Ginés García Beltrán

El obispo de Getafe se encuentra online con el movimiento de Comunión y Liberación

Los testimonios de un empresario, un sacerdote y un enfermero centraron un encuentro con monseñor Ginés García Beltrán, titulado “¿Es posible vivir intensamente lo real en tiempos de pandemia?”
José F. Crespo

El obispo de Getafe, Ginés García Beltrán, se reunió el pasado 13 de junio de manera virtual con más de un centenar de miembros de Comunión y Liberación de su diócesis para analizar la posibilidad de vivir intensamente en tiempos de pandemia.

Bajo la atenta mirada del prelado diocesano, se intercambiaron algunas experiencias de miembros del movimiento vividas durante la pandemia y a la luz de la fe. Emiliano López Cano, de Parla, dueño de la empresa de motocicletas DragonTT, vivió un momento difícil por la crisis económica provocada por el coronavirus y encontró una solución que salvaba vidas y le ayudaba a sobrevivir. Roberto Redondo, párroco de Nuestra Señora de la Asunción en Brunete –municipio con 60 fallecidos en residencias de ancianos– se enfrentó a la posibilidad de la muerte de su padre. Por último, Carlos Crego, enfermero en el hospital de Fuenlabrada, en una unidad de reanimación que se convirtió, de la noche a la mañana, en una unidad Covid, tuvo que sobreponerse al miedo a la enfermedad y a la muerte junto a su mujer, también enfermera, y sus seis hijos. Publicamos algunos fragmentos de los tres testimonios y las palabras del obispo.



Emiliano López, dueño de la empresa de motos DragonTT
«A la llegada del Covid me encontré con una circunstancia muy difícil en mi empresa, de gran incertidumbre como para muchos empresarios: me dejaron de pagar, anularon muchos pedidos, tenía muchos pagos que realizar… Puede que tenga que cerrar después de más de 20 años de trabajo.
De repente me encontré con la necesidad de mirar más allá de mí mismo. Y empecé a tener presente el testimonio de decenas de médicos y sanitarios, de nuestros enfermos, ¡de los nuestros!, de nuestros familiares. Ver cómo combatían la enfermedad con mascarillas defectuosas, ineficaces, en algunos casos inexistentes, sin ninguna protección, me desgarró. ¿Qué podía hacer yo frente a esto?
Gracias a Dios tengo el don de la creatividad que me ha posibilitado Dios. Pensé en desarrollar algo que pudiera proteger a aquellos que están en primera línea, jugándose la vida por nosotros. Así que ideé una máscara que no existiera en el mercado, que fuera estanca, que no se empañara, que protegiera y se pudiera limpiar con productos químicos. Gracias a la colaboración de mis socios, de donaciones particulares y alguna empresa, pude llevarla a cabo.
Entendí que esta circunstancia es una ocasión para dejar de mirar tus necesidades y construir para Quien te ha hecho. Todos tenemos necesidad de actuar. Tuve que escuchar de todo, comentarios juzgándome, diciendo que estaba loco, que tenía que mirar por mí. Es cierto, yo tenía que sacar una familia adelante, pero la gente se moría en los hospitales.
Y yo sé que hay otra forma de vivir, no con palabras sino con hechos.
La cuestión es si se puede vivir intensamente el futuro que nos espera, que será dramático. La humanidad nunca ha necesitado como ahora a Cristo vivo y presente. Nos necesita, no como espectadores sino como protagonistas porque el cristianismo no es una filosofía sino un hecho.
Y yo me muero por vivir».



Roberto Redondo, párroco en Brunete
«Comienzo a ver con el coronavirus a muchos amigos, enfermos y familiares, entre ellos mi padre. Una amiga de Móstoles me dice que su madre está muy grave, que rece por ella. En los días siguientes, tanto su madre como mi padre están muy graves. A los pocos días fallece su madre y voy yo a enterrarla al cementerio de Móstoles. Creo que este fue uno de los peores momentos. Allí, en el cementerio, estaban sus tres hijas, su marido y yo. Con sus mascarillas y guantes. Los enterradores con trajes como los que llevan los sanitarios en la UCI. Lloran por la pérdida de su madre, de su esposa… No pueden abrazarse. Hay un silencio horrible. Les digo que hay que permanecer firmes en la fe y me lo digo a mí mismo… Pienso que podría haber sido mi familia y la misma escena.
El 15 de mayo, festividad de San Isidro, pude por fin ver a mi padre en la UCI. Fue un verdadero acontecimiento. En aquel momento escribí un mensaje a todos los que habían estado rezando por mi padre durante todo este tiempo: “Después de dos meses he podido ver a mi padre en la UCI... Ha sido, en el sentido más estricto de la palabra, un Encuentro... Durante estos dos meses su vida ha pendido de un pequeño hilo... Una semana antes de empezar a sentir los primeros síntomas del virus mi padre jugaba al pádel, le gustaba subir por los montes y buscar setas, y araba y cuidaba de su huerto con gran energía... hoy le he visto como un niño que tiene que aprenderlo todo, pero he visto también en sus ojos la mirada del niño de la que Jesús habla en los evangelios. Mi padre es plenamente consciente de que se le ha dado una nueva oportunidad, un tiempo nuevo... Toda la familia somos también conscientes de ello. Las dos doctoras que se han acercado a mi madre y a mí repetían una y otra vez la misma frase: ha sido un milagro...”».



Carlos Crego, enfermero en el hospital de Fuenlabrada
«Durante este tiempo recibía millones de mensajes de whatsapp preguntándome cómo estábamos mi familia y yo, dos enfermeros con seis hijos. Comencé a pedir a mis amigos que rezaran por mí y por mi familia, porque intuía que era la única posibilidad de poder estar delante de esta situación tan dramática, de estar acompañado por el Señor a través de tantos amigos y su oración.
Nunca había sentido la potencia de la oración tan cerca y con tanta fuerza. Y comenzó a concederme el poder acudir contento a trabajar. Al lugar que ahora parecía una gran batalla, yo entraba alegre porque conmigo entraba la oración de más de cien amigos. Y ser consciente de aquello me sostenía, me daba una fuerza que no era mía.
Una de las cosas que más nos ha marcado a mis compañeros y a mí era el sonido de los móviles de las personas enfermas que nos llegaban. No paraban de sonar hasta que se agotaban las baterías. Los pacientes que nos llegaban tenían todas sus pertenencias en una bolsa grande atada con su nombre y normalmente, en menos de una hora, estaban intubados y sedados. Sus familias y amigos no sabían nada de ellos. Entonces el medio de comunicación que se utilizaba para tener noticias era el móvil. Los móviles no dejaban de gritar hasta que se quedaban sin voz. Esos teléfonos sonando sin nadie que pudiese responder, ni contar nada, ni dar ánimos. Esto nos hería profundamente a mis compañeros y a mí, nos hacía conscientes de esa desesperación de no poder hacer nada más. De que en nuestras manos no está la salvación de la vida de nadie, ni de los que más queremos, ni de los que cuidamos.
La vida no está en nuestras manos, pero nosotros vivimos como si fuese justo al contrario. Siendo capaces de dar o quitar la vida, como si todo dependiera de nuestra capacidad y acierto en nuestra actividad profesional».



Ginés García Beltrán, obispo de Getafe
«Ante la pregunta de si es posible vivir intensamente lo real incluso en tiempos como este la respuesta es sí. Pensando en todo esto, la primera cuestión que hemos ido viviendo intensamente en estos meses es: ¿qué es lo real? Hemos podido comprobar que muchas cosas en nuestra vida son reales, pero otras son ficticias, aunque nosotros las hacemos reales.
Nos hemos dado cuenta de que aquellas cosas que nos parecían fundamentales, hemos podido pasar sin necesitarlas o vivirlas. Nos hemos humanizado en algunos aspectos de la vida. Esta pandemia nos ha dado una oportunidad: ser más reales que nunca y vivir la realidad más que nunca. Por tanto, sí ha sido posible vivir intensamente la realidad, bajo un mundo que se abría a nuestros pies.
Me doy cuenta también de la importancia de vivir lo real, experimentando la importancia del otro, el valor de la fraternidad y en mi caso la paternidad. Sentir lo que siente o sufre un padre. Y ahora quizás puedo decir que en este momento quiero realmente a esta diócesis.
Os invito a vivir la comunión de la Iglesia porque sin la Iglesia somos poca cosa y sin el Señor, nada. Por eso, ante la pregunta de si es posible vivir intensamente lo real, la respuesta es sí. Es posible vivirlo con más intensidad cuando el Señor está en el centro, cuando vivimos la fraternidad y cuando aceptamos nuestra vulnerabilidad».