Una mirada que va más allá de la impresión

Unas vacaciones en Italia para aprender a reconocer una Presencia que te hace amar más tu deseo y todo lo que sucede.

Me ha acompañado mucho estas dos semanas la súplica de Moisés a Dios: «déjame ver tu rostro». Me ha acompañado porque describe profundamente el deseo que tengo de esta concreción; de que el deseo que tengo de eternidad y de belleza se concrete, que tenga que ver con mi necesidad de una plenitud en el afecto y con las preguntas que me surgen viviendo.

Un grupito de amigos de Barcelona, Milán y Asís hemos estado de vacaciones en Asís y Perugia y, a la vuelta de estos días en Italia, he entendido más qué significa, a raíz de este deseo de concreción, que «la libre conciencia del hombre no está llamada, por consiguiente, a encerrarse en automatismos, en ciclos repetitivos que la sofocarían, sino que está llamada a descubrir una realidad, más aún, a entrar en contacto profundo con esa realidad, usando todos los recursos de la propia humanidad». Y pienso enseguida en lo que llevo últimamente en el corazón como pregunta: desde que se ha marchado una amiga mía que vivía en casa, con mis padres y hermanos, se ha despertado toda la necesidad de verificar que mi relación con ella va más allá de si estamos cerca físicamente o no, o el miedo a la soledad cuando acabe la universidad y entre en el mundo laboral...

Estoy descubriendo una mirada, a través de algunos amigos muy queridos, que no censura nada de lo que me pasa y que no se escandaliza de mis errores y pecados. Veo que compartir la vida con ellos me está introduciendo en esta mirada hacia mí misma y hacia mi herida porque me descubro mirando con confianza, sin escándalos, las preguntas que me van naciendo, sin un intento de ser perfecta (¡como muchas veces pretendo ser!).

Estos días en Italia me han sorprendido mucho. Todo lo que había a mi alrededor me hablaba a mí, pienso en la relación con los amigos de Barcelona: eran verdadera compañía. Conocer a esta chica o aquella, incluso las bromas de este y aquel, me acompañaban; también el atardecer, las homilías, los últimos cantos... y pienso en la iglesia de san Francisco y en el deseo de sus amigos-hermanos de vivir esta unidad no solo en vida sino también en la muerte... (¡esto habla también de mi deseo de eternidad!) o que en el arte da comienzo un modo de pintar y esculpir en que el Misterio, que siempre había permanecido invisible en las obras, pasa a ser visible.

Todas estas cosas no me alejaban de la herida que tenía –por esta relación– sino que, más bien, me han hecho buscar más esta Presencia que empiezo a conocer por esta mirada que recibo y que sorprendo en mí. Intuyo cada vez más que el problema no está en los demás (que no son como quiero, que son insuficientes y no pueden colmar un corazón anhelante, etc...) sino en reconocer esta Presencia que me hace amar más mi deseo y lo que me sucede. Estos días de vuelta a la vida cotidiana están llenos de esto que he vivido y de esta necesidad. Y no dejo de pedirlo porque también soy frágil y muchas veces me quedo en la mera impresión que tengo de las cosas.

Cristina, Barcelona