Saludo de Julián Carrón al término del Triduo pascual de GS

Rímini, 19 abril 2014
Julián Carrón

Queridos amigos,

El deseo de ser feliz aparece antes o después en la vida de cada persona. Desde ese momento la vida es distinta, y uno comprende que se trata de algo serio. «Mi vida es mía, irreductiblemente mía», decía don Giussani. Nada hay tan serio como la vida. Porque está en juego la felicidad, es decir, la razón de la vida.

Entonces la vida se vuelve dramática.

¿Por qué?

Porque ya no se puede vivir como si este deseo tan apremiante no se hubiese manifestado. Por el mismo hecho de advertirlo, yo ya soy distinto. Desde el momento en que lo presiento, dejo de ser un niño.

Empieza entonces la aventura de la vida, y con ella la lucha.

Es la lucha entre tomarse en serio este deseo y hacer como si no lo hubiésemos advertido.

Pero hay un inconveniente: es necesario quererse verdaderamente a uno mismo para comenzar esta lucha a la que me empuja incansablemente mi ser, mi humanidad.

La vida es, al final, un problema de afecto, de afecto por uno mismo.

Justamente para despertar este afecto, «Uno murió por todos». Y, al resucitar, ha vencido. Como testimonian los rostros de Pedro y de Juan, que corren hacia el sepulcro la mañana de la resurrección.

¿Quién no desea un afecto así?

Feliz Pascua, amigos.

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Saludo de Julián Carrón al término del Triduo Pascual de GS

Julián Carrón

Queridos amigos:
Pienso en cada uno de vosotros dominado por el deseo de crecer.
Crecer quiere decir tomar en nuestras manos las redes de nuestra vida.
Pero esto no siempre es sencillo. De hecho, a veces nos entran ganas de volver atrás.
Era más cómodo, menos comprometido, cuando eran otros los que pensaban en afrontar los problemas por nosotros.
Y muchas veces vuelve la pregunta: pero yo, ¿quiero crecer de verdad o prefiero seguir siendo un niño?

Secundar el deseo de crecer requiere un amor, una pasión por nosotros mismos. Vivir a la altura de nuestro deseo requiere un compromiso.
Es solo para los que son audaces, como os digo a menudo; es para quien quiere ser protagonista en primera persona, sin descargar su propia libertad sobre los demás.

Soy yo el que quiere descubrir toda la belleza de la vida, toda la intensidad que puede alcanzar mi vida.
Descubrirlo, nos recuerda don Giussani, es «una meta solo posible para quien se toma en serio la vida», sin excluir nada: «amor, estudio, política, dinero, hasta el alimento y el reposo; sin olvidar nada, ni la amistad, ni la esperanza, ni el perdón, ni la rabia, ni la paciencia». La razón de esta audacia es la certeza inquebrantable que tiene Giussani de que «en cada gesto hay un paso hacia el propio destino» (El sentido religioso, pp. 60- 61).

¡Qué impresión levantarse cada mañana con la curiosidad por descubrir cómo puede revelarse en cada gesto, en cada desafío que debemos afrontar un paso hacia el destino!
Solo podemos hacerlo por la certeza de tener un compañero de camino como Jesús. «Yo estoy con vosotros todos los días, hasta el final de los tiempos» (Mt 28,20).

Con Su compañía podemos atrevernos a afrontar cualquier desafío, como nos testimonia alguien que no ha tenido miedo de crecer, el papa Francisco: «No nos dejemos aprisionar por la tentación de quedarnos solos y desmoralizados llorando por lo que nos sucede; no cedamos a la lógica inútil y estéril del miedo, a la repetición resignada de que todo va mal y de que ya nada es como antes. Esta es la atmósfera del sepulcro; el Señor desea en cambio abrir el camino de la vida, el del encuentro con Él, el de la confianza en Él, el de la resurrección del corazón, el camino del “¡Levántate! ¡Levántate, sal fuera!”. Esto es lo que nos pide el Señor, y Él está junto a nosotros para hacerlo» (Homilía en Carpi, 2 de abril de 2017).

¡Feliz Pascua!
Vuestro amigo Julián

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