¿De dónde surge esta indomable energía que nos permite aprender de lo que hacemos?

Estamos hechos para darnos a los demás... incluso en los momentos más difíciles.
Germán Fañanás

Byung Chul Han, filósofo de origen coreano, afirma que hemos pasado de una sociedad tradicional movida por la obediencia a una cuyo único motor es el rendimiento, donde patrón y esclavo se confunden y en el que cada uno es presa de sí mismo y de sus propios objetivos. Describe también los cambios acelerados que caracterizan nuestro entorno laboral: ahora en el trabajo domina un hiperactivismo, la necesidad de que el quehacer se ajuste a cronogramas y presupuestos. La persona, centrada en su deber laboral, no presta atención al otro; escasean los maestros, y se acaba perdiendo la conciencia de cómo y por qué se hacen las cosas de una determinada forma, los rasgos fundamentales que originan una obra en el mundo… y también su valor. En este entorno, ¿es posible aprender de lo que se hace? ¿Sigue siendo posible «generar» en nuestro mundo?

Dos personas nos ayudaron a responder a estas preguntas en una mesa redonda del Punt Barcelona del pasado mes de abril, a través de su testimonio en el mundo de la empresa: Xavi Trejo, padre de familia de 37 años, titular de una empresa familiar que fundó su abuelo y que se dedica a la fabricación de objetos de vidrio, y Ángel Misut, directivo de una compañía de seguros sanitarios y cofundador de una obra de caridad, la Casa de San Antonio, a la cual ha ido dedicando cada vez más tiempo.



Xavi Trejo tomó las riendas de la empresa poco antes de que muriera su padre, hace ya diez años, en plena crisis del sector de la construcción. Debió hipotecar su patrimonio para poder despedir a los trabajadores puesto que el mercado de las encimeras para baño prácticamente había desaparecido y pronto ya no hubo caja ni para pagar las facturas de la luz, y mucho menos para sacar adelante un sueldo; aun así, Xavi no dejó de ir a trabajar ni un solo día, siempre en pie, a la espera de que se solucionaran las cosas. Un día, la tía de su mujer, al encontrárselo por el pueblo, le pidió que ofreciera un trabajo a su hijo, que no se levantaba del sofá desde hacía tiempo. Xavi, que había visto cómo su padre daba trabajo a chicos problemáticos, decidió darle una oportunidad: «¿Quieres trabajar?», le preguntó. Albert, el chaval, contestó: «sí». «Vale, entonces mañana te paso a buscar a las 4 de la mañana». Con la compañía de Albert y su propia madre, decidieron cambiar de sector y buscar productos de interés para la hostelería, que tanta tirada tienen en Barcelona. Y empezaron a diseñar platos de vidrio. Como no sabía por dónde empezar, preguntó a los proveedores y a otros vidrieros. Todos conocían muy bien a su padre y, de esta manera, descubrió que, aparte de los hornos de fundición, su padre le había dado en herencia las relaciones de confianza que, con su buen trabajo, había conseguido en vida. Sus amigos del pueblo, entre los que se halla Miquel, conmovidos por la firmeza de su decisión, le hablan de Edu, un amigo que conoce a bastantes restauradores buenos. Edu viene un día al pueblo y le pide que le enseñe las muestras de los platos. No son bonitas, pero va a comentárselo a sus conocidos. Uno le recibe en Madrid: le dice que si es capaz de hacer los platos que quiere para su restaurante, se los compra. Y así empieza el resurgir. Hoy ya son 8 trabajadores en la empresa, y gracias a otros conocidos de conocidos la empresa se ha transformado y sigue adelante.

Cuando le preguntamos a Xavi de dónde había sacado la energía para ir todos los días a trabajar nos cuenta el siguiente episodio. Un día recibe una carta de la compañía de electricidad: si no paga inmediatamente la factura de la luz, se la cortarán. Desde ese día, empieza a dedicar un tiempo del trayecto en coche al trabajo para rezar, entre llantos: «por favor, que no me corten la luz ni me desahucien», pide. Cuando se presenta el empleado de la compañía de electricidad para cortarle la luz se queda tan impactado por la extraordinaria sinceridad y humildad de Xavi que le permite acabar unos trabajos que tiene en el horno. El empleado se ve obligado a cortarle la luz... pero le regala un suministro extra de 15 días para que pueda rehacerse –¡inaudito!–. Un corazón vibrante es capaz de derrotar hasta las leyes implacables de la economía.



Por su parte, Ángel Misut empezó desde sus orígenes, cuando se marchó del pueblo manchego en el que se había criado en busca de la libertad. A los 15 años abandonó la fe que le inculcaron sus padres y decidió enrolarse en la marina… Deja la marina y se traslada a Madrid, donde empieza a trabajar en la compañía de seguros sanitarios a la cual ha dedicado toda su vida laboral. La política es un hervidero tras la muerte de Franco y Ángel se alista en el Partido Socialista Popular de Tierno Galván; tras su absorción dentro del PSOE, Tierno Galván pasa a ser el alcalde de Madrid, y Ángel decidió dar un paso más hacia la izquierda, en busca del ideal puro, y alistarse en el Partido Comunista de España… pero la política sigue sin darle la tan anhelada felicidad. ¿Será este, entonces, el éxito que buscaba en el trabajo? Ángel empieza a estar atento a cualquier oportunidad para ascender. No le motiva quitar a nadie de su puesto, sino que, más bien, está atento a cualquier necesidad que se le proponga. Por fin la encuentra. En poco tiempo pasa a dirigir el departamento de Administración, llegando a tener bajo su cargo alrededor de quinientas personas. Cargo, responsabilidad y buen sueldo… Pero tampoco aporta la felicidad… ¿Qué más queda? ¿Y si la felicidad consiste en conocer al Crucificado? Empieza a frecuentar una iglesia, a leer el Evangelio, a San Agustín y otros santos, e ir a misa. Surge en él tal deseo de darse a los demás –todo lo que no se da se pierde, afirma–, que empieza a colaborar en un centro de acogida de alcohólicos. Sin embargo, algún año más tarde, la empresa en la que trabaja entra en crisis y muchos asociados dejan la compañía; las medidas no tardan en llegar y buena parte de los directivos son despedidos. Ángel acepta una reducción del sueldo a la mitad sin dejar nada de su responsabilidad. Durante cinco años va a trabajar cada día con la sospecha de que será el último en el trabajo… pero su sostén íntimo, el lugar de donde le viene la esperanza, es del centro donde dedica buena parte de su tiempo, en el que vive una tensión hacia algo más humano, y más libre. Gracias a la libertad que experimenta y con la que se descubre cotidianamente con los más desfavorecidos, puede ir a trabajar y aguantarse derecho ante los embistes de la realidad. En este tiempo, pone en marcha con otros amigos de la parroquia que frecuenta la Casa de San Antonio, que actualmente tutela cuatro pisos para acoger a gente sin techo, el taller San Ricardo Pampuri, donde ayudan a desempleados a encontrar trabajo y dan clases de español para musulmanes. Su compañía de seguros consigue cambiar la tendencia, y le vuelven a proponer a Ángel el aumento de sueldo… pero la felicidad experimentada en dar su tiempo a los más necesitados ha hecho crecer en Ángel el deseo de dedicarse por completo a la Casa de San Antonio. Rechaza el aumento y pide a la compañía una prejubilación.

Todos los que hemos escuchado estos testimonios nos alegramos por lo que nuestros oídos han escuchado. Y ¿quién no se alegraría al oír el desenlace de la historia de Xavi o la decisión de Ángel? No es una cuestión de credos o ideas particulares. Son dos hombres en los que han triunfado los deseos más íntimos del corazón, gracias a una red de amistades excepcionales, y la relación con el Padre. Dos hombres que han decidido dar crédito a lo que buscaban y se han lanzado a la aventura, en contra de un economicismo asfixiante que hubiera tildado de inútil la decisión de Xavi o de ingenua la renuncia de Ángel. El mundo no suele conocer esta gratuidad que han experimentado estos dos hombres, pero la espera, como lo demuestra nuestra sincera alegría.

Hace un año fuimos testigos de un diálogo desarmado entre Julián Carrón y Pilar Rahola. No había ningún consenso previo entre ellos, solo el interés por la propia vida y la del otro y, sin embargo, todos experimentamos la misma alegría por estar presentes en ese diálogo. Un año después hemos asistido a grandes desafíos históricos, políticos y económicos que han puesto en tela de juicio la validez de esta experiencia. Pero ante estos testimonios hemos vuelto experimentar esta belleza insólita. Frente a los desafíos que tengamos que afrontar en el futuro, ¿daremos espacio a esta experiencia o nos abandonaremos al economicismo eficientista?