«Quiero volver a verlo»

La narración de un amigo que decide visitar a las prostitutas la noche de un sábado cualquiera. Pero no para «estar» con ellas sino, sencillamente, para acompañarlas

Es sábado por la noche y nos hemos reunido unos amigos para ir a ver a las prostitutas; acompaño a unos amigos por los alrededores del Camp Nou, en Barcelona: calles famosas por la prostitución y la vida callejera. Quiero acompañar a los amigos del Apostolado Santa María Magdalena, una asociación de amigos que intenta ayudar y acompañar a las prostitutas, y deambular con ellos por las calles de mi ciudad. Empezamos a caminar y la ruta que seguimos nos lleva a encontramos con una primera chica, Edmira, albanesa. Lo que más me impacta es que tiene un bonito rostro. La belleza siempre me fascina, ya sea en una reina o en una prostituta. Y charlamos con ella, y me llena una conmoción que ya no me dejará en toda la noche: veo a Nacho, Álex, David y Álvaro, ¡cómo la tratan! Sin presiones, sin imposiciones, simplemente compartiendo un momento con ella para saber cómo está y hacer alguna broma...

Seguimos bajando y encontramos a Cristina (algo seria, pero con una elegancia y estilo abrumadores) y Amelia, también albanesa: esta chica me impacta más, nos dice que lleva un mes en Barcelona; tiene un aire inocente. Está un poco cortada. Parece una mujer muy dulce; me gustan sus gafas. Nuevamente, me impacta ver a algunos que se acercan gratuitamente a estas últimas. Le regalan una estampa de la Gospa. Esto es de otro mundo. ¿Por qué estos amigos, hombres casados y con la vida resuelta, deciden ir cada dos sábados para acompañar a prostitutas que trabajan en la calle?

Continuamos por otra calle y nos paramos a charlar con Samanta. Ya de lejos, al verla, no me deja indiferente: va casi completamente desnuda. Miro a Nacho cómo habla con ella, intercambian palabras. La conversación gira en torno a la pasión por la peluquería canina: Samanta tiene ocho perros y es aficionada a cuidarlos y llevarlos a certámenes caninos. Pasan a chistes verdes, sin escándalo alguno. Y nos cuenta que es hija de madre lesbiana; le pegaba de continuo. Cumplidos los 14 años, se marchó de casa y entró en varios en grupos de acogida con otras prostitutas. La primera patrona que tuvo le estuvo pegando una paliza descomunal durante tres días. Dice que su madre quería que fuera homosexual, pero ella es solo transexual: añade que está muy segura de que, aunque consiguiera salir de la calle, se siente orgullosa de ser trans. Al despedirse se abrazan. Y yo pienso: este hombre, Nacho, está casado, y la abraza… ¿Y si alguien nos viera? ¿Cómo puede ser tan libre con una mujer como esta?

La ruta prosigue y nos encontramos con Alba, extremeña. Es nueva, dice que se echa a la calle esporádicamente, cuando tiene necesidad de dinero. Es auxiliar de enfermería, trabaja con discapacitados físicos. Nos dice que le gusta mucho trabajar con los discapacitados, que le aporta mucho. Nos cuenta que ella tiene fe, que le reza a su padre y que está convencida de que la protege porque, de momento, nunca le ha pasado nada malo en la calle. Y comenta: «yo estoy aquí, pero tengo fe; no es incompatible». Y esto que dice me fascina: el Señor ama sin condiciones, ya seas prostituta o no.

Mientras, se detiene un coche con dos chicas y Nacho y Álvaro hablan un buen rato con ellas. Una empieza la conversación diciendo que es atea. Al parecer ha reconocido a Álvaro. Me impresiona ver a Álvaro, que ha salido de ese mundo por un «simple» encuentro. Va anunciando a todas las prostitutas que nos encontramos el milagro que le ha sucedido, demostrando que el Señor actúa y puede sacar a una del infierno. Muchas quedan asombradas al oírle.

Patricia y Andrea, venezolanas. Andrea es jovencita, callada. Patricia me genera mucha ternura. Nos dice que está a la espera de empezar a trabajar en una agencia de modelos. Tiene ganas de salir de la calle. Me alegra mucho descubrir que tiene alguna ilusión o deseo más allá del mundo de la prostitución. Y, siguiendo nuestro camino, conocemos a Carla, peruana, una mujer transexual, humanamente muy viva y despierta que, al vernos y saber que somos de Iglesia, se alegra de que estemos allí. Descubre la impresionante historia de Álvaro. Y me desvela que ve en mí una vida muy sufrida. Sabe que su vida callejera acabará, que le quedan solo ocho meses para conseguir el arraigo. Nos da su móvil y accede a verse con Álex para comer. Más chistes verdes, con un descaro sonrojante. Yo estoy encantado, me fascina ese descaro. Seguimos bajando por la calle y nos encontramos con Diana. Se la ve dulce, encantadora, no deja de sonreír. Y seguimos bajando. Nos topamos con Jessica y Erika en una parada de bus. Jessica las conoce desde hace tiempo. Ella explica que ha dejado Farmacia pero que quiere estudiar anatomía patológica (o algo así). Parece una chica con mucho desparpajo y da la sensación de estar muy necesitada de afecto. Es joven, va a cumplir 25 años. Erika, que al principio nos soltaba palabras con poca simpatía diciendo que estaba allí trabajando, al final vuelve y está un buen rato hablando con Nacho y Álvaro. Luego Álvaro nos dice que Erika se ha emocionado.

Ya volvemos a casa, camino donde mis amigos conocieron a Álvaro por primera vez. Rezamos juntos dando gracias, agarrados en melé. A Álvaro se le caen las lágrimas. La misericordia es real e increíble. Por último, conocemos a Victoria, una chica de Oviedo. Esta tiene algo distinto, se la ve algo desubicada, rota, tristona. Nos dice que no ejerce muy a menudo, pero que no tiene otro trabajo. Nacho le ofrece ayuda para mover su currículum. Nos volveremos a ver. Creo que está un poco desconcertada. David dice que ha pasado con el coche delante de la parada de bus donde estaban Jessica y Erika; y esta le ha dicho que quiere contactar con nosotros porque quiere salir de la calle y empezar a estudiar. Más realidad.

Yo me encuentro como en casa durante toda la noche. Estoy con unos amigos que, con una extraña alegría, acogen a los olvidados. Y yo así respiro, gano en frescura. Este hecho me cambia. No dejo de pensar que Cristo afirma coincidir con los necesitados. Y al caer en la cuenta de que, acogiendo al necesitado, a la prostituta, acojo a Cristo, se me enciende el corazón. Realmente algo de otro mundo pasa cuando uno se acerca a los últimos, no por simple altruismo sino por el deseo de Cristo. Quiero volver a verlo y entenderlo más.

Ignacio Peró