Los peregrinos al llegar al puente desde el que se ve la Basílica del Pilar

Con el corazón encendido

Un grupo de amigos de Zaragoza, Huesca, Pamplona, Madrid y Barcelona deciden comenzar el curso peregrinando juntos a la basílica del Pilar

Después del provocador inicio de curso con el audio de Giusanni, en el horizonte teníamos dos fechas que podían leerse como “compromisos a atender” dentro de la agenda propia del otoño. El primero de ellos era la peregrinación a la Basílica del Pilar con las comunidades de Zaragoza, Huesca, Pamplona y amigos venidos de Madrid y Barcelona. La propia organización del evento y la invitación que le hicimos al arzobispo de Zaragoza, monseñor Vicente Jiménez Zamora, con el que nos unía amistad de su época como obispo de Osma-Soria, hicieron que surgiera el deseo de reconocer al Señor entre nosotros.

De hecho, para el momento de Escuela, preparamos una pregunta que le trasladamos a don Vicente y que tenía que ver con lo que escuchamos en la Jornada de apertura de curso. ¿Cómo es posible que el cristianismo no se reduzca a valores o a una tradición heredada y sea el resurgir de una familiaridad con Cristo que hace nuevas todas las cosas?

El día entero estuvo cargado de esa familiaridad. Por pura gracia y no por un esfuerzo organizativo por parte de los presentes. El caminar como pueblo rezando el Rosario siguiendo al Papa, la llegada a la Basílica del Pilar y celebrar la Eucaristía fijando la mirada en el Pilar de la fe transmitida a través de la figura maternal de María, la comida compartida juntos y el momento de Escuela presidido por el pastor de la diócesis son ya manifestaciones preciosas de la familiaridad con Cristo. Pero es que en la propia Escuela fue precioso ver cómo los presentes ponían su relación con el Señor delante de todos: personas venidas de Barcelona, Valencia, Pamplona, Madrid, Zaragoza, Soria, Huesca… y el propio arzobispo, quien al final pasó de los formalismos a testimoniar con su vida que Cristo se ha encarnado en una amistad y que sigue presente entre nosotros.

Al final, en una conversación informal, nos contaba que estaba muy agradecido de este momento porque compartir la fe del modo como lo hicimos juntos es algo precioso. Al finalizar el día no podíamos por menos que dar gracias a Dios, rezando en el coche de camino a casa.

Y el segundo momento era el EncuentroMadrid. Después de lo vivido ese fin de semana, ya no podíamos ir con la inercia de “ver qué pasa”, sino con el corazón encendido al encuentro del Señor a través de lo que suceda.
Jesús y Cristina, Soria