Tras un agotador día en el que ha logrado desmantelar una célula terrorista que quería cometer un atentado a gran escala, el comisario Frank Reagan, protagonista de la serie americana Blue Bloods, hace la siguiente reflexión: «Lo difícil no es tomar decisiones que afectan a ocho millones de habitantes. Lo realmente complicado es hacerlo cuando tienes presente el rostro de tus seres queridos». La observación de Reagan recoge la profunda complejidad del mundo en el que vivimos, formado por miles de millones de seres humanos con una capacidad extraordinaria de construir, transformar y controlar la realidad de muy diversas formas, en sociedades cada vez más intrincadas y, en muchos aspectos, despersonalizadas. Pero el comisario Reagan va más allá al subrayar el valor insoslayable de cada persona, de cada «yo» individual, un valor del que somos conscientes solo cuando reparamos en nuestro propio yo y en el de aquellos más cercanos. Es ese descubrimiento, nunca conquistado de una vez por todas, lo que despierta el deseo de no ser meras partículas anónimas en el mundo que nos ha tocado vivir. Por ello, en este momento, es especialmente urgente volver a descubrir y recuperar ese rostro humano que convierte a cada persona en única.

Pero, ¿de dónde nace el yo? ¿Qué configura nuestro rostro humano? ¿Qué da valor y significado irreductible a cada persona? (...)