«Ahora me doy cuenta de que empiezo a decir Tú»
Español para extranjeros: clases particulares. El profesor le pide a su alumna recién llegada de Italia que escriba una redacción para poder corregirla juntos. Ella decide abrir su corazón y contarle la novedad con la que está viviendoEsta mañana me he despertado, y me he levantado pronto.
Tenía la primera clase a las doce, pero antes quería ver al profesor de la tesis, a las diez, así que me he levantado a las 8.31h. Desde que Carrón me dijo que la puntualidad es una forma de adhesión, me doy cuenta de que tengo un gran problema con los horarios; es decir, prefiero llegar siempre con antelación a los sitios que tengo que ir. Pero es un problema, porque muchas veces llego una hora o una hora y media antes de la cita. De esta manera, no sé cómo gestionar el tiempo, y creo que fumo también por esta razón, aunque me gustaría dejarlo, por mi madre. Le había prometido que para la Navidad pasada ya lo habría dejado; venir a Barcelona y estar con amigos que fuman me ha tentado demasiado.
Mientras preparo el café de mi desayuno, acostumbro a pensar en algo de mi vida; es una cosa que hago para empezar el día. De hecho, he vivido mis primeros cuatro años de universidad en un piso en Parma: estaba sola, y pasaba el tiempo pensando. Algunas veces hablaba también sola, porque esta práctica me hacía compañía. Cuando pienso en estas cosas siento una ternura muy grande hacia mí misma, y me río mucho de todo lo que he hecho porque, ¡caramba, nada tenía sentido!
Sin embargo, hoy había quedado con el profesor para discutir sobre el trabajo final de carrera, y por esta razón no he podido ir a la escuela de comunidad. Tengo siempre mucho miedo cuando quedo con este profesor, porque imagino que un día me dirá que ya no quiere ser mi tutor. No sé por qué. De hecho, lo que sucede siempre es otra cosa, que él está muy tranquilo conmigo y me ayuda mucho a mirar las cosas que tengo que hacer. Hoy, por ejemplo, ha habido un momento en que me ha dicho: «Si para ti no tiene importancia lo que te digo, dímelo y miramos otras cosas». Esto me ha dejado estupefacta, porque está claro que la duda la tengo yo, no él. Además, me ha puesto también una canción lírica de Monteverdi como acompañamiento de su explicación; se titulaba Sfogava con le stelle. Esta canción le ha venido a la mente porque me preguntó cómo se dice borrosa en italiano, y yo le contesté: «sfocata». Me decía también que le encanta, y tengo que decir que a mí también. Fue estupendo, porque se evidencia que la realidad prescinde de nosotros. Por un lado, lo que uno tiene en la mente; y por otro, los hechos que te hacen mirar cómo todo es para ti. Todo es más sencillo.
Para contarlo todo, estoy en una época en la que hablar de mi vista –tengo un problema de visión desde hace unos años– desde un punto de vista filosófico es demasiado poco, porque no pretendo elaborar una teoría, sino que quisiera decir algo más concreto; de esta manera, me parece que esto pierde la importancia que tiene para mí. A pesar de que ya no estoy sola en la vida, mi relación con la filosofía ha cambiado mucho. Empecé a estudiar esta carrera porque me sentía sola, y estudiar lo que los filósofos decían me hacía compañía. Luego, cuando en un momento de mi vida toqué fondo, tampoco conseguí estudiar. Hoy creo que fue una suerte estupenda para mí este dolor que tuve, porque fue en ese punto en el que empecé a pedir ayuda. Por esta razón, hablé con un profesor de filosofía, ahora amigo mío, que me decía: «No puedes pedir a algo limitado que te traiga la luna; no puede ser. Tienes que cambiar tu manera de estar delante de los libros». Para mí fue un momento muy verdadero por cómo me lo decía y por mi necesidad, pero no lo comprendí de verdad hasta que no encontré a Cristo. Él cambió también mi manera de estudiar, porque yo no he hecho nada para cambiarlo; no sabía cómo hacerlo, pero ahora sé que no tengo que buscar respuestas en un libro, sino en Él.
Él cambió también mi manera de estudiar, porque yo no he hecho nada para cambiarlo; no sabía cómo hacerlo, pero ahora sé que no tengo que buscar respuestas en un libro, sino en Él.
Volvamos al café de la mañana. Después del café matutino, cuando salgo de casa para ir a la universidad, cierro la puerta y siempre espero no despertar a Teresa, la mujer con la que vivo. Me parece que es una señora que ha sufrido mucho y esta circunstancia me hace estar con ella de corazón y con los ojos abiertos, para no perderme nada de lo que vive. Pero no es siempre fácil: algunas veces lucho por todo el sentimentalismo que veo y que escucho en casa. De camino al metro pienso constantemente en mi vida y en lo que me ha sucedido. Juro que me gusta mucho ver cómo ahora todo es distinto, porque hoy todo lo que hago tiene un sentido, por lo que me ha pasado, también por los cuatro años en ese dichoso piso, y me doy cuenta de que puedo decir eso por lo que estoy viviendo ahora. Creo que el movimiento es el único lugar donde puedo mirar sin arrepentimiento lo que me ha pasado en la vida, exclamando «¡qué suerte lo que me ha sucedido!». Me hace reír mucho por lo increíble que es todo esto. Me gusta mucho reír, porque cuando río parezco una niña, no pienso en otras cosas; río y ya está. Muchas veces también me vienen a la memoria otras cosas que he hecho en el pasado y que me hacen sufrir mucho, y por esta razón creo que confesarme con nuestro amigo cura me ha ayudado mucho en este último periodo. Hacía seis años que no me confesaba, pero el sacerdote no se escandalizó de mí, sino que me acogió con mucho afecto. Me dio un beso en la frente.
Creo que el movimiento es el único lugar donde puedo mirar sin arrepentimiento lo que me ha pasado en la vida, exclamando «¡qué suerte lo que me ha sucedido!»
Hoy he comido con mis amigos en la facultad de Filología, cosa que me ha ayudado mucho, aunque no hemos hecho nada en particular. Estar en compañía me ayuda a ver concretamente la razón de mi vida, cosa que necesito constantemente, y esta necesidad se pone siempre ante mí cuando alguien habla o me mira con atención, como pasa aquí. Creo que una sinceridad tan grande hacia mí como la que me dan las personas que he encontrado aquí, la quiero para toda la vida. ¡Aunque fuera de una sola persona! Y también la quiero para Daniele, mi novio. Él tiene mucha necesidad de una amistad como la que yo he encontrado; porque le hace falta, como a todos, ser querido por lo que es y no por lo que querría ser. De hecho, yo me enfado mucho cuando no es libre conmigo, porque no me interesa que sea perfecto; me interesa que sea él. A mí me encantan las personas en general. Todas. Porque son como yo. Hay corazones vivos como el mío, y todos los corazones me hablan de lo que yo he pasado y encontrado, me hablan de mi historia, y por eso estoy convencida de que hay una posibilitad para todos en la vida.
Después de la comida volví a casa porque tenía otra clase a las siete y me cansa mucho estar fuera todo el día. Al volver a la universidad, tenía la clase de Filosofía Política II. No me interesa la política, porque no veo que tenga que ver con cualquier verdad. Por esta razón no sé nada de esta, y cuando Daniele me habla de política casi siempre acabo colgando yo la llamada. Pero lo increíble es que el profesor me encanta; ¡además de ser un hombre fascinante y atractivo, es el primero que me hace disfrutar de la política, por cómo la explica, por él mismo, por la fascinación con la que nos habla! Creo que le escribiré un mail para decírselo.
Al terminar su clase eran las nueve de la noche, pero decidí ir a cenar con mis amigos. Volví a casa a media noche, estaba muy cansada, signo de un día no perdido. Siempre he pensado que el momento más bonito del día es ese en el que recuesto la espalda, agotada, en la cama. Lo que haré en un rato.
Antes de dormir agradeceré a Cristo el haberme dado la posibilidad de vivir otro día grande, porque todo es más grande que yo; por tanto, nunca me siento a la altura de lo que tengo que hacer. Entonces me doy cuenta de que es verdad: todo es más grande, pero Él nos ha dado la posibilidad de vivirlo, porque el hombre puede todo si tiene una mirada que desea volver al origen.
Cuento una última cosa que contaba a una amiga en la cena. Hasta hace poco tiempo, cuando rezaba, llamaba a Cristo hablándole de usted. Ahora no, me doy cuenta de que he empezado a decir tú. ¡Es una cosa rara que me pasa, pero me parece increíble, sobre todo porque ha sido totalmente natural! Soy muy feliz, porque lo que he encontrado estando aquí es verdaderamente la mano que Cristo me tiende ahora.
¡Me voy a dormir! La vida es una cosa seria y maravillosa.
Ilaria, Barcelona