Alberto Campo Baeza

Alberto Campo Baeza. El oficio de mirar

Es uno de los nombres más importantes de la arquitectura contemporánea española. Ha estado en Rímini por primera vez, mostrando a todos su método de trabajo y dejándose tocar por lo que veía… hasta las lágrimas
Yolanda Menéndez

«Vosotros os habéis acostumbrado pero no es habitual». El prestigioso arquitecto español Alberto Campo Baeza nos recibe con este abrazo correctivo cuando nos encontramos con él en una cafetería al lado de su estudio. Ha vuelto conmovido y sorprendido del Meeting de Rímini, y no es la primera vez que le pasa. Desde que empezó a participar en ciertos gestos de CL a raíz de la relación con un joven universitario que llegó para trabajar con él por un intercambio de Erasmus, que le dio a conocer la experiencia del movimiento y que hoy forma parte de su equipo de trabajo. «Que en 2018 se produzcan cosas así no es habitual. Es muy sorprendente, muy bonito y sobre todo muy esperanzador», nos insiste.

Su primer impacto con la cara más pública del movimiento fue hace tres años, en BergamoIncontra, luego participó en la presentación de la biografía de Luigi Giussani en Madrid y este verano ha estado en Rímini, donde ha declarado su conmoción hasta las lágrimas en las exposiciones dedicadas a Job, a la cúpula de Brunelleschi y sobre todo al Papa. «Ha sido la ocasión de descubrir su figura de una manera tremenda, para los que no lo conocían y para los que creíamos conocerle. Nos presenta a un personaje de una talla intelectual muy potente, pone en evidencia la altísima calidad humana, intelectual y pastoral de Francisco».

Para su conferencia en Rímini eligió el título de “La renuncia del arquitecto”. Un tema central en su método de trabajo, en el que reconoce la influencia de tres autores. Primero, el poeta T.S.Eliot y su texto ¿Qué es un clásico?, «que llegó a mis manos por dos vías distintas, dos veces en muy pocos días», una casualidad “providencial” por la que decidió prestarle atención. «Allí el poeta propone que el artista renuncie a cierta parte de lo personal en aras de favorecer que su arte pueda ser más universal. Paralelamente, un texto de Ortega en un congreso de arquitectos en Alemania donde se atreve a decir algo similar, llegando a afirmar que un arquitecto demasiado personal es un mal arquitecto. Y por último el maestro Alejandro de la Sota, que defendía que su trabajo consistía en resolver problemas, sin entrar en cuestiones formales».

Sabe que esta idea en el mundo de la arquitectura no se comparte de manera unánime, pero confiesa que «la obsesión por las formas a mí me espeluzna. La universalidad te permite crecer, que tu arte llegue a más gente y además en el caso de la arquitectura presta un servicio a la felicidad de los que la habitan. El exceso de obsesión por las formas me abruma demasiado. Por eso mis obras son sencillas, radicales, pero no porque yo ponga empeño en ello sino que me sale de manera natural así». El criterio a seguir es para él «muy sencillo: es fundamental que los que habitan una casa que yo esté haciendo puedan vivir allí a gusto. Y ese criterio se ejerce mirando. Nuestro trabajo consiste en mirar, para conocer el lugar en el que se va a construir y cuál va a ser su utilidad».

Y es que Alberto Campo Baeza es un hombre que ejerce el oficio de mirar. No solo en su estudio. Siempre. Con un café entre medias, percibes cómo su mirada te escruta y al mismo tiempo te entrega no solo lo que te dice sino su memoria, sus heridas, lo que muestra y lo que esconde, todo asoma en unos ojos transparentes que no dejan de mirar y que al mirar no solo miran lo que aparece sino también lo que va detrás. Así ha sido su relación con el movimiento de CL, un sencillo mirar lo que vivía aquel joven universitario y ahora empleado. Resulta todo un espectáculo que un prestigioso arquitecto que tiene autoridad de sobra para ser él quien proponga se limite a seguir con una sencillez pasmosa lo que vive el último en llegar. De modo que vive siguiendo. Él insiste en decir que «no soy de Comunión y Liberación», y te dice que es el único que no es de CL en su Escuela de comunidad y en la caritativa en la que participa fielmente, «porque es un regalo, ganas mucho más de lo poco que consigues dar».



No se concibe miembro del movimiento pero no pierde ni una ocasión de participar de su carisma. «Es que CL aporta una manera de entender la fe activa, eficiente, actual y muy sencilla, sin complicaciones y sin presiones. Cuando uno va a vuestros gestos ve que la gente allí es muy normal. Aunque yo no sea del movimiento voy a la Escuela de comunidad y a la caritativa porque el movimiento me hace mucho bien». Y él nunca desaprovecha un encuentro que le permita volver a lo esencial. «A lo largo de mi vida, Dios siempre me ha ofrecido un lugar, empezando por mi familia, luego el colegio. No somos conscientes de lo importantes que son estas cosas».

Porque ejerce el oficio de mirar, Alberto Campo Baeza reconoce con sencillez estos lugares que Dios le va ofreciendo, donde le va desvelando la belleza, igual que en su trabajo. «Decir con san Agustín que la belleza es el esplendor de la verdad suena muy bien, pero en arquitectura suena aún mejor». Pero no es solo que suene bien, es que él tiene muy claro –y así se lo dice a sus alumnos insistentemente desde el principio– que la belleza no es algo selectivo al alcance de unos pocos genios sino que la belleza es alcanzable para todo arquitecto serio en su labor. «Cuando en una obra eres riguroso para que cumpla la función para la que te la piden y la construyes bien, efectivamente la belleza es el esplendor de la verdad. Ya lo decía Vitruvio, que señalaba tres condiciones para la buena arquitectura: la utilitas (la función, que sirva para lo que está hecho), la firmitas (la buena construcción) y la venustas, es ese algo más que es la belleza. Pero para alcanzar la belleza tienes que cumplir las otras dos. El arquitecto siempre hace algo más de lo que le piden, se lo digo siempre a los estudiantes. Haces algo que, aparte de servir y estar bien construido, puede ser muy hermoso. La belleza es alcanzable, no está reservada a unos pocos, se alcanza cuando pones los medios y das los pasos previos adecuados, pues necesita tiempo, rigor y muchísimo trabajo».

Trabajo, trabajo, trabajo. Como repite tantas veces, como insistía en Rímini. «Y hace falta estudiar, siempre. Recuerdo cuando yo veía a mi padre siempre estudiando y los hermanos nos preguntábamos: ¿para qué estudia, con la edad que tiene? Nunca dejó de estudiar, le recuerdo estudiando inglés para poder leer los manuales originales. Evidentemente, la belleza es alcanzable pero requiere un esfuerzo, requiere trabajar y trabajar, pero no trabajar a lo bobo sino trabajar tocando todas las teclas, porque es muy bueno saber de música y disfrutar con ella, con la literatura, con el arte. Es lo mismo que la sabiduría, no está reservada a unos pocos sabios. Está al alcance de cada uno de nosotros, solo requiere seguir dando pasos, seguir trabajando, seguir formándose, seguir leyendo, seguir escuchando, seguir buscando, lo cual por otro lado no es un mero esfuerzo sino que conlleva un inmenso disfrute». Y ahí el tiempo juega a favor, pues según Campo Baeza «ese disfrute lo vas experimentando cada vez más con la edad, como si fueras acumulando esa capacidad de disfrutar. Por eso insisto en que la belleza sí es alcanzable. No porque uno se ponga trascendente sino porque tú te pones en una condición favorable para que suceda».