Necesitados de hombres libres

Una semana de protestas en Cataluña y la convocatoria electoral del 10 de noviembre. Discusiones donde cada uno defiende sus razones sin encontrarse realmente. ¿Para qué la libertad si nadie es capaz de ejercerla?
Ferrán Riera

Han finalizado unas semanas dolorosas en Cataluña. Leo la prensa, editoriales, artículos de opinión, miro las fotos, me conecto a internet, escucho las noticias, hablo con la gente –unos y otros–, escucho sus razones, sus preocupaciones, hago los trayectos en coche tardando dos y tres veces más que la semana pasada… Por doquier miro y no alcanzo a ver. Ya hace tiempo que no veo hombres que usen la razón de la misma forma o, lo que es peor, les veo llegar a conclusiones diferentes partiendo de los mismos datos y usando aparentemente el mismo método de razonamiento. Veo hombres que cuando se sienten cuestionados tan solo defienden su parcela, tienen miedo. Todo parece indicar que el otro hace tiempo que dejó de ser una posibilidad de bien.

Cualquier noticia sirve para reforzar la propia posición. El relato se rehace cada vez que aparece un nuevo dato: se incorpora ese dato en él, todo se aprovecha para la propia causa. Las mismas imágenes –y mira que la imagen por sí sola es objetiva– sirven para que cada hombre se reafirme en su posición. ¡Posiciones antagónicas reafirmadas por el juicio personal que nace al mirar las imágenes!

¡Qué difícil es saber la verdad sobre un simple hecho! Es prácticamente imposible porque a nadie le importa la verdad. A todos nos importa nuestra verdad. Así que cada uno tiene sus canales de información y su clave interpretativa. La parte de las redes sociales a la que hacer caso. El diario o la emisora que le resulta fiable, que no es otro que el que dice lo que uno quiere pensar. Existe un miedo al vacío que genera la incertidumbre. Cualquier insinuación que la realidad haga del propio error de perspectiva va a ser cercenada. ¡Suficiente fragilidad hay en la vida como para añadir dudas sobre cosas que no pueden ser de otra manera!

En dos años no he visto a nadie cambiar de opinión. Solo he visto hombres que se convencían más de lo que ya sabían. La mayoría de ellos ahondando en la decepción. Hablan y hablan de diálogo pero hace tiempo que dejamos de dialogar en casa, en la comunidad de vecinos, en el país, en occidente. Tan solo intercambio de opiniones, consensos estratégicos que nada tienen que ver con ese dejarse fecundar por las razones de otro, porque todo parece indicar que el otro hace tiempo dejó de ser una posibilidad de bien.

¿Para qué la libertad entonces, si parece que no haya nadie capaz de ejercerla? No sirven razonamientos. Trump, Brexit, indignados de la Puerta del Sol, populismos y neofascismos, todos tienen el mismo origen. En los albores de este cambio de época corremos el riesgo de perder toda confianza en la capacidad de la razón humana. De hecho los restos que quedan de ella no parece que sean suficientes para volver a empezar.

San Francisco de Asís recibió el encargo de Dios para construir su Iglesia. Empezó literalmente a ello, recogía los cascotes y los volvía a poner en los agujeros de las paredes que se iban derrumbando. Un día agarró el dinero de su padre, rico comerciante, y se lo dio a un cura para que reconstruyera su Iglesia. El padre, que ya estaba harto de los devaneos de su hijo, lo denunció. En el juicio Francisco de Asís pagó el dinero de su padre con sus ropas, no quiso convencer a nadie, se desvistió y marchó libre. Sin nada. Libre incluso del proyecto que parecía que Dios le había encargado. Y ciertamente la reconstrucción de la Iglesia llegó.

Tan solo hombres con una libertad sin medida pueden empezar a construir en medio de las ruinas que nos quedan. Sin necesidad de recuperarlas. Hombres que sean libres de su propia idea de las cosas, libres para dar un paso atrás si eso permite abrazar al enemigo, para poder perder sin pensar que en ello pierden la vida. Libres de las consignas y de los proyectos (justos o no) que se apoyan en ellas… hombres con una libertad que les permita vivir desnudos, sin anclajes ni estructuras que les defiendan porque son libres de la popularidad, de caer bien o mal, de tener razón o de no tener otra razón que no sea la caridad. Esa es la aportación que pueden y deben dar los cristianos, ¡qué mejor origen de la libertad que un hombre que ha vencido a la muerte! En los primeros tiempos ellos no tenían como objetivo crear un espacio de libertad en el imperio sino que simplemente vivían ante todos su propia libertad (carta a Diogneto). La libertad que les daba estar encadenados a Uno que les amaba. Eran hombres libres para poder mirar su propio mal con una ternura que les permitía no encastillarse. Libres para poder dar su vida no por una idea sino por una relación.