Abrazar al diferente, o la locura de amar primero

Tres ejemplos que ilustran en la experiencia que el otro siempre es un bien. Basta «querer mucho y esperar». Desde la película Campeones al trabajo con las víctimas de la droga y la trata de personas
Ángel Misut

En un trabajo como el nuestro, te das, continuamente, de bruces con la diferencia (diferente color de piel, diferente credo, diferente cultura, diferente capacidad física, diferente situación social…), y en no pocas ocasiones, nos damos también de bruces con los que no toleran la diferencia, generándose situaciones extremadamente desagradables. Durante estos veinte años de trabajo, la realidad nos ha hecho comprender que todos somos diferentes, pero que, al mismo tiempo, todos somos iguales, porque tenemos en común un gran deseo de felicidad, de belleza, de justicia, de verdad. En definitiva, Dios nos ha hecho iguales en el deseo, aunque podamos sentirnos diferentes en la forma.

Durante todos estos años hemos aprendido que el diferente es un don divino, que nos permite poner en juego lo mejor de nosotros mismos. A través de él, caminando junto a él, sufriendo con él, llorando o riendo con él, arriesgando por él, nuestro corazón alcanza una plenitud que sería imposible a través de la indiferencia que la cultura dominante quiere introducir en lo cotidiano. El diferente es un regalo en el que Dios se recrea preguntándonos: ¿y tú quién dices que soy yo?

Esta es una convicción que se ha ido reafirmando en la experiencia de todos los días junto a personas necesitadas. Hermanos que han venido a nosotros para continuar la dura travesía por la que las circunstancias de la vida les están haciendo pasar. Hermanos que, casi siempre, nos llegan escasos de esperanza, derrotados por una vida particularmente dura que provoca que la sonrisa sea un gesto que les ha sido secuestrado. Hermanos que se han quedado al borde del camino y que necesitan una mano amiga, tendida para continuar la marcha.
Es una experiencia vivida en nuestras carnes, pero que nos resulta insuficiente, y de ahí la razón para pedir a tres amigos, que se la juegan en el mundo de la discapacidad, la droga o la trata de personas, que vinieran a compartir con nosotros su esperanza. Que vinieran a compartir su experiencia, para que nosotros podamos seguir aprendiendo. Los tres aceptaron y las consecuencias de su Sí, con mayúsculas, han sido realmente extraordinarias.

Álvaro Longoria, un bróker de la City neoyorquina que cambió el poder del dinero por el deseo de hacer cine con contenido, fue el primero en intervenir. Empezó relatando sus sensaciones anteriores al rodaje: «Lo distinto, lo diferente, lo rechazas porque no te sientes cómodo. Parece que la sociedad te obliga a ser guapo y fuerte, pero esto es una gran mentira».

Habla de la película que ha rodado con los actores que protagonizaron el éxito de taquilla Campeones. Cuenta el proyecto desde el inicio, cuando solo coleccionaban rechazos o propuestas para hacerla con actores “normales”, pero tanto él como el director, Javier Fesser, estaban convencidos de lo que querían, aunque no sabían lo que podría pasar. Abrieron un casting con cuatrocientas personas para seleccionar a los diez protagonistas, y empezó el rodaje. La primera sorpresa llegó de inmediato. Son gente sin ego, motivados, formales, puntuales. «Fue una experiencia alucinante, en la que veíamos cómo evolucionaban continuamente». En el fondo, la tesis de la película es: ¿quién está bien? El “normal”, el entrenador, es un hombre al que se le viene abajo toda la vida, su matrimonio, su trabajo, sus relaciones. Pero la pureza de los protagonistas le ayuda a retomar su vida. A los que participan en el proyecto les sucede algo parecido.
Respondiendo a una pregunta del público, reafirmó que el trabajo con estas personas es una satisfacción insuperable. Para él, no hay dada en la vida como provocar una sonrisa. «Las televisiones se pasan el día exaltando la violencia o la maldad. Educar en la ayuda a los demás es la asignatura pendiente de nuestra sociedad, porque un pequeño gesto puede cambiar una vida. Además, el que prueba repite».



Ana Almarza es directora del proyecto “Hay Esperanza” de la congregación Adoratrices. Un trabajo dirigido a sacar a mujeres de situaciones de esclavitud sexual a manos de mafias. Ana comenzó su intervención apoyándose en las palabras de Álvaro, para desvelar que tiene una hermana con síndrome de Down que para ella constituye un punto de apoyo. Su sencillez le ayuda a ver la vida de una manera más cierta. Tras contar los inicios del proyecto y algunas experiencias vividas con estas mujeres, Ana situó la clave en que «hay que quererles de verdad y no tener prisa». Ante otra pregunta de uno de los asistentes, Ana aprovechó para profundizar en su método: «si cambias, ¡qué bien para ti! Y si no cambias, no pasa nada». Muchas veces nos planteamos que todo el mundo cambie y en la misma dirección, cuando la pregunta clave es: ¿yo en qué te puedo ayudar? Hay que quitarse las expectativas y cambiarlas por un «yo te quiero a ti». No podemos hacer proyectos estándar porque todos somos diferentes.

Jesús de Alba, presidente de Bocatas, con un lenguaje sencillo y de la calle, entró en los corazones de los presentes como un cuchillo en un bloque de mantequilla. «Ayudar al que lo pasa peor no es un menos, sino un más, porque hace entrar una brisa de aire fresco en la vida. Esto provoca una alegría que, de otro modo, es imposible». Pero los frutos de estas relaciones son siempre misteriosos. Pueden pasar años sin que los veas pero, de pronto, cuando menos lo esperas, comienzan a surgir. Nosotros no tenemos una estructura paralela en nuestra vida. Hacemos con ellos lo que hacemos habitualmente con nosotros mismos. «El mundo de la droga es un mundo muy duro. Los drogadictos siempre están sucios, siempre están solos y superar este muro es muy difícil. El cuidado y la ternura por estas personas solo puede nacer del cuidado y la ternura por nosotros mismos. Ellos saben que ni el alcohol ni la droga pueden vencer esta relación de amistad que tenemos con ellos».

El encuentro finalizó con unas sesiones fotográficas a los asistentes a las que todos quisieron sumarse. Se veían rostros alegres, satisfechos, con una sonrisa que denota haber disfrutado esa hora y media escasa. La sensación que todos transmiten corresponde con el título del encuentro: “El abrazo al diferente, o la locura de amar primero”, salimos de la sala impregnados de esa ¡bendita locura! que los tres ponentes han sabido transmitir. Las consecuencias no tardan en llegar, a través de mensajes tales como: «¡Espectacular, cómo disfruté en la cena contándoles a todos en casa acerca del evento!»; o un sencillo y expresivo «¡Avisadme siempre!».