“CL no necesita un enemigo ni vive para las migajas del poder”

Entrevista a Julián Carrón
Dario Di Vico

Han pasado cuatro años desde el primer artículo en el que don Julián Carrón, el sucesor de don Giussani, invitaba a Comunión y Liberación a liberarse del peso de la búsqueda de la hegemonía y a redescubrir el auténtico valor del testimonio. Corría el año de gracia de 2012 y el movimiento vivía días bastante difíciles. El compromiso (y el éxito) político se estaba revelando como una trampa, y los medios de comunicación asociaban a CL a términos como «lobby» y «corrupción». A muchos observadores aquel escrito les pareció incluso ingenuo, y pocos habrían apostado por los resultados.

A distancia de 50 meses, ¿puedo pedirle un balance?
No realicé una campaña contra la hegemonía, sino que me limité a proponer de nuevo la belleza de la experiencia de nuestro fundador, don Giussani, sosteniendo que no era necesario validarla con ningún poder añadido. La única forma de relación con la verdad es la libertad, y por eso la búsqueda de la hegemonía está en contradicción con la verdad.

Sin embargo se ha desmantelado de este modo una extraordinaria máquina política como era la CL de los años de oro.
Nuestro objetivo es contribuir al bien común; no quiero perder el valor de la pasión política, pero recordé que teníamos como motivación algo más fascinante que recoger las migajas del poder.

¿Y de este modo os habéis desarmado?
Sí. Hemos devuelto al primer puesto la pertinencia de la fe a las exigencias de la vida. Prefiero el testimonio a la militancia. Además, Dios ha llamado discretamente a la puerta de nuestros corazones, no ha hecho uso de su poder exterior, sino que ha suscitado amor.

¿No teme que en esta operación CL sufra una pérdida drástica de identidad?
Despojarse del poder no quiere decir perder identidad. Dios ha actuado así y se ha hecho carne; también nosotros podíamos hacer algo parecido, aunque infinitamente más pequeño.

Entretanto, la historia no se ha detenido (¡en absoluto!), y se genera una paradoja. Habéis militado contra la secularización y el 68 y hoy, frente a la amenaza del islamismo radical, os profesáis desarmados.
Le respondo ante todo al tema de los años 70. Don Giussani explicó con posterioridad que nos habíamos movido animados por una «inseguridad existencial», que habíamos aceptado el mismo campo de juego de aquellos a los que criticábamos. Al final fuimos una presencia reactiva cuando debíamos de haber sido una presencia original. Para vivir, CL no necesitaba y no necesita un enemigo. Y lo mismo vale para el islam.

Son cosas que tienen una importancia distinta. El escritor francés Houellebecq habla del riesgo de sumisión de Occidente a la cultura del islam.
El riesgo existe porque todo pasa a través de la libertad, y no se puede dar nada por descontado. Goethe decía: «Lo que heredaste de tus padres, vuelve a ganártelo para poseerlo». Las migraciones e incluso los atentados pueden representar un estímulo para proponer de nuevo nuestra originalidad como cristianos. Es un desafío para nosotros mismos antes que para los demás. Preguntémonos qué encuentran los inmigrantes que llegan hasta nosotros.

Encuentran un Occidente con sus ventajas y sus defectos. Pero estos últimos no pueden convertirse en la coartada para los que quieren destruirlo y para los que no quieren defenderlo.
Yo quiero defender la posibilidad de vivir el cristianismo en un espacio de libertad para todos.

… y Occidente es el mejor ambiente para hacerlo. Si hasta los cristianos utilizan los errores de nuestra civilización para deslegitimarla y para equiparar el «turbocapitalismo» al Isis, estamos acabados.
No quiero deslegitimarlos, imagínese si no defiendo los valores de la libertad, de la persona, del trabajo y del progreso. El problema está en el cómo. El papa Benedicto XVI recordaba que la Ilustración trató de salvar los valores fundamentales de Occidente sustrayéndolos a la discusión religiosa, pero cometió un error y no sabe cómo salir de él.

¿Podemos decir entonces que la crisis de Occidente es una crisis de soluciones y no de legitimidad?
Completamente de acuerdo. Y como cristianos, cuando ayudamos a los chavales a estudiar después del colegio o a un emigrante que acaba de llegar, ofrecemos una contribución a las soluciones. Los valores de los ilustrados han caído casi por inercia. En este momento, es urgente «sentar con valor bases nuevas, fuertemente arraigadas», ha dicho el papa Francisco, y nosotros vamos por ese camino. Por ello, cuando nos encontramos con una necesidad no nos limitamos al socorro material, sino que respondemos también a una pregunta sobre el sentido. El enemigo es la nada. Por tanto somos todo menos equidistantes. Demos una oportunidad a la esperanza.

¿Pero no cree usted que exista en Europa una centralidad de la cuestión islámica?
No. Creo que el centro de la cuestión en Europa es transmitir a las personas una concepción y unos valores que les ayuden a vivir en la confusión de esta fase de la modernidad.

Con la ejecución del padre Hamel en Rouen se ha vuelto a proponer también el tema del martirio. ¿No le parece una prueba suficiente?
El martirio forma parte de los riesgos de la fe cristiana. Somos perseguidos ya desde los tiempos del Imperio Romano, el islam no ha sido el primero en hacerlo.

Incluso los liberales, le cito al Economist, han llegado a criticar la globalización y a pedir una reconsideración de la cuestión. ¿Cuál es su opinión?
Siendo realistas, creo que la globalización no se puede detener. Es incluso una ocasión de encuentro, porque los muros caen y corresponde a las personas de buena voluntad dar un paso al frente para servir al bien del hombre. Si ha sido posible reconstruir después de la Segunda Guerra Mundial, ¿por qué no debería ser posible también hoy? ¿Porque no es posible replicar lo que hicieron los De Gasperi, los Adenauer e incluso los Togliatti de entonces y refundar las instituciones?

Para terminar, si le pido que imagine a diez años el futuro de CL, ¿qué es lo que ve?
Que sabrá ser todavía un instrumento para contribuir al bien de todos. La existencia del movimiento es un medio, no un fin.