto, pedí que ocurriera una apertura de mi corazón y empecé a entrar en la oración cada vez más. Me doy cuenta de que, sea cual sea la realidad que tengo ante mí, necesito ir al origen, que a través de la petición la relación con el Misterio sea cada día más mía, más personal y concreta. Y me daba cuenta de que esas canciones que estábamos cantando yo podía cantarlas también, porque podía decir Tú de forma muy concreta. No se las cantaba al aire sino a una Presencia con la que tengo ya una relación.
Ya esta primera noche me conmovió, me iba a la cama agradecida tanto por mi carisma como por la Iglesia. Además, ya empezaban a nacer nuevas relaciones, y empecé a tener un deseo muy grande de reconocerle en cada cosa.

Al día siguiente nos pusieron a trabajar por grupos tras una pequeña introducción histórica sobre la diócesis. En los grupos se trataban muchos temas: el sufrimiento, el trabajo, o temas más técnicos de la diócesis, sobre cómo atraer a los jóvenes, qué se hace mal o qué se podría hacer mejor. Temas que así en abstracto me parecían lejanos a mí.
Me alucinaba ver cómo, de nuevo gracias a estos años de pertenencia al movimiento, me sorprendía siendo una presencia nueva. Siempre partía de mi experiencia y no hablaba nunca en abstracto sino que remitía siempre a mi necesidad humana. Solo de aquí puedo partir. Y era precioso porque me descubrí libre para decir que para mí lo esencial es saberme amada por Otro en cada instante, reconocerle y crecer en esta conciencia que llena de significado mi vida y me cambia.

Viendo mi entusiasmo, me pidieron que fuera portavoz del grupo. Y en la asamblea con todos me puse a explicar lo dramática que es la vida porque tenemos un deseo infinito que necesitamos que alguien cumpla, y la alegría de haber encontrado a Jesús, el único que hasta ahora yo haya encontrado que responde adecuadamente a mi necesidad. Al final les decía que si no entendemos que la fe es pertinente para la vida, necesaria, jamás permaneceremos en la Iglesia. Ya solo esto fue un bien enorme, porque me sorprendía cierta de lo que decía y viendo que la fe realmente me interesa.

Por la noche vinieron 16 amigos universitarios a cantar. Sucedió algo realmente bello. Algo mucho más grande de lo que nosotros podíamos ofrecer con nuestras pobres voces. Una belleza que no era nuestra. Y se veía porque todos estábamos conmovidos. La gente se acercaba a preguntarnos: «¿pero vosotros tenéis un grupo o hacéis esto siempre?». Y nos decían: «cuando volváis a hacerlo llamadnos, queremos repetir». Se dio lo imposible: la unidad entre todos los que estábamos allí, que ni nos conocíamos. ¿Quién lo hizo posible?

Me he sorprendido siendo una presencia, pero eso es porque ya antes yo me he encontrado con una presencia que me ha conquistado por completo, y a la que deseo decir sí a cada instante.
Almudena, San Martín de la Vega



Si os soy sincero, tenía un prejuicio muy grande cuando de primeras tuve que enfrentarme con un mundo diocesano y de parroquia al que no estoy acostumbrado. La primera noche hubo una alabanza y una actividad muy peculiar, y lo único que me salía preguntarme era: «¿pero yo que pinto aquí?». Menos mal que el Señor nunca nos deja solos y, de hecho, esa misma noche tuve la ocasión de conocer un poco más a Don Ginés cenando con él. Un hombre sencillo que simplemente sigue lo que el Señor le pide y por esto, es feliz.

Al día siguiente empezamos a trabajar todos juntos el tema de la pastoral juvenil de nuestra diócesis y en la presentación nos contaron todos los porcentajes de jóvenes que ya no siguen ninguna realidad de la Iglesia y con un poco de preocupación se empezaron a proponer estrategias para que la propuesta de la Iglesia fuera más atractiva a los ojos del mundo. Escuchando todo esto me salía preguntarme si en mi vida era así y conté lo que pensaba. Si todo depende de nuestras propuestas y de nuestros porcentajes, entonces ¿dónde está el Señor? ¿Somos nosotros los que convertimos a los jóvenes o la conversión de cada persona está en manos del Señor? No podemos dejar de confiar en Él.

Conté que para mí lo que más necesitan los jóvenes del mundo es ver vidas atractivas y una vida atractiva solo es posible junto al Señor. Lo que yo quiero es cuidar mucho mi relación personal y concreta con el Señor, porque el que convierte es Él. Lo que más me apasiona es que esta relación me permite después vivir todo con más intensidad y con más alegría. Puse el ejemplo de una compañera mía de clase, atea, que un día me preguntó si podía venir a caritativa, pasar la noche con unos mendigos en la Plaza Mayor. Cuando volvíamos a casa no me decía el bien tan grande que habíamos hecho por los pobres, o que les tratábamos muy bien, sino «¡por fin entiendo por qué estás tan alegre en clase!». Para mí fue la clave para entender que la relación con el Padre me da la vida en cualquier circunstancia.

Se me pasa por la cabeza una imagen que representa un poco lo que descubrí ese fin de semana. En la película El señor de los anillos, en la última batalla en el abismo de Helm, todos los guerreros se encuentran abajo a punto de perder contra los ejércitos de los orcos. De repente aparece Gandalf, el mago, con un caballo blanco encima de la montaña con muchísimos caballeros.
Todo lo que hemos recibido gratis en el movimiento ahora se nos pide darlo gratis en el mundo y no quedarnos arriba en la montaña, mirando a los demás con superioridad. Nuestra misión es comprometernos en la batalla. Porque lo que he recibido gratuitamente quiero donarlo, para que le sirva para construir un trocito más de Su reino.
Muchas gracias por dejarme una oportunidad tan inesperada y a la vez útil.
Marco, Villanueva de la Cañada