La herencia de una amistad

Intrigado por cómo Marcos hablaba y vivía su amistad, se atrevió a rogarle que le concediera a sus amigos. Y siguiendo esa petición, Yago ha viajado a Italia para conocer a algunos de los que pasaron por Barcelona como Erasmus…

No recuerdo si fue la misma noche en la que murió Marcos Pou o si fue unos pocos días después. Sé que muy pronto, en esos mismos días del accidente, le pedí que me regalara la amistad con sus amigos, como si fuese una especie de herencia. No se trató de una ocurrencia, ni de un capricho del momento, sino de una petición sincera. Porque él hablaba siempre de sus amigos y se veía que era algo importantísimo en su relación con el Señor y en su camino. Yo no me quería perder esa posibilidad en el mío.

María es una amiga de Marcos del tiempo en el que ella hizo su Erasmus en Barcelona. En una conversación por skype le pregunté cómo era su amistad con él. Me respondió que Marcos amaba más su relación con el Señor que ella misma, y que una y otra vez le reclamó a caminar hacia Él.

Esta Navidad he podido visitarla, en Italia. Fueron días preciosos, en los que se sucedieron un montón de encuentros con grupos distintos de personas. El primero con la familia de María, que yo no conocía, que me han recibido y acogido con un abrazo grande e inesperado. Después, con sus amigos, los de su pueblo, los de Génova, e incluso algunas personas que vinieron desde Milán para pasar esos días juntos.



Impresiona muchísimo ver cómo son tantos los que, a través de algunos escritos traducidos, y –sobre todo– a través del testimonio de los que han vuelto a Italia después de su tiempo de Erasmus en Barcelona, han ido sabiendo de Marcos.

Dos encuentros me conmovieron especialmente. El primero fue con una chica de unos veinte años. Es extranjera, pero lleva tiempo viviendo en Italia. De familia musulmana, lleva unos pocos años siguiendo y viviendo la experiencia de los amigos del movimiento que conoció, no sé si en el colegio o en la universidad. No hace mucho, su padre falleció en un accidente y sus amigos le tradujeron la homilía del funeral de Marcos y la carta que Nico (hermano de Marcos) publicó en esos días. Ella me aseguraba que le habían ayudado mucho a vivir el dolor por la muerte de su padre.

El segundo encuentro fue con un sacerdote de ochenta y cinco años, divertido y feliz, que se hizo amigo de don Giussani cuando era un joven párroco. Me encantó poder conocerle. Porque me aterra la posibilidad de que la vida no crezca siempre y quede como plana en un siempre lo mismo – la verdad es que no miraba a la vejez con gran esperanza. Después de celebrar la Misa juntos, se lo conté en la cena. Don Pino me miró sonriente y me dijo: «Cristo es la novedad». Verle de nuevo al día siguiente, otra vez en la Misa juntos, confirmando la experiencia del día anterior, me gustó y me esperanzó. No sé cómo es su relación con el Señor, pero le hace amar la vida y gustarla, también a su edad.

Dedicamos una mañana a visitar la ciudad de Génova. Acabamos en una iglesia donde una antigua imagen del Crucificado me impresionó especialmente. Es una imagen rara hasta que te la explican. No es una cruz normal. Está hecha con un tronco de árbol, donde los brazos de la cruz tienden hacia arriba, como creciendo, porque está viva, significando la Resurrección. Me la quedé mirando un largo rato y me ayudó.



La última noche nos juntamos un grupo grande a comer pizza. Pudimos charlar sobre España, sobre cómo conocí el movimiento, y hacia el postre empezaron a cantar. Como yo no sabía las canciones –y canto fatal– pude observarles con detenimiento. Gentes de edades distintas, en situaciones personales muy distintas. Tres –dos ellos, una ella– consagrados al Señor. Yo sacerdote. Unos novios, unos recién casados. Alguna soltera. Un joven de unos doce o trece, hijo de los más mayores. Y don Pino en la memoria. Fue un rato de poder ver la fuerza con la que el carisma de don Giussani genera una humanidad preciosa. Y de cómo eso sucede también a los ochenta y tantos. ¡Qué regalo estos amigos!
Yago, El Masnou (Barcelona)