La política es un bien

Elecciones administativas en Italia 2016
a cargo de Comunión y Liberación

«Por favor, no miréis la vida desde el balcón, sino comprometeos, sumergíos en el amplio diálogo social y político» (Papa Francisco en Florencia, 10 noviembre 2015).

Mirar desde el balcón: ¿acaso no es esta la actitud de muchas personas cuando hablamos de política? Abrumados por los problemas y dificultades que a veces parecen insuperables, se puede llegar a un desánimo de la libertad y la responsabilidad, que se traduce en creciente desafección por el voto y en desconfianza hacia cualquier formación política.

Sin embargo, desafección y desconfianza no tienen su origen solo en la política. Otra bien distinta es la causa: una crisis de la persona ante un modo de «vivir que corta las piernas» (C. Pavese, Diálogos con Leucó), una crisis que se manifiesta como aburrimiento incurable, enigmático letargo.

¿Hay esperanza de salir de esta situación de bloqueo, que nos deja insatisfechos y decepcionados?

Tal vez bastaría observar con un mínimo de atención la propia experiencia para reconocer que en cualquiera permanece –aun apenas percibido e incluso inconscientemente– el deseo del bien: una «exigencia de relaciones cabales y justas entre personas y grupos, la natural exigencia humana de que la convivencia facilite la afirmación de la persona, de que las relaciones “sociales” no obstaculicen el crecimiento de la personalidad» (L. Giussani, El camino a la verdad es una experiencia).

En este deseo, como bandera de la libertad humana, se fundamenta el espíritu de una auténtica democracia: la afirmación y el respeto al hombre en la totalidad de sus exigencias de verdad, belleza, justicia, bondad y felicidad. Todo el entramado de la vida social debería tener como supremo objetivo el de mantener vivo y promover ese deseo del que nacen valores e iniciativas que llevan a los hombres a unirse.

En 1992, en un momento en que Italia se veía sacudida por un seísmo político-judicial, don Giussani no se quedó mirando la vida desde el balcón, sino que ofreció su contribución invitando a apostar precisamente por ese deseo: «Quién sabe si el deseo de hacer menos difícil la vida de los propios hijos, o de un determinado grupo de personas, ensanchará en un momento dado el horizonte. Es decir, si quien tiene este deseo entenderá que, para poder realizarlo, necesita un ideal y una esperanza. Yo creo que se puede esperar esto» (Corriere della Sera, 18 octubre 1992).

Como cristianos pertenecemos a una realidad que alienta esta esperanza y que nos mueve a interesarnos por la realidad entera, desde las relaciones más cercanas y familiares hasta todo lo que pasa en el mundo. Como dijo el papa Francisco en Florencia: «Debemos recordar siempre que no existe humanismo auténtico que no contemple el amor como vínculo entre los seres humanos, sea el mismo de naturaleza interpersonal, íntima, social, política o intelectual. Sobre esto se funda la necesidad del diálogo y del encuentro para construir junto con los demás la sociedad civil. Los creyentes son ciudadanos».

Quien se presenta a las próximas elecciones administrativas puede hacerlo para asegurarse su pequeña cuota de poder, agravando así el desánimo de la libertad y la responsabilidad de la gente; o bien para mostrar que es posible buscar el bien común –con humildad y sin provecho personal– mediante el diálogo y el encuentro. Cualquier candidato puede atestiguar que la política es un bien, actuando con realismo y prudencia, sin prometer lo que no puede cumplir.

Ocuparse del bien de todos en una administración local es un bien en sí mismo, porque significa contribuir a hacer de nuestras ciudades una casa habitable para todos y cada uno.

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